Darwin
Decía
Keynes en 1935, cuando ocupaban el poder en sus países Hitler,
Mussolini y Roosevelt, y con intención de quedarse largo
tiempo, que las ideas de los economistas, tanto cuando son
correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas
de lo que comúnmente se cree. Los hombres prácticos,
que se creen libres por completo de toda influencia intelectual,
son generalmente esclavos de algún economista difunto.
Si este singular economista, que algunos consideraron el más
importante del siglo XX, estaba en lo cierto, nos preguntamos: ¿qué
economista difunto recorre las mentes de nuestros políticos
criollos? Yo se lo digo, todo junto y por el mismo precio: ¡el
profesor de Keynes!, que en su momento era el titular de Economía
de Cambridge, Alfred Marshall, difunto desde 1924. Este profesor,
de sólida formación matemática, vivió
en la época en que Herbert Spencer (autor preferido por Sarmiento)
desarrollaba un programa de publicaciones en que aplicaba el principio
de la evolución a las más diversas ciencias. Sus obras
fueron: Principios de Biología, Principios de Sociología,
etc. A ellas, Marshall añadió Principios de Economía,
obra que se identificó expresamente con Darwin al adoptar
su lema Natura non facit saltum, y al traducir la teoría
darwiniana de las pequeñas mutaciones al análisis
matemático de los pequeños incrementos. Para Marshall
las empresas eran organismos vivientes, con su momento de gestación,
su madurez y su decaimiento. La competencia en el mercado era la
contrapartida de la lucha por la existencia y la ley de la supervivencia
del más apto. Los economistas, decía, deben
mucho a las numerosas y profundas analogías que se han descubierto
entre la organización social y especialmente la industrial,
por un lado, y la organización física de los animales
superiores, por otro. Hay una unidad fundamental de
acción entre las leyes de la naturaleza en el mundo físico
y el moral. Dentro de ese pensamiento, resulta muy natural
que la organización económica le ordene a una familia,
un grupo o una región geográfica, que se retiren de
la sociedad, porque ya no son útiles. Y la forma de excluirlos
es quitarles capacidad adquisitiva, concentrándola en sectores
ricos: una pequeña necesidad de un rico decía
suele tener más fuerza efectiva en controlar los arreglos
empresarios del mundo que una gran necesidad de un pobre.
Prebisch
Raúl
Prebisch nació el 17 de abril de 1901 en la ciudad de Tucumán,
aunque su familia materna venía de Salta. Terminó
la secundaria en Jujuy, donde su abuelo tenía un colegio
nacional adonde enseñaba latín, y luego pasó
a Buenos Aires para cursar la recién creada carrera de Ciencias
Económicas. Aunque su padre y su apellido eran alemanes,
su madre, Rosa Linares Uriburu, descendía de la aristocracia
salteña. ¿Por eso llegó a viceministro de Hacienda
del general Uriburu y del ministro Uriburu, con apenas 29 años?
Entro en la facultad en 1918, el año de la Reforma Universitaria,
del fin de la guerra, y apenas ocurrida la Revolución Rusa,
en los tiempos nuevos, como decía José
Ingenieros. Los acontecimientos excitaban su deseo de aprender,
y en el segundo año de estudios leyó completo El Capital
de Marx, el tomo traducido por J. B. Justo, de quien no perdía
una sola conferencia, y aun proyectó entrar al Partido Socialista
en 1920, lo que se frustró por desafiar al jefe del partido,
al sugerir que los salarios obreros debían ajustarse por
el costo de la vida, y no por el valor del oro como Justo proponía.
Interesado en ese tema, empezó un seminario con Alejandro
Bunge, en el que terminó reemplazando en sus tareas de auxiliar
a Emilio Ravignani. Con menos de cuarto año de carrera, planteó
en la Revista de Ciencias Económicas que el ciclo argentino
respondía a una realidad distinta de la de los países
desarrollados. Esto lo llevaría después a las categorías
polares centro-periferia, que los autores no dilucidaron si se inspiró
en J. B. Clark, Sombart, Manoilescu o Wagemann, aunque él
siempre sostuvo que era el padre de la criatura. En 1925 fue propuesto
por los dos catedráticos titulares de Economía, Gondra
y Nirenstein, como profesor adjunto, cuando todavía era alumno,
caso único en la historia de la UBA, junto al de Ignacio
Pirovano. Cuando la crisis mundial estaba en lo más hondo,
en 1932, la Sociedad de Naciones lo designa (como único latinoamericano)
para integrar una de las comisiones preparatorias de la Conferencia
Económica Mundial de 1933. En ese año, en Londres,
descubre a Keynes en el periódico The Times, que luego usa
para elaborar el primer plan keynesiano argentino. ¿Lo conoció
a Keynes? Una somera recorrida de su vida nos lanza interrogantes,
temas para investigar, que acaso puedan dilucidarse al cumplirse,
el próximo abril, su primer centenario.
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