COMPETITIVIDAD
INDUSTRIAL Y GASTO PUBLICO
Deben
bajar 5000 millones de pesos por año
El
dos veces titular del Banco Central en el gobierno de Carlos Menem
sostiene que el recorte del gasto público es la clave para
tener un crecimiento sostenido.
Por
Javier González Fraga *
Superadas las urgencias fiscales que enfrentó este nuevo
equipo económico en los primeros días de su gestión,
subsisten una serie de temas que deberán ir resolviéndose
en los próximos años. El primero de ellos es el excesivo
gasto público total, es decir, incluyendo los niveles nacional,
provincial y municipal, que hoy supera los 110.000 millones de pesos.
Este gasto público resulta insoportable por varias razones:
Es el responsable de la altísima presión impositiva,
que ahoga al sector productivo y al consumidor.
Genera una voracidad financiera por parte del Estado que aumenta
desproporcionadamente el riesgo país y las tasas
de interés.
No tiene como contrapartida buenos servicios sociales, como salud,
educación, jubilaciones, pensiones o seguros de desempleo,
que en nuestro país deben parcialmente ser contratados privadamente.
Este es el motivo por el cual no son válidas las comparaciones
de gasto público sobre PBI con otros países, donde
estos servicios son eficientemente prestados por el Estado.
Este gasto público debería estar bajando alrededor
de 5000 millones de pesos por año, durante los próximos
5 años. Esto implica algo más que la eliminación
del café, el recorte de las horas extra o la venta de los
coches oficiales. Hay que repensar la organización nacional,
que hoy no sólo responde a la realidad de las comunicaciones
de casi 200 años atrás, sino que ha sufrido la provincialización
de muchos territorios nacionales en los últimos 50 años.
Debemos entonces imaginar un sistema que mantenga el espíritu
federal, pero que resulte compatible con las comunicaciones de hoy,
y con la necesidad de abaratar la administración del Estado.
El otro gran tema, en parte dependiente del anterior, es la recuperación
de la competitividad de nuestra industria. Suponiendo que el menor
gasto público permite una gradual pero firme reducción
de los intereses y de los impuestos, subsiste la necesidad de definir
un proyecto industrial, y poner a su servicio todas las energías
de la nación. Lamentablemente, en los últimos 20 años
estuvo mal visto entre el gremio de economistas hablar de política
industrial, porque se la relacionaba con subsidios y otras prácticas
inflacionarias, y además existía un fe ciega (o estúpida)
en la habilidad de la mano invisible.
Sin entrar a definir qué sector debe crecer, y cuál
desaparecer, el Estado debe definir una política de exportaciones,
de inversiones, y de investigación tecnológica, coherente
con la realidad mundial y regional. No puede ser que sectores claramente
competitivos estén compitiendo con otros evidentemente no
competitivos, por los escasos recursos financieros o fiscales que
el Estado pone a su disposición para la promoción
de sus actividades productivas. Los ejemplos cercanos de Chile,
Brasil y México, y los no tan cercanos pero familiares de
Italia primero y España en los últimos 10 años
nos muestran que la planificación y la estrategia industrial
no son herramientas exclusivas de los marxistas, sino de los exitosos.
A los efectos de elaborar esta política industrial, deberíamos
revisar, coordinar y simplificar los ordenamientos existentes en
la pluralidad de organismos que hoy regulan los aspectos aduaneros,
impositivos, sanitarios, bromatológicos, tecnológicos,
ambientales, etc., y que hoy constituyen una carga, especialmente
para las empresas pequeñas y medianas.
La recuperación de la competitividad también necesita
que la aprobada reforma laboral se traduzca en una reducción
de los costos asociados al salario, y que se promueva la competencia
entre los servicios públicos, ahora privatizados, para que
sus tarifas sean coherentes con la realidad argentina en el contexto
mundial. También la industria necesita en sistema bancario
que, además de solvente, sea útil a la actividad productiva.
Fuera de discusión está la necesidad de profundizar
la integración al Mercosur, como una etapa inicial en el
proceso de integración inteligente con el resto del mundo.
La nueva política industrial debe favorecer cierto grado
de especialización que le permita a la Argentina exportar
una parte sustancial de su producción, única forma
de superar las limitaciones del mercado interno y los estrangulamientos
financieros externos. Nuestra nueva industria debe ser exportadora,
si los argentinos queremos mejorar nuestros niveles de vida, porque
carecemos del tamaño necesario de mercado interno para que
todas las industrias alcancen los niveles de productividad necesarios
para soportar la competencia importada.
Solucionados estos dos grandes temas, gasto público y competitividad
industrial, la Argentina podrá experimentar durante la segunda
mitad de esta nueva década altas tasas de crecimiento con
estabilidad. Para entonces, la audaz reforma previsional de 1994
habrá dejado de representar una pesada carga fiscal, y estará
generando excedentes de ahorro que podrán ser volcados a
la inversión productiva, como lo experimentó Chile
durante la década pasada.
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Ex presidente del Banco Central
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