Autos y hombres
Viajar en automóvil
implica desplazar un bien privado por un espacio público
(calles, rutas, autopistas). A la manera de juegos de suma cero,
en el momento que un fragmento del espacio público es ocupado
por un automóvil, no puede ser ocupado por otro. Ello involucra
una competencia por la ocupación del espacio, ya sea en movimiento
o en reposo. (1) El derecho a estacionar vale sólo para el
carril pegado al cordón derecho, si un cartel no lo prohíbe.
Si hay cartel, el conductor estaciona sobre el carril izquierdo,
donde no hay cartel, porque allí siempre está prohibido,
si un cartel no lo autoriza. Inmovilizar allí un auto bloquea
un carril destinado a que circulen todos: es una apropiación
privada de un recurso público. (2) Lo anterior lleva a que
no se respetan las señales. Si conduce en una autopista,
donde no debe exceder los 130, y tiene un auto ultramoderno, cree
tener un derecho natural a usar el carril más rápido
y que cualquiera que le aparezca por delante tiene que hacerse a
un lado para dejarle paso, así conduzca a 180: cree más
en la fuerza que en los reglamentos, más en la amenaza que
en el respeto de la ley. (3) En cambio, si tiene un cascajo, no
conduce por la derecha, sino por el segundo carril más rápido,
estorbando la circulación de otros: no tiene conciencia de
sus propias limitaciones y, por ende, le cuesta superarlas. (4)
Si llueve, no baja la velocidad y choca, bloqueando y demorando
a los que vienen detrás; éstos, a su vez, superado
el lugar del accidente, retoman a alta velocidad el camino y chocan
ellos mismos: no aprende de sus desgracias, cambiando para mejor.
(5) Si el semáforo lo detiene, aguarda encima de la senda
peatonal y le importa un bledo si debe cruzar la calle un menor,
un cochecito de bebé, etc.: si es empresario, es imaginable
cuánto le importa el consumidor. (6) Si le molesta el que
va adelante y no lo puede sobrepasar, en un lomo de burro en lugar
de bajar velocidad acelera y se pone delante: quiere ser primero,
aunque sea con trampa. Ver cómo maneja el argentino lleva,
pues, a examinar cómo se mueve y resuelve situaciones competitivas;
permite entender cómo la economía de libremercado
se aceptó tan rápido aquí y pone de manifiesto
nuestras dificultades para resolver los problemas generados por
el libre albedrío y la ausencia de regulación y control.
Y no sólo en el ámbito privado, sino también
el uso que suele hacerse de los cargos públicos.
Coimas
en el Senado
Las
leyes argentinas del siglo XX, al cabo de largas y a veces sangrientas
luchas, establecían la intangibilidad del salario: éste
no podía ser embargado ni recortado en ninguna forma. También
prohibían la prolongación de la jornada laboral y
regulaban el trabajo insalubre, nocturno y de sectores sociales
vulnerables, como el niño y la mujer. Muchas veces la ley
era violada, pero estaban los tribunales laborales para poner orden
entre las partes. Al finalizar el siglo, el Estado regulador entró
en crisis, se replegó y muchas de sus funciones fueron tomadas
por el mercado. En éste, las relaciones se rigen por la búsqueda
de la ganancia máxima, es decir, en la comparación
entre ingresos y costos la diferencia es la mayor factible. En la
comercialización de bienes de consumo, el mercado se rige
por el interés empresarial, ya que las empresas son grandes
y pocas, mientras los consumidores son muchos y desorganizados.
Es natural que las empresas aprovechen su poder monopólico
para aumentar el precio de venta y para pagar salarios ínfimos
(nótese que una remuneración total de $ 80 es un salario
por hora de $ 10 si la jornada es de 8 horas, y de $ 8 si la jornada
dura 10 horas). Se calcula con exactitud matemática la economía
empresarial de costos si una ley permite reducir salarios o bien
alargar la jornada laboral. Digamos que sea de $ 1000. Para las
empresas no sería ganancia si, para aprobar una ley, debieran
sobornar a los legisladores con una suma de $ 1000, pero sísería
una movida rentable si la ley pudiera obtenerse por cualquier suma
menor a $ 1000. Por su parte, los legisladores debieron competir
para obtener sus cargos y para ello debieron invertir gruesas sumas,
a veces millonarias. ¿Es razonable pensar que ese enorme
costo fue asumido por puro altruismo, o debemos más bien
suponer un firme propósito de recobrar la inversión?
¿Y de dónde saldrán ingresos muy superiores
a los sueldos oficiales del Estado? El estudio económico
de la coima comienza con esas preguntas, cuyo trasfondo es la presunción
de incompatibilidad entre instituciones democráticas dedicadas
a defender el interés público y las reglas del mercado
regido por el cálculo económico. También lleva
a pensar a qué país queremos parecernos: ¿a
aquéllos donde los cargos públicos se llenan por concurso?
¿O a aquéllos donde el camino es el favor personal
y el cobro de peajes para que las cosas marchen?
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