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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
20 AGOSTO 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Darwin

Decía Keynes en 1935, cuando ocupaban el poder en sus países Hitler, Mussolini y Roosevelt, y con intención de quedarse largo tiempo, que “las ideas de los economistas, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. Los hombres prácticos, que se creen libres por completo de toda influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto”. Si este singular economista, que algunos consideraron el más importante del siglo XX, estaba en lo cierto, nos preguntamos: ¿qué economista difunto recorre las mentes de nuestros políticos criollos? Yo se lo digo, todo junto y por el mismo precio: ¡el profesor de Keynes!, que en su momento era el titular de Economía de Cambridge, Alfred Marshall, difunto desde 1924. Este profesor, de sólida formación matemática, vivió en la época en que Herbert Spencer (autor preferido por Sarmiento) desarrollaba un programa de publicaciones en que aplicaba el principio de la evolución a las más diversas ciencias. Sus obras fueron: Principios de Biología, Principios de Sociología, etc. A ellas, Marshall añadió Principios de Economía, obra que se identificó expresamente con Darwin al adoptar su lema “Natura non facit saltum”, y al traducir la teoría darwiniana de las pequeñas mutaciones al análisis matemático de los pequeños incrementos. Para Marshall las empresas eran organismos vivientes, con su momento de gestación, su madurez y su decaimiento. La competencia en el mercado era la contrapartida de la lucha por la existencia y la ley de la supervivencia del más apto. “Los economistas, decía, deben mucho a las numerosas y profundas analogías que se han descubierto entre la organización social y especialmente la industrial, por un lado, y la organización física de los animales superiores, por otro”. Hay “una unidad fundamental de acción entre las leyes de la naturaleza en el mundo físico y el moral”. Dentro de ese pensamiento, resulta muy “natural” que la organización económica le ordene a una familia, un grupo o una región geográfica, que se retiren de la sociedad, porque ya no son útiles. Y la forma de excluirlos es quitarles capacidad adquisitiva, concentrándola en sectores ricos: “una pequeña necesidad de un rico –decía– suele tener más fuerza efectiva en controlar los arreglos empresarios del mundo que una gran necesidad de un pobre”.

Prebisch

Raúl Prebisch nació el 17 de abril de 1901 en la ciudad de Tucumán, aunque su familia materna venía de Salta. Terminó la secundaria en Jujuy, donde su abuelo tenía un colegio nacional adonde enseñaba latín, y luego pasó a Buenos Aires para cursar la recién creada carrera de Ciencias Económicas. Aunque su padre y su apellido eran alemanes, su madre, Rosa Linares Uriburu, descendía de la aristocracia salteña. ¿Por eso llegó a viceministro de Hacienda del general Uriburu y del ministro Uriburu, con apenas 29 años? Entro en la facultad en 1918, el año de la Reforma Universitaria, del fin de la guerra, y apenas ocurrida la Revolución Rusa, en “los tiempos nuevos”, como decía José Ingenieros. Los acontecimientos excitaban su deseo de aprender, y en el segundo año de estudios leyó completo El Capital de Marx, el tomo traducido por J. B. Justo, de quien no perdía una sola conferencia, y aun proyectó entrar al Partido Socialista en 1920, lo que se frustró por desafiar al jefe del partido, al sugerir que los salarios obreros debían ajustarse por el costo de la vida, y no por el valor del oro como Justo proponía. Interesado en ese tema, empezó un seminario con Alejandro Bunge, en el que terminó reemplazando en sus tareas de auxiliar a Emilio Ravignani. Con menos de cuarto año de carrera, planteó en la Revista de Ciencias Económicas que el ciclo argentino respondía a una realidad distinta de la de los países desarrollados. Esto lo llevaría después a las categorías polares centro-periferia, que los autores no dilucidaron si se inspiró en J. B. Clark, Sombart, Manoilescu o Wagemann, aunque él siempre sostuvo que era el padre de la criatura. En 1925 fue propuesto por los dos catedráticos titulares de Economía, Gondra y Nirenstein, como profesor adjunto, cuando todavía era alumno, caso único en la historia de la UBA, junto al de Ignacio Pirovano. Cuando la crisis mundial estaba en lo más hondo, en 1932, la Sociedad de Naciones lo designa (como único latinoamericano) para integrar una de las comisiones preparatorias de la Conferencia Económica Mundial de 1933. En ese año, en Londres, descubre a Keynes en el periódico The Times, que luego usa para elaborar el primer plan keynesiano argentino. ¿Lo conoció a Keynes? Una somera recorrida de su vida nos lanza interrogantes, temas para investigar, que acaso puedan dilucidarse al cumplirse, el próximo abril, su primer centenario.