Otra
vez sopa
...las
desgracias de una gran parte de ellos derivan de no saber cuándo
estaban bien, cuál era el momento de quedarse quietos y darse
por satisfechos. Adam Smith, Teoría de los sentimientos
morales.
Charles P. Kindleberger
dice en el libro Manías, pánicos y cracs que el exceso
especulativo, que en forma concisa la refiere como manía,
y el desenlace de ese exceso en forma de crisis, crac o pánico
demuestra ser, si no inevitable, al menos históricamente
común. La denominada nueva economía,
integrada por las empresas de telecomunicaciones, informática,
biotecnología y de Internet, ha ingresado en ese torbellino
especulativo como en su momento sucedió con la aparición
del ferrocarril en el siglo XIX. Ese medio del transporte provocó
una revolución en la organización económica
y social, lo que llevó a muchos a soñar con ser millonarios
apostando a esa nueva era que prometía la expansión
del comercio a niveles impensados para la época. El tren
produjo, efectivamente, una profunda transformación, pero
no sin antes precipitar una fiebre especulativa: en 1847, en Gran
Bretaña con bonos de compañías ferroviarias
y en 1856, en Estados Unidos con terrenos públicos linderos
a supuestas trazas ferroviarias, derivaron en profundas crisis financieras.
Lo más probable es que con las compañías puntocom
y aquellas vinculadas con lo que genera Internet suceda algo similar.
Modificarán, y en los hechos ya están cambiando, la
manera de comunicarse, de hacer negocios y de cómo hacerse
millonario. Pero hasta que se consolide esa nueva economía
se producirá una depuración que, tal como enseña
la historia, se manifestará en crisis financiera-bursátil.
El derrumbe del índice de acciones tecnológicas Nasdaq
en el mercado de Estados Unidos ha sido apenas una señal.
Un aspecto, que no es menor, de esta manía de Internet en
relación con la del tren fue que en esta última la
crisis posterior tuvo su difusión a unos pocos países.
En cambio, un eventual crac de Wall Street con epicentro en las
acciones tecnológicas difundirá sus efectos al resto
de los mercados, castigando con más dureza a aquellos más
vulnerables. Y en primera fila se ubica Argentina.
En cuestión de crisis internacionales y su impacto en la
economía, Argentina tiene su rica historia en los últimos
años. Desde el efecto tequila mexicano, el arroz asiático,
pasando por el vodka ruso y hasta el caipirinha brasileño,
siempre estuvo expuesta a recibir golpes. No se salvó de
ninguna. Por el contrario, cada una de ellas le pegó con
fuerza provocando un proceso recesivo en la economía que,
aunque sorprenda, tardó más en superarse que en los
países que fueron el detonador de la crisis. Y no pocos analistas
han empezado a señalar que en caso de una caída del
mercado bursátil estadounidense, Argentina sufrirá
nuevamente el deterioro de su situación económica
justo en el momento que había empezado a salir lentamente
del pozo.
Más allá de que se produzca o no el temido derrumbe
de las acciones americanas, resulta por lo menos inquietante la
percepción de que el mercado local siempre se verá
afectado ante turbulencias internacionales. Pone en evidencia, en
última instancia, la mayor vulnerabilidad de la economía
argentina ante shocks externo respecto del resto de la región.
Chile sufre la crisis asiática, pero ya ingresó en
un sendero de crecimiento; Brasil devalúa su moneda generando
acentuados desequilibrios, pero ya ha empezado su despegue; México
se derrumbó en el Tequila y ahora recibe las mejores notas
de las agencias calificadoras internacionales. Y Argentina sigue
penando por las crisis.
Lo que sucede es que un país con un mercado pequeño
que no atrae inversiones de magnitud que no sean para comprar plantas
ya instaladas o extractivas de materias primas, fuertemente endeudado,
con desequilibriode las cuentas públicas, con déficit
externo, fuga de capitales y un tipo de cambio congelado queda a
merced de los vientos financieros huracanados. Mafalda era una visionaria:
otra vez sopa.
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