Hijos
y cosas
Aristóteles
concebía al mundo como un conjunto de entes en perpetuo movimiento.
De modo parecido, los economistas clásicos veían a
la sociedad como un conjunto de cosas, en perpetuo intercambio.
¡Las cosas! Nos pertenecen o pertenecen a otros, y se transfiere
su propiedad a través de contratos. No cabría hablar
así de las personas, salvo en una sociedad esclavista. Sin
embargo, aunque la sociedad no es esclavista, sí es materialista,
y ve las personas como cosas, con su propietario y su precio. En
una sociedad así puede preguntarse a quién pertenecen
los hijos, cuando más correcto sería, a partir
de afirmar que los hijos se pertenecen a sí mismos, preguntar
qué les pertenece a ellos. Una respuesta célebre
fue la dada por Platón, uno de los precursores de la ciencia
económica, en su obra República. Cabe recordar que
el mundo de Platón era esclavista y que él mismo,
de origen aristócrata, estuvo a punto de ser vendido como
esclavo. Su respuesta fue que los hijos eran propiedad de la sociedad
o del Estado. Correspondía al Estado, gobernado por filósofos
es decir, gente esclarecida y especialmente sensible a los
valores más excelentes, acaso ignorados o no practicados
por los padres biológicos de los niños
tomar sobre sí su crianza y educación, en una vida
sana, natural y armoniosa. Es bien sabido que los experimentos totalitarios
del siglo XX adoptaron este mismo criterio: la Alemania de Hitler
no sólo copió el monumentalismo de Atenas y ritos
de los ejércitos romanos, sino también la doctrina
de sustitución de los padres por el Estado en la educación
de niños y jóvenes. Otro tanto pasó en la Italia
de Mussolini. Y aquí no nos quedamos atrás. La Argentina
de Perón de los cincuenta tomó un rumbo hacia el totalitarismo
e intentó inculcar adhesión al gobierno desde las
primeras letras. La última dictadura militar llevó
a un extremo alucinante la doctrina de sustraer a los niños
de las influencias nocivas de los padres, al repartir entre familias
bien pensantes a los hijos de padres mal pensantes,
previo asesinato de éstos. Los huevos de la serpiente siguen
madurando. En la tierra del libre y hogar del bravo,
hoy más propensa a la bravura que a la libertad, vacilan
sus instituciones y sostienen que un niño, Elián,
debe ser propiedad de la sociedad libre y sustraerse
de su padre, por pertenecer éste a una sociedad execrable.
¿La historia se repite?
Maldito
economista
Cierto
tango no se nombra ni se escucha, porque hacerlo se dice que trae
mala suerte. Como en ese caso, también en Economía
hay figuras a las que se valora con reservas y en general se prefiere
no nombrar, como si hacerlo liberase algún maleficio. Pruebe
encontrar en los libros de economía alguno de los indicados
a continuación, y verá que es realmente difícil.
Por las dudas, y para conjurar posibles hechizos, se nombran en
orden contraalfabético. Werner Sombart (1863-1941) se formó
en economía, historia, filosofía y derecho, en las
universidades de Berlín, Pisa y Roma, y llegó en 1890
a profesor de Economía Política en la Universidad
de Breslau y desde 1906 enseñó en Berlín. Su
obra célebre es El capitalismo moderno (1902). En su larga
carrera de casi medio siglo, pasó de estudioso del pueblo
judío a antisemita, de socialista a criptonazi y de pacifista
a belicista, lo que acaso explique la confusión que traduce
su obra y la distancia que toman de él los economistas. Mijail
Manoilescu (1891-1950) fue un extraordinario estudiante que, de
adolescente, se vinculó al futuro rey Carol II de Rumania.
En el gobierno de Carol fue sucesivamente ministro de Comunicaciones,
de Industria y Comercio y gobernador del Banco Nacional. En 1932
fue el primero en ocupar la cátedra de Economía Política
en la Escuela Politécnica de Bucarest. Su obra más
célebre fue Teoría de la protección y del comercio
internacional, traducida al francés y al inglés, donde
impugnó la teoría clásica de la ventaja comparativa
y en su lugar propuso lo que se conoce como argumento de Manoilescu.
Su adhesión al corporativismo le acarreó que, al tomar
el poder los comunistas, fuese llevado sin juicio a prisión,
donde murió hacia 1950. Luigi Amoroso (1886-1965) era matemático
profesional y se inició como profesor de matemática
financiera en Bari, aunque en 1921 se volcó a la economía,
primero en Nápoles y luego en Roma. Fruto de ese cambio fue
el libro Lezioni di economia matematica. De él prácticamente
sólo se conoce la llamada condición de Amoroso-Robinson,
así difundida por Erich Schneider, y en virtud de la cual
la inversa de la elasticidad de la demanda es una medida del grado
de monopolio. Pero también fue el primero en trabajar
(en 1928) los problemas de existencia y unicidad de soluciones con
criterios modernos. También fue uno de los primeros en tratar
el óptimo del consumidor.
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