Tecnócratas frente al malón
¿En qué consiste la globalización? Consiste
en una permanente batalla entre una elite económica tecnocrática,
que no entiende nada de política, y unas minorías
desenfrenadas y furiosas que no entienden nada de economía.
Como se advertirá, esta definición, acuñada
por los ingleses John Micklethwait y Adrian Wooldridge, también
se ajusta a ciertas revueltas y pobladas que ocurren en la actual
Argentina como reacción desesperada ante los diseños
de un puñado de macroeconomistas iluminados. En el fondo,
de acuerdo a este enfoque, mientras los defensores de la globalización
hablan con la razón, los enemigos responden con la emoción.
También podría decirse que la globalización
consiste en un amorfo montón de cien o doscientos países
subdesarrollados compitiendo entre sí para atraer el puñado
de inversiones que menean un número equivalente de multinacionales
como si fueran sortijas. Esta subasta al mejor postor es lo que
convierte a la globalización en una puja invertida, una
carrera hacia el fondo del pozo, en la que los emergentes van
entregando regímenes laborales cada vez más flexibles,
salarios más bajos y reglas más laxas para los capitales.
Cuando están en disputa inversiones verdaderamente apetecibles,
como la instalación de plantas automotrices, los gobiernos
ofrecen incentivos financieros que pueden sobrepasar holgadamente
los 100.000 dólares por cada puesto de trabajo que se cree,
según consigna Reginald Dale en su muy conservadora columna
del International Herald Tribune. Aun los más ortodoxos,
opuestos a estas políticas activas para atraer
inversiones, reconocen que funcionan en la realidad.
Hoy por hoy los cruzados de la globalización también
admiten que ésta no es irreversible, por más que
se la presente como un imperativo tecnológico. Esto significa
que el desenlace de la lucha entre partidarios y opositores no
es del todo previsible, o que los perdedores pueden adueñarse
al final de la historia si los ganadores siguen mostrándose
tan insaciables como hasta ahora.