Crecimiento
y desempleo en la alimentacion
Sube la producción,
bajan el salario y la ocupación
El
sector es un paradigma del modelo. Creció, atrajo inversiones
y abrió mercados. Pero sus obreros no participan de la
fiesta.
Pese
a las dos crisis desde el inicio de la convertibilidad, la industria
de la alimentación no detuvo en ningún momento su
crecimiento a lo largo de los últimos ocho años.
Más que ningún otro rubro manufacturero, atrajo
inversiones extranjeras y motivó el reposicionamiento de
grupos locales que vieron en el sector un nicho para proyectarse
hacia el mercado externo. Por su carácter agroindustrial,
es un renglón emblemático de la economía
argentina. Sin embargo, mientras en los últimos seis años
el volumen físico de la producción del sector aumentó
un 20 por ciento, la cantidad de obreros empleados, las horas
trabajadas y los salarios cayeron en torno al 15 por ciento: una
clara demostración de que el efecto derrame
en favor de los trabajadores no funciona tan automáticamente
como plantean los teóricos del neoliberalismo y los propulsores
de la flexibilización laboral.
Los cuatro sectores industriales que más crecieron entre
1993 y 1999, de acuerdo con las estadísticas del Indec,
han sido Metales comunes, Productos químicos, Petróleo
y Alimentos y bebidas. La comparación de esa evolución
con la observada por la cantidad de obreros ocupados en cada una
de estas industrias permite advertir la misma paradoja: en todos
ellos cayó la cantidad de personal ocupado entre los mismos
años.
Pero es el sector de Alimentos y bebidas el que presenta características
más destacadas. No sólo por su importancia relativa
la actividad representa más del 5 por ciento del
PBI y el 22 por ciento del total de la industria manufacturera
sino porque, además, fue escenario de una fuerte recomposición
en cuanto a la propiedad de las principales empresas. Firmas emblemáticas
del sector pasaron a manos extranjeras: Terrabusi, Bagley, Canale,
Stani, La Serenísima y La Vascongada, entre otras. Empresas
mundiales de primerísima línea se han posicionado
en el mercado local a través de la compra de compañías
ya existentes: Nabisco, Danone, Cadbury, Parmalat y Philip Morris,
por ejemplo. Y hasta atrajo a fondos de inversión. Junto
a ellas, comparten cartel algunas de las firmas locales más
exitosas en la última década (Arcor) y empresas
extranjeras ya instaladas hace algunas décadas que han
ido consolidando posiciones en los años recientes (Cargill,
Nestlé). Acompañando a este proceso, muchas firmas
chicas del sector (pymes) fueron absorbidas por compañías
líderes o bien debieron cerrar.
Al sector no le faltó la inyección de inversiones
extranjeras, como está visto. Pero tampoco mercado porque,
si bien el consumo interno padeció varios períodos
de retracción nunca demasiado profundos, por tratarse
en general de productos de primera necesidad, pudo ir aumentando
su factura de exportación en estos años, al punto
de colocar al país en el quinto lugar entre los exportadores
mundiales.
Dichos factores posibilitaron un crecimiento ininterrumpido a
partir de 1993 al superar la crisis del tequila gracias a las
colocaciones en Brasil que vivió en el mismo período
un boom de consumo y seguir expandiéndose en los
años posteriores a través de la apertura de nuevos
mercados.
Sin embargo, este proceso motorizado por empresas líderes
con experiencia en el comercio internacional no se volcó
en la creación de más puestos de trabajo. Lo significativo
es que tampoco aumentó la cantidad de horas trabajadas
en la industria, lo que podría haber explicado que se produjera
más con los mismos planteles a través de la extensión
de la jornada laboral. Pero tampoco mejoraron los salarios, que
podría haber sido la consecuencia de una selección
de personal de mayor calificación en función de
nuevos procesos productivos.
Nada de esto ocurrió o, al menos, no se reflejó
en los promedios que recogen las estadísticas del Indec.
Mientras que la producción física global del sector
creció en un 20 por ciento entre 1993 y 1999 y sin
dejar de crecer un solo año, los obreros ocupados
por la industria de la alimentación y bebidas disminuyeron
en casi un 16 por ciento: una ganancia de productividad física
por obrero ocupado del 42 por ciento en apenas seis años.
Pero, además, el nivel salarial medio del operario del
sector cayó un 14 por ciento, lo cual significa que la
rentabilidad que el empresario obtiene sobre la fuerza de trabajo
aumentó más que la productividad. Los precios de
los productos de la alimentación cayeron, pero en menor
proporción, lo cual le deja al empresario un buen margen
extra de ganancia sobre su nómina salarial.
Más que por el aumento de la tasa de explotación,
vale el ejemplo para desmitificar el circulo virtuoso
que propone el neoliberalismo y que derivaría en beneficios
para todos de la política de concentración
económica. La desocupación no se genera exclusivamente
en los sectores que quedan al margen del progreso sino incluso
en los sectores de punta o mejor posicionados en la
globalización. Lo mismo ocurre con las caídas salariales,
incluso teniendo en cuenta que la alimentación, de la mano
del dirigente gremial Rodolfo Daer, fue uno de los primeros en
renovar su convenio colectivo en favor de un régimen más
flexible. Provechoso, por lo visto, para el aumento de la producción,
pero no tanto para los trabajadores.