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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
23 ABRIL 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Hijos y cosas

Aristóteles concebía al mundo como un conjunto de entes en perpetuo movimiento. De modo parecido, los economistas clásicos veían a la sociedad como un conjunto de cosas, en perpetuo intercambio. ¡Las cosas! Nos pertenecen o pertenecen a otros, y se transfiere su propiedad a través de contratos. No cabría hablar así de las personas, salvo en una sociedad esclavista. Sin embargo, aunque la sociedad no es esclavista, sí es materialista, y ve las personas como cosas, con su propietario y su precio. En una sociedad así puede preguntarse “a quién pertenecen los hijos”, cuando más correcto sería, a partir de afirmar que los hijos se pertenecen a sí mismos, preguntar “qué les pertenece a ellos”. Una respuesta célebre fue la dada por Platón, uno de los precursores de la ciencia económica, en su obra República. Cabe recordar que el mundo de Platón era esclavista y que él mismo, de origen aristócrata, estuvo a punto de ser vendido como esclavo. Su respuesta fue que los hijos eran propiedad de la sociedad o del Estado. Correspondía al Estado, gobernado por filósofos –es decir, gente esclarecida y especialmente sensible a los valores más excelentes, acaso ignorados o no practicados por los padres “biológicos” de los niños– tomar sobre sí su crianza y educación, en una vida sana, natural y armoniosa. Es bien sabido que los experimentos totalitarios del siglo XX adoptaron este mismo criterio: la Alemania de Hitler no sólo copió el monumentalismo de Atenas y ritos de los ejércitos romanos, sino también la doctrina de sustitución de los padres por el Estado en la educación de niños y jóvenes. Otro tanto pasó en la Italia de Mussolini. Y aquí no nos quedamos atrás. La Argentina de Perón de los cincuenta tomó un rumbo hacia el totalitarismo e intentó inculcar adhesión al gobierno desde las primeras letras. La última dictadura militar llevó a un extremo alucinante la doctrina de sustraer a los niños de las influencias nocivas de los padres, al repartir entre familias “bien pensantes” a los hijos de padres “mal pensantes”, previo asesinato de éstos. Los huevos de la serpiente siguen madurando. En “la tierra del libre y hogar del bravo”, hoy más propensa a la bravura que a la libertad, vacilan sus instituciones y sostienen que un niño, Elián, debe ser propiedad de la “sociedad libre” y sustraerse de su padre, por pertenecer éste a una “sociedad execrable”. ¿La historia se repite?

Maldito economista

Cierto tango no se nombra ni se escucha, porque hacerlo se dice que trae mala suerte. Como en ese caso, también en Economía hay figuras a las que se valora con reservas y en general se prefiere no nombrar, como si hacerlo liberase algún maleficio. Pruebe encontrar en los libros de economía alguno de los indicados a continuación, y verá que es realmente difícil. Por las dudas, y para conjurar posibles hechizos, se nombran en orden contraalfabético. Werner Sombart (1863-1941) se formó en economía, historia, filosofía y derecho, en las universidades de Berlín, Pisa y Roma, y llegó en 1890 a profesor de Economía Política en la Universidad de Breslau y desde 1906 enseñó en Berlín. Su obra célebre es El capitalismo moderno (1902). En su larga carrera de casi medio siglo, pasó de estudioso del pueblo judío a antisemita, de socialista a criptonazi y de pacifista a belicista, lo que acaso explique la confusión que traduce su obra y la distancia que toman de él los economistas. Mijail Manoilescu (1891-1950) fue un extraordinario estudiante que, de adolescente, se vinculó al futuro rey Carol II de Rumania. En el gobierno de Carol fue sucesivamente ministro de Comunicaciones, de Industria y Comercio y gobernador del Banco Nacional. En 1932 fue el primero en ocupar la cátedra de Economía Política en la Escuela Politécnica de Bucarest. Su obra más célebre fue Teoría de la protección y del comercio internacional, traducida al francés y al inglés, donde impugnó la teoría clásica de la ventaja comparativa y en su lugar propuso lo que se conoce como “argumento de Manoilescu”. Su adhesión al corporativismo le acarreó que, al tomar el poder los comunistas, fuese llevado sin juicio a prisión, donde murió hacia 1950. Luigi Amoroso (1886-1965) era matemático profesional y se inició como profesor de matemática financiera en Bari, aunque en 1921 se volcó a la economía, primero en Nápoles y luego en Roma. Fruto de ese cambio fue el libro Lezioni di economia matematica. De él prácticamente sólo se conoce la llamada “condición de Amoroso-Robinson”, así difundida por Erich Schneider, y en virtud de la cual la inversa de la elasticidad de la demanda es una medida del “grado de monopolio”. Pero también fue el primero en trabajar (en 1928) los problemas de existencia y unicidad de soluciones con criterios modernos. También fue uno de los primeros en tratar el óptimo del consumidor.