La guerra de los
teléfonos
Por Raúl Dellatorre
Decir
que a partir del próximo mes de noviembre el mercado telefónico
se abre a la competencia a nivel nacional, ¿significa lo
mismo para un habitante de la ciudad de Buenos Aires que para otro
del interior de la provincia de Formosa? ¿Cambiará
para uno y para otro la condición de cautividad que hoy tiene
de una sola empresa proveedora del servicio local? ¿La competencia
les permitirá acceder a tarifas más baratas en ambos
casos, acceso a nuevas tecnologías de comunicación
a precios accesibles, la posibilidad de cambiar de compañía
cuando se le antoje?
Las propias autoridades oficiales admiten que no será sencillo
reproducir, a nivel de telefonía local (el grueso del consumo
de los usuarios residenciales), las rebajas de tarifas que se verifican
en larga distancia a partir de la apertura de ese sector del mercado
a la competencia. Segmento en el que, casi con seguridad, el precio
de las llamadas seguirá bajando, mientras que para las llamadas
urbanos apenas las grandes ciudades pueden guardar alguna esperanza
de ver disminuidos los costos de sus facturas.
A medias tintas, la Secretaría de Comunicación del
gobierno menemista, a cargo de Germán Kammerath, definió
los trazos de la apertura. El actual gobierno, con Henoch Aguiar
al frente de la Secretaría, se propone ingresar al mercado
de competencia pero manteniendo, a menos de 180 días del
Día D, un alto grado de indefinición en cuestiones
básicas. Y todos, los dos operadores monopólicos actuales,
los trece con licencias para ingresar, las cooperativas telefónicas
y el Gobierno se lanzan dardos cruzados cuestionando los privilegios
ajenos pero ocultando los que van a gozar o intentan preservar,
según el caso. Los usuarios, ignorantes de la trama secreta
de esta pulseada, no pueden hacer más que comprar o rechazar
las promesas que se lanzan.
Dos cuestiones son el eje del debate que enfrenta a las actuales
prestadoras con el Gobierno, por un lado, y con los operadores entrantes
por otro: el costo de interconexión que los nuevos actores
deberán pagar a los actuales por el uso de la red ya instalada
(una suerte de peaje) y el servicio universal, es decir, la obligación
de las actuales licenciatarias de ofrecer el servicio en todo el
territorio nacional, aun en los rincones más aislados, que
no tendrán como compromiso los operadores entrantes. Telefónica
y Telecom quieren cobrarse esa diferencia de obligaciones fijando
un peaje elevado, o recibiendo un subsidio por la atención
de áreas no rentables. Los nuevos operadores sostienen que
pagar un alto costo de interconexión es una barrera a la
competencia. El Gobierno sostiene que bastante utilidad acumularon
las licenciatarias durante los ocho años de exclusividad
(monopolio) como para haber formado un colchón más
que mullido.
Quince empresas o consorcios incluidas las dos operadoras
actuales, que saltarán la frontera para invadir la región
hasta hoy exclusiva de la otra están habilitadas para
entrar en la competencia por la telefonía local. Pero de
1134 localidades en las que está dividido el país,
apenas 40 han concentrado el total de las 86 licencias solicitadas.
En 21 de dichas localidades ha pedido licencia una sola empresa,
mientras que otras 31 licencias se concentran en apenas 4 localidades
(Area Metropolitana Buenos Aires 10, Córdoba capital 8, Mendoza
capital 7 y Rosario 6). En la franja intermedia, 15 localidades
han sido elegidas por entre 2 y 4 operadores, que se agregarían
a la operadora que ya presta el servicio.
La ecuación empresaria es sencilla: sólo 11 de las
1134 localidades del país son consideradas de alta
rentabilidad (mayor al 15,6 por ciento sobre la inversión),
y no pasan de 35 las que superan una rentabilidad media
(más del 10 por ciento): las mismas elegidas por los nuevos
operadores. A ellas se agregan unas pocas menos rentables pero cercanas
al AMBA, como Pilar y Merlo, que algunas aspirantes sumaron para
cumplir el compromiso de proponerse en tres áreas como mínimo.
La concentración de licencias marca una frontera entre los
usuarios que recibirán los beneficios de la competencia y
aquellos otros que quedan al margen. Las áreas elegidas no
sólo son las de más alta concentración de población,
sino además las de más alto nivel de ingresos promedio.
En el AMBA (Capital y Gran Buenos Aires), por ejemplo, los habitantes
podrían tener ofertas de doce empresas distintas, con todas
las ventajas que de ello se deriva de la baja de tarifas, integración
de más servicios por el mismo valor y la constante innovación
tecnológica aplicada por los competidores para no quedar
relegados.
En cambio, en el interior de las provincias de Formosa, Chaco, Salta,
Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, Misiones, Corrientes, San
Luis, o en todo el territorio de La Pampa, Santa Cruz y Tierra del
Fuego, en donde no hubo un solo pedido de licencia, seguirán
en la misma situación actual: un operador monopólico,
pero además sin ningún interés en bajarle la
tarifa ni invertir en una zona no rentable, dado que habrá
perdido la crema del negocio o el subsidio cruzado,
de la que goza hasta ahora por la exclusividad de explotación
de áreas altamente rentables.
Pero, incluso, en el interior de áreas rentables como el
AMBA, se generará una asimetría entre distintas categorías
de clientes. Por ejemplo, el servicio comercial es mucho más
rentable que el residencial, y nada obliga a las nuevas licenciatarias
a brindar un servicio universal (para todos), como sí ocurre
con Telefónica y Telecom. En esa franja, es previsible que
las tarifas a ofrecer sean más atractivas que las que tengan
a disposición los usuarios residenciales urbanos.
Las consecuencias del reparto geográfico de las ventajas
de la competencia libradas al mercado no son novedosas. En un sentido,
reproducirán la actual desigualdad de la riqueza y el ingreso
que existe entre las grandes ciudades y las poblaciones más
aisladas del interior, e incluso al interior de los grandes centros
urbanos entre las unidades de mayor poder económico (consumidores
corporativos) y los sectores de menores recursos (bajo consumo),
por el tipo de ofertas segmentadas de los nuevos operadores.
Si el concepto de servicio universal pretendió
ser una vía para la democratización de la prestación,
fracasó. No sólo porque ocho provincias tienen una
densidad telefónica similar a los países más
pobres de la región, sino porque incluso las estadísticas
dadas por las empresas privadas y el gobierno para Capital Federal
(con un índice de país desarrollado) son
engañosas. Mide la cantidad de teléfonos por cada
cien habitantes, pero no la proporción de hogares con teléfono.
En una ciudad poblada de oficinas, la diferencia no es menor.
En definitiva, no debería sorprender que la densidad telefónica
reproduzca el mapa de ingresos de la Argentina (provincias pobres,
urbes ricas), tras ocho años de ejercicio monopólico
del mercado. Lo grave es que la apertura a la competencia, tal como
está plasmada, tienda a ahondar esas desigualdades.
Quince
competidores en conflicto
Por
Fernando Krakowiak
Quince empresas
competirán con Telefónica y Telecom (trece en telefonía
fija) a partir del 9 de noviembre, completando el proceso de desregulación
iniciado el año pasado con el ingreso de Movicom y CTI al
mercado de las llamadas de larga distancia nacionales e internacionales.
Según afirmó el secretario de Comunicaciones, Henoch
Aguiar, la competencia plena provocará una rebaja del 80
por ciento en las llamadas internacionales y de un 60 por ciento
en la larga distancia nacional. Sin embargo, para los precios de
las tarifas urbanas las perspectivas son más modestas.
La apertura del mercado impulsada por Aguiar genera inquietud en
las dos grandes compañías que operaron en condiciones
monopólicas desde la privatización de Entel. A punto
tal que amenazaron con dejar de invertir en las zonas no rentables
del país si no reciben un subsidio o se le ponen mayores
condicionamientos al ingreso de la competencia.
El conflicto, que podría hacer tambalear la apertura, surge
por las diferencias en torno de cómo debería ser el
marco regulatorio para este nuevo escenario. La Secretaría
de Comunicaciones encendió la mecha al convocar a una consulta
pública para discutir la administración y gestión
del espectro radioeléctrico, el régimen de licencias
y los reglamentos del servicio universal y de interconexión.
El plazo para la presentación de las propuestas venció
el viernes pasado y ahora se deberá decidir.
En el informe presentado por Telecom se afirma que los nuevos operadores
solicitaron licencias para competir sólo en las capitales
de las provincias y en los grandes conglomerados urbanos. Mientras
que ellos tendrían que seguir brindando servicios en todas
las regiones del país al mismo tiempo que ven reducir sus
ganancias en la crema del negocio. El argumento es sencillo:
si las dos grandes compañías telefónicas no
obtienen el subsidio que reclaman, podrían suspender el mantenimiento
de las redes y las inversiones en las zonas que señalan como
no rentables.
Lo llamativo es que la desigualdad en el servicio ya existe. En
la Capital Federal la densidad telefónica es similar a la
de los países desarrollados, con 58 teléfonos cada
cien habitantes. Sin embargo, hay ocho provincias que no alcanzan
a superar los diez teléfonos cada cien habitantes. La falta
de tecnología en comunicaciones sin duda profundiza la crisis
de las economías regionales. Un caso crítico de desconexión
es el de Formosa, con un índice de 4,48 de teledensidad.
La propuesta de Telecom es que los ingresos destinados a financiar
el servicio universal provengan de un fondo donde aporten todos
los operadores o de los costos de interconexión, o peaje,
que se le cobra a la competencia por utilizar las redes propias
cuando necesitan concretar una llamada.
Los operadores entrantes consultados por Cash estarían dispuestos
a aportar un porcentaje de su facturación a un fondo para
sostener el servicio universal, pero se niegan a subsidiar a Telecom
y Telefónica a través de la interconexión ya
que consideran que de ese modo sería imposible competir.
Sólo aceptarían la creación del fondo si se
administra de modo transparente y no implica una contraprestación
automática para las empresas dominantes.
Aguiar afirma que su objetivo es favorecer la competencia en igualdad
de condiciones para todos los operadores, pues la considera un factor
explosivo para impulsar el crecimiento del sistema telefónico
y favorecer la convergencia tecnológica de los distintos
servicios. A menos de seis meses de la apertura total, la polémica
acerca de las reglas que regirán esa competencia acaba de
estallar.
HENOCH
AGUIAR Secretario de Comunicaciones |
El
actual régimen genera
un crecimiento hiperconcentrado
Los
directivos de Telecom afirman que los nuevos operadores
van a entrar a competir sólo en la crema
del negocio.
Efectivamente, las empresas van a los mercados
con mayor poder adquisitivo. El problema es que esto no
va a pasar en el futuro. Es lo que sucedió en la
Argentina en los últimos diez años. En Formosa,
la densidad telefónica es de cinco teléfonos
cada cien habitantes, la mitad de lo que era el promedio
nacional al final de Entel, mientras que la Capital Federal
está cerca de los sesenta teléfonos cada cien
habitantes. Las empresas telefónicas no hacen más
que describir la inversión en la Argentina.
Sin embargo, estas empresas señalan que, si la
competencia se concentra en las grandes ciudades, ellos
deberían recibir un subsidio para seguir brindando
el servicio en las zonas no rentables.
El pliego obliga a no disminuir el nivel de servicios
brindados durante la exclusividad y después de la
exclusividad. Esto tiene una razón económica
muy clara, una vez que el servicio está instalado;
el costo de oportunidad de mantenerlo es claramente más
ventajoso que el costo de conexión.
Según lo que usted manifiesta, el servicio universal
lo tendrían que seguir garantizando Telefónica
y Telecom.
Hasta tanto no haya competencia efectiva en una
zona, se debe respetar la estructura general de tarifas
y Telefónica y Telecom tienen que seguir brindando
el servicio en las localidades en donde están. Lo
cual dista mucho del servicio universal. Hoy en día,
si tuviera que decir quién ha brindado el servicio
universal, hablaría de las 320 cooperativas que brindan
servicio en zonas donde ni Entel ni las telefónicas
habían querido llegar.
En Argentina algunas de las nuevas empresas solicitaron
licencias para comenzar a operar sólo en las grandes
ciudades.
El sistema de licencias vigente dice que para
empezar a brindar telefonía se deben definir las
tres primeras líneas a donde se va a operar en el
momento del lanzamiento. Eso no impide que apenas se den
las condiciones puedan abordar cualquier otra área.
Puede ampliar el servicio a otras áreas, pero
la ley no lo exige.
En este momento no lo exige. Pero creo firmemente
que el actual régimen de licencias genera un crecimiento
hiperconcentrado. Me parece que en esto podemos llegar a
hacer algún aporte interesante.
¿El Gobierno tiene voluntad política para
fortalecer la competencia?
Sí. No hay discusiones sobre el tema.
¿Usted tiene el respaldo del ministro Nicolás
Gallo?
Tengo el respaldo del Presidente de la Nación,
quien ratifica esta política toda vez que habla de
telecomunicaciones. Además, recalco que esto debería
ser así aunque no existiera la voluntad política
para hacerlo porque nos hemos comprometido por los decretos
de privatización de 1990,por los tratados con la
Organización Mundial del Comercio y por la ley 25.000
del Parlamento argentino.
|
La
opinión de unos y otros sobre
el proceso de desregulación
|
Jorge
Zirpoli
(Director de Legales y Marco Regulatorio de Telecom)
Telecom
gana en muy pocas áreas, y en un segmento de clientes
escaso, el suficiente dinero para subsidiar los lugares
donde no gana. Sin embargo, como la competencia va a ir
sólo a las áreas rentables, el subsidio implícito
se tiene que explicitar a través de ingresos que
provengan de un fondo universal donde aportan todos; del
costo que se cobra por la interconexión, o de ambos.
No nos oponemos a la competencia, pero si nos sacan el 20
por ciento de los clientes rentables se acabó el
negocio. Entonces vamos a optimizar la rentabilidad y el
servicio se va a degradar en algunas zonas. No es una amenaza,
es la realidad económica. Hay que definir qué
tipo de país queremos. Si la idea es tener un país
de primera y uno de segunda, entonces Aguiar tiene razón.
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Juan
Carlos Fissore
(Presidente de la Federación de Cooperativas Telefónicas
)
El
movimiento cooperativo siempre defendió la universalidad
del servicio. Nacimos donde el Estado no llegaba porque decían
que eran zonas no rentables. Ahora, las grandes empresas están
preocupadas porque desde noviembre les van a competir en la
crema del negocio. Van a perder recaudación, por lo
tanto quieren que se les compense. Nosotros estuvimos siempre
en zonas marginales y nadie nos compensó nada. Encima,
les venimos dando a esas empresas el 22 por ciento de lo que
recaudamos por llamadas de larga distancia y antes le dábamos
el 60. Si nos dan posibilidades, nos encargaríamos
de atender esas áreas. Pero no a cambio de nada como
hicimos hasta ahora. No queremos vivir de las migajas.
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Martin
L. Kaindl
(Gerente de R R. I I. de MetroRED )
El
Estado debe definir cuál es el servicio universal que
se quiere y el modo en que se va a financiar. En algunos países
implica garantizar un teléfono público cada
quinientos habitantes y en otros, teléfono y acceso
a Internet en todos los hogares. No tenemos ningún
problema en contribuir a un fondo de servicio universal, pero
con ciertas condiciones. Debe ser un subsidio explícito
y no estar incluido en los costos de interconexión.
El dinero debe servir para garantizar el servicio que el Estado
decida y no para financiar a la competencia. Telecom y Telefónica
afirman que garantizar el servicio universal en las zonas
no rentables les ocasiona una pérdida de 300 a 400
millones de dólares al año. Sin embargo, otras
empresas comprobaron que esto no es cierto.
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Norberto
Heyaca
(Gerente General de
Comsat Argentina)
El
servicio universal es una forma de responsabilidad social
que las empresas tenemos que tomar como contraparte del retiro
del Estado de determinadas actividades. Entendemos que debe
haber un mecanismo para facilitar la llegada de las telecomunicaciones
a todo el país y promover las economías regionales.
Las tecnologías de comunicación deberían
ser una herramienta de integración. Si el mecanismo
de servicio universal sirve para eso, bienvenido sea. Una
posibilidad es que todas las empresas aporten un porcentaje
de su facturación a un ente específico que utilice
esos fondos con función social. Comsat podría
ser el carrier principal a algunas localidades del interior
adonde podemos llegar gracias a la tecnología satelital.
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