El precio del sí
VEl principal
referente inglés de la ciencia económica neoclásica,
Alfred Marhsall, llamó precio de demanda a aquella
suma de dinero que el demandante de un producto o servicio estaría
dispuesto a pagar por no privarse de una unidad del mismo. Esto
puede traducirse: a toda necesidad corresponde un precio.
En las instituciones sociales argentinas ese precio
adquirió una versión particular. El Estado como tal
no existe en lado alguno, sino en la figura de los seres humanos
designados para cumplir sus múltiples funciones. Los funcionarios.
Entre esas funciones está la de controlar que los actos de
los particulares no deriven en perjuicios para la sociedad. Entonces
poner policías de tránsito en las rutas, inspectores
bromatológicos, registros comerciales, etc. Pero ¿quién
controla a los controladores, y garantiza que éstos se ciñan
a la tarea que se les encomienda? Uno quiere viajar del trabajo
a casa en su auto, o atender una verdulería o abrir un negocio
cualquiera, y descubre por propia experiencia que una persona investida
de autoridad puede decirle pase o no pase en una ruta, un inspector
decirle venda o no venda en su verdulería o un burócrata
autorizar o no que su establecimiento abra o no. Y como son seres
humanos, igual que todos, al lado del sentimiento altruista, de
lealtad y de cumplimiento del deber, que sin duda aplican a su propia
familia, también está el sentimiento egoísta,
de traición y de aprovechamiento de la función en
beneficio propio. Y saben, sin haberlo estudiado, que su no equivale
a privar al demandante del bien que apetece, y que por no privarse
estaría dispuesto a pagar una suma de dinero. No es necesario
decir cómo se llama esa suma de dinero, porque ya es parte
de nuestra cultura. Todos tuvimos alguna vez encuentros con esos
funcionarios, que nos exigieron dinero para iniciar o seguir realizando
cierta actividad. ¿Sorprende que en el Estado mismo haya
un precio de demanda para evitar un no?
En la división de los poderes las funciones de gobernar,
legislar e impartir justicia están separadas. Si en la campaña
el político seduce a los electores, una vez electos el vínculo
con los electores se corta, y las necesidades pasan a ser las de
los poderes entre sí. El Ejecutivo no puede condenar o absolver
sino a través de la Justicia, ni regular sino a través
del Legislativo. Y por tanto, un precio corresponde a cada necesidad.vor
personal y el cobro de peajes para que las cosas marchen?
Consejos
de viejos
La
historia de Fausto refleja el alma humana en su etapa senil. Lejos
de dejar a los jóvenes los halagos del amor, la belleza y
la buena vida, aquel viejo se aferraba a obtenerlos mediante un
pacto con el demonio. Nuestro viejo típico es el viejo vizcacha
que, privado ya de realizar actos pícaros, elabora sus hazañas
y vivencias pretéritas en consejos pícaros. La función
de dar consejos va, normalmente, del de mayor edad al de menor.
Normalmente porque en épocas estabilizadas las
sociedades crean senatus, o cuerpos de senex,
ancianos. Pero decae el prestigio de la edad en todas las
épocas de reorganización económica o política,
militar o pacífica (Max Weber). En la formación
de las leyes, se califica a los representantes del pueblo como cámara
joven, y como tal, abre un margen a la posibilidad de audacia
o precipitación, que se corregiría al pasar las leyes
por la cámara alta. Este fue el propósito
de Alberdi, al exigir edad distinta a senadores y a diputados. Sin
embargo, hay diputados viejos (como fueron Palacios y Alende) y
senadores jóvenes. Y en su historia el Senado fue escenario
de imprudencias, excesos y corrupción tanto como en Diputados.
Por recordar unos casos, en el gobierno de Juárez Celman
(1886-90) el Senado se convirtió en una máquina de
crear grandes oportunidades de ganancia a empresas particulares;
los casos más sonados fueron el otorgamiento de autorización
para emitir dinero a los Bancos Nacionales Garantidos, el otorgamiento
descontrolado de derechos para hacer tendidos ferroviarios y la
privatización de los servicios de salubridad en la ciudad
de Buenos Aires. Durante la primera presidencia de Yrigoyen (1916-22)
el Ejecutivo radical debió gobernar con ambas cámaras
en contra. Rechazaron iniciativas progresistas: el proyecto de colonización
agrícolo-ganadera, el proyecto de creación de un Banco
Agrícola Nacional, el proyecto de creación de la Marina
Mercante, el proyecto de explotación de yacimientos de petróleo
como propiedad de la Nación en Comodoro Rivadavia,
el proyecto de creación de un Banco de la República
con facultad de emitir moneda, controlar la oferta monetaria, convertir
moneda, descuento y redescuento, otorgar crédito a la industria,
agricultura y ganadería, control de cambios, regulación
de la tasa de interés, emisión de bonos, negociación
de títulos públicos y cámara de compensación.
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