C L A V E S
Medicamentos precios
Los precios de los distintos remedios varían
hasta en más de un 1000 por ciento.
Esas
diferencias generan una transferencia desde los consumidores hacia
los laboratorios de más de 1500 millones de pesos anuales.
La
industria farmacéutica factura casi 5000 millones de pesos
al año.
Y,
como ocurre en casi todo el mundo, tiene como principal cliente
al Estado.
El Estado tiene el poder para intervenir en el mercado, pero no
lo utiliza.
Los
hospitales consumen 500 millones de pesos anuales en fármacos.
Y
el PAMI (intervenido por el Estado) se hace cargo de la mitad de
los 700 millones de pesos que consumen sus afiliados por año.
Los
tibios intentos de los gobiernos nacional y provinciales por regular
el mercado fueron rápidamente abortados por el lobby de los
laboratorios.
Por
Roberto Navarro
El
laboratorio farmacéutico Northia provee a los hospitales
el antibiótico de última generación Ciprofloxacina,
sin marca, a 22 centavos la unidad. Para venta al público,
Northia les entrega a las farmacias el mismo producto a 40 centavos
la unidad. A la vez, Northia produce Ciprofloxacina para terceros,
entre ellos, para Laboratorios Roemmers, que luego la vende, con
marca Ciriax, a 4,2 pesos la unidad. La tercerización es
habitual en el mercado farmacéutico. Pero aun en los casos
en que cada laboratorio produce sus propios fármacos, las
drogas utilizadas, y por lo tanto sus efectos terapéuticos,
son las mismas. Sin embargo, los precios de las distintas marcas
varían, en muchos casos, en más de un 1000 por ciento.
Esas diferencias generan una transferencia de recursos desde los
consumidores hacia los laboratorios de más de 1500 millones
de pesos anuales. La industria farmacéutica factura casi
5000 millones de pesos al año y, como ocurre en casi todo
el mundo, tiene como principal cliente al Estado. Y que en gran
medida compra caro.
La mayoría de los países europeos, Canadá,
Japón y otras naciones regulan los precios de los medicamentos
con un laboratorio estatal, que actúa como testigo del mercado,
o con precios máximos legales o utilizando el poder de compra
del Estado para generar competencia entre la industria y así
inducir una disminución de los precios.
En la Argentina, que tiene los terceros medicamentos más
caros del mundo, los tibios intentos de los gobiernos nacional y
provinciales por regular el mercado fueron rápidamente abortados
por el poderoso lobby de la industria medicinal, con un poder económico
que termina de convencer a los funcionarios que en un primer momento
aspiraban a realizar al menos tibias reformas en ese mercado.
El Estado tiene el poder para intervenir en el mercado y generar
competencia porque es principal cliente de los laboratorios, pero
no lo utiliza. Los hospitales consumen 500 millones de pesos anuales
en fármacos, y el PAMI (intervenido por el Estado), se hace
cargo de la mitad de los 700 millones de pesos que consumen sus
afiliados anualmente. La obra social de los jubilados les paga a
los laboratorios una suma fija mensual de 27,5 millones de pesos
y no controla cuántos medicamentos entrega la industria a
cambio. En mayo pasado PAMI canceló el contrato que firmó
Víctor Alderete en 1997 y propuso ir hacia un sistema de
competencia, pero el lobby de los laboratorios fue tan fuerte que
se terminó negociando la continuidad del convenio a cambio
de un descuento de 5 millones mensuales (ver nota aparte).
Este invierno los hospitales pagaron la vacuna contra la gripe entre
90 centavos y 2,20 pesos. En las farmacias cuesta 30 pesos. El costo
de la mayoría de las drogas no supera los 10 centavos. El
precio a que las venden los laboratorios depende de la presión
que ejerza el comprador. Los 33 hospitales dependientes de la Secretaría
de Salud de la Ciudad de Buenos Aires se proveen cada uno por su
cuenta. En vez de aprovechar el poder que les daría una compra
conjunta, negocian por separado con suerte diversa. Así se
pueden encontrar diferencias de precios superiores al 50 por ciento
en la compra de la misma droga entre dos hospitales separados por
20 cuadras.
Amanda Ruvilar, subsecretaria de Gerenciamiento Estratégico
de la ciudad, explicó a Cash que en los hospitales
existen burocracias administrativas, encargadas históricamente
de las compras, que se resisten a resignar sus funciones.
Y que los laboratorios, acostumbrados a que nunca hubo regulaciones
sobre sus operaciones, ejercen un fuerte lobby para mantener
el actual esquema.
La misma situación, pero con peores resultados, se repite
en la provincia de Buenos Aires. Los hospitales de los distintos
municipios se proveen por separado y a distintos precios. Cash efectuó
una comparación entre los 30 fármacos que más
utilizan los hospitales de la ciudad y de la provincia de Buenos
Aires y encontró que, en la mayoría de los casos,
los establecimientos de la ciudad compran casi a la mitad del precio
que los de la provincia. La excepción son los fármacos
que la provincia gobernada por Carlos Ruckauf produce en su propio
laboratorio. Las 40 drogas que se elaboran en el establecimiento
provincial desde hace cuatro años llegan a los hospitales
a precios muchísimo más bajos que los de la industria
privada. El ministro de Salud bonaerense, Juan José Mucci,
no quiso extender la producción al resto del vademécum
medicinal porque, según explicó a Cash, la Ley de
Patentes, que regirá desde octubre próximo, les dará
la exclusividad de explotación a los laboratorios que investigaron
cada droga. Pero la nueva legislación sólo protegerá
a los fármacos que surjan de ahora en adelante y, aunque
la ley rigiera plenamente, sólo el 18 por ciento de las drogas
aprobadas internacionalmente está cubierto por patentes.
Funcionarios cercanos al ministro, que pidieron no ser citados,
aseguraron a este suplemento que, en realidad, fue el lobby de la
industria farmacéutica el que detuvo el crecimiento del laboratorio
provincial.
Relacion
de a tres
El antifebril que más se vende es Novalgina, del laboratorio
Hoechst, que cuesta 38 centavos; con la misma droga (Dipirona),
la empresa Veinfar produce Larjan y lo vende a 12 centavos; los
hospitales pagan la Dipirona entre 1 y 2 centavos.
El mercado de medicamentos es particular porque el que consume el
producto, el paciente, no lo elige, y el que lo elige, el médico,
no lo paga. Los médicos recetan según los consejos
de los mismos laboratorios, que incentivan a los profesionales de
la salud con regalos, cursos en el exterior y hasta con un porcentaje
de la facturación que el médico genere. Así,
aunque en el mercado coexisten productos iguales con diferencias
de precios enormes, los que más se venden son los más
caros.
En Estados Unidos los médicos recetan por el nombre genérico
de la droga y el consumidor compra la marca que prefiere, generalmente
la más barata. Incluso las farmacias venden por unidades
sueltas y sin marca. La legislación argentina sólo
les permite comprar genéricos a los hospitales. Los consumidores
están obligados a pagar hasta 20 veces más por el
mismo producto y en un envase que, en muchos casos, contiene más
unidades que las necesarias para el tratamiento indicado.
Obras
sociales
A partir del presente año la vacuna contra la hepatitis
B es obligatoria y los hospitales, que la pagaron un promedio de
1 peso, la entregan en forma gratuita. En las farmacias cuesta 40
pesos. El 90 por ciento de la facturación de las farmacias
depende del sistema de obras sociales. Cuando un afiliado compra
un medicamento, paga, en promedio, un 50 por ciento del precio;
de la otra mitad se hace cargo la entidad gremial. En consecuencia,
el sobreprecio que se paga por cada medicamento va en detrimento
de las alicaídas obras sociales, que gastan el 35 por ciento
de sus presupuestos en fármacos, y de los consumidores, que,
para solventar semejantes precios, dejan de consumir otros productos,
con su consecuente perjuicio para la economía nacional.
En los países desarrollados el gasto en medicamentos es el
14 por ciento del gasto total en salud. En la Argentina los fármacos
se llevan el 21 por ciento de ese total. Según un estudio
del Colegio de Farmacéuticos de la Provincia de Buenos Aires,
si los médicos eligieran siempre la marca más barata,
los laboratorios disminuirían su facturación en un
35 por ciento. En la situación actual, esa diferencia significa
una transferencia de recursos de los consumidores hacia la industria
farmacéutica superior a 1500 millones de pesos anuales.
LA
OBRA SOCIAL DE LOS JUBILADOS COMO CASO TESTIGO
El poder de los laboratorios
Por
R.N.
Antes
de abandonar su puesto como interventora del PAMI, Cecilia Felgueras
intentó utilizar el poder de compra de la obra social para
generar competencia en el mercado farmacéutico y así
conseguir mejores precios para los jubilados. Pero el lobby de los
laboratorios fue más fuerte y el proyecto se canceló.
El 12 de mayo pasado la intervención de PAMI rescindió
el convenio firmado en 1997 por el ex interventor Víctor
Alderete y las tres cámaras que representan a la industria
farmacéutica. El contrato, que vencía en el 2001,
era simple y favorable a los laboratorios: PAMI pagaba una suma
fija de 27,5 millones de pesos mensuales y la industria proveía
los fármacos sin control ni competencia alguna. Cash tuvo
acceso exclusivo al expediente de cancelación. En sus considerandos,
basados en un estudio de la Gerencia de Prestaciones Médicas,
asesorada por médicos y farmacéuticos de la Universidad
de Buenos Aires, la intervención afirma que es inviable
renegociar el contrato en los términos y plazos pactados
y que resulta imprescindible elaborar un listado terapéutico
específico y evaluar distintos modelos de contratación
alternativos, basados en procesos competitivos y transparentes.
Sin embargo, dos meses después, la intervención terminó
aceptando la propuesta inicial de la industria (la misma que había
rechazado en varias oportunidades), que consiste en concluir el
contrato en los mismos términos, pero con un descuento de
5 millones mensuales.
PAMI es el cliente más grande de la industria. Sus compras
superan los 700 millones de pesos anuales. De ese total, los jubilados
pagan el 54 por ciento y PAMI, el resto. El descuento cedido por
la industria sólo es para el componente a cargo de la obra
social; los afiliados seguirán pagando lo mismo.
Apenas asumida la actual intervención, se comenzó
el estudio de alternativas para disminuir uno de los costos más
importantes de la obra social. La Gerencia de Prestaciones Médicas,
luego de varios meses de análisis y consultas con profesionales
de las áreas comprometidas en el tema, efectuó distintas
propuestas. Una de ellas era imitar el sistema que funciona en IOMA,
la obra social de los empleados de la provincia de Buenos Aires.
Hace más de diez años que IOMA trabaja con un vademécum
de poco más de 300 drogas, que compra mediante licitaciones
periódicas. Luego de cada licitación, la obra social
bonaerense entrega a sus prestadores médicos las marcas que
deben prescribir a sus afiliados. Así lograron reducir el
gasto en medicamentos a 5 pesos por persona. El de PAMI es de 12
pesos. Otra alternativa que se evaluó era la de licitar directamente
genéricos, sin marca, y envasarlos en cajitas con la identificación
PAMI. Esta propuesta reducía tanto los precios
que hubiese permitido entregar los medicamentos sin cargo para los
afiliados.
Entre el 12 de mayo y el 20 de julio, día en que Felgueras
dejó PAMI, los laboratorios consiguieron hacer cambiar de
idea a la actual vicejefa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
y a Horacio Rodríguez Larreta, el otro interventor de la
obra social, que también había firmado la rescisión
del convenio. Larreta aseguró a Cash que habían
alcanzado un acuerdo conveniente y que estaba seguro de que los
afiliados aprobaban la medida. Pero altos funcionarios de
la entidad relataron a este suplemento que fueron las presiones
de la industria farmacéutica las que convencieron a los interventores
de la conveniencia de no abrir otro frente de batalla.
ROBERTO
DVOSKIN economista de la Universidad San Andrés
El
lobby es más fuerte que los gobiernos
¿Hay
una transferencia de recursos de los consumidores a los laboratorios?
Sí, y cada vez más importante. La
ineficiencia del sistema derivó en que la industria
maneje el mercado. Entonces, por precios excesivos y por sobremedicación,
se generó una transferencia de recursos enorme, que
es nociva para la economía en general. La responsabilidad
es del Estado, que dejó de participar y de regular
el mercado. Este es un tema que se discute en todo el mundo
y en ningún país serio se plantea que los precios
de un bien del que dependen la salud y la vida de las personas
no reciban ningún control de la sociedad.
¿Cómo lo manejan?
En Alemania, por ejemplo, existe una fundación
que controla la salida, la calidad y los precios de los medicamentos.
Cuando el Estado tiene que comprar, lo hace en base a esa
información. Entre todas las marcas que aprobaron el
nivel de calidad exigida, se compran las más baratas.
No se deja la decisión en manos del médico.
El Estado es el mejor cliente de los laboratorios en todo
el mundo. En Argentina compra el PAMI por un lado, las obras
sociales provinciales por el otro, los hospitales separados
y sin ningún asesoramiento. Así el mercado lo
maneja la industria fácilmente.
¿Están dadas las condiciones para cambiar
el sistema?
Lo pueden hacer ya mismo. Entre todos los medicamentos
aprobados por el Anmat hay que armar un vademécum.
Y, con el control de la Sigen, el Ministerio de Salud tiene
que empezar a comprar y proveer a todos los organismos que
estén manejados por el Estado. Hay que hacer valer
el poder de compra estatal.
¿De qué otra manera se pueden controlar los
precios?
Hay muchos países, Inglaterra, Francia y
Chile, entre otros, que mantienen laboratorios del Estado,
que no tienen una gran producción, pero que marcan
precios testigo. En Argentina hace muchos años que
el lobby de los laboratorios es más fuerte que la decisión
de los gobiernos. Se piensa que si se regula el mercado podrían
irse del país o suspender la provisión por un
tiempo. Pero alguna vez habrá que librar esa batalla
y ver qué pasa. Siempre se pueden importar medicamentos,
como se hace con otros bienes.
HORACIO
RODRIGUEZ LARRETA interventor de PAMI
Conseguimos
un descuento de 5 millones
¿Por
qué cambiaron de opinión y siguieron con el
viejo contrato de medicamentos, en vez de ir hacia un sistema
de competencia?
Cuando cancelamos el contrato teníamos seis
meses para renegociar. Conseguimos un descuento de cinco millones
de pesos mensuales. No es poco.
¿Cómo sabe si es poco o mucho si no hay ningún
control sobre los medicamentos que entrega la industria?
Hasta ahora no lo hubo, pero comenzaremos a auditarlo
y para el próximo contrato se negociará con
los datos en la mano.
En los considerandos de la cancelación del contrato,
firmado por usted y Cecilia Felgueras, se afirma que es imposible
renegociar en estas condiciones y que había que armar
un vademécum y realizar licitaciones transparentes.
Se evaluó esa posibilidad, pero era un cambio
radical que significaba quitarles a los médicos la
posibilidad de prescribir la marca que ellos eligieran. Así
les mantuvimos la decisión y conseguimos un buen descuento.
Con otros sistemas hubiesen ahorrado mucho más.
Puede ser, pero yo estoy conforme con lo que conseguí.
El descuento conseguido es para el PAMI, pero los jubilados,
que pagan, en promedio, el 54 por ciento del precio, van a
seguir gastando lo mismo.
Pienso que prefieren pagar más y poder consumir
lo que elige su médico. Personalmente, no creo que
tengamos el derecho a decidir qué medicamento deben
consumir.
La Confederación Médica, el Colegio de Farmacéuticos
y el Anmat confirman que, en el país, los medicamentos
que contienen una misma droga son iguales.
Hay distintas opiniones al respecto, pero, de todas
maneras, si fuera así, es responsabilidad de los reguladores
promover el uso de genéricos, no nuestra.
Ustedes son los clientes más grandes de la industria,
podrían usar ese poder para conseguir mejores precios.
Gracias a ese poder conseguimos una rebaja sustancial.
Y en el futuro, con el nuevo sistema de control, quizá
lo mejoremos aún más.
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