Caraduras
II
En
esta misma columna, el 12 de marzo pasado, se escribió: Ya
todos saben que vos sos un caradura, caradura..., era una de las
líneas de una popular canción de los 70. Y la
fuente de inspiración del autor no fueron los gurúes
de la city. Esa simpática descripción había
estado motivada en la crítica que había empezado a
recibir José Luis Machinea por parte de los militantes de
la ortodoxia fiscal. Estos emprendieron una campaña de crítica
a la estrategia asumida para ajustar las cuentas (baja del gasto
y aumento de impuestos), receta que, precisamente, no se cansaron
de publicitar para que se precipitara el prometido círculo
virtuoso de crecimiento. Ante el rotundo fracaso de esa vía,
viraron su discurso cuestionando esa política por haber abortado
la incipiente recuperación. Ahora, además de los economistas
del mercado, se suman a esa categoría popular
los miembros del equipo económico.
Los muchachos de Machinea estuvieron nueve meses sosteniendo una
exagerada austeridad fiscal, con el objetivo de cumplir la meta
de desequilibrio de 4700 millones de pesos para el corriente año.
Restricción que fue defendida a capa y espada argumentando
que era una obligación que surgía de los límites
establecidos en la Ley de Responsabilidad Fiscal o, como se la conoce,
Convertibilidad Fiscal. Después de un período de machacar
incansablemente con la necesidad de alcanzar ese exigente objetivo,
el secretario de Hacienda, Mario Vicens, revela ahora que, en realidad,
la meta que deben cumplir para no violar la ley no es 4700 millones,
sino 6067 millones de pesos.
Cuántos padecimientos menos habría tenido la economía
si Machinea no hubiera comprado a libro cerrado la receta de la
ortodoxia fiscal. Y cuánto más rápido la economía
habría empezado a recuperarse si no se hubiese encaprichado
en seguir reafirmando que iba a cumplir con ese incansable límite
de déficit.
Se sabe que el valor de la palabra ha sido devaluado por los políticos,
pero los economistas de la city han logrado directamente dolarizarlo.
Esto es: lo hicieron desaparecer como esa iniciativa haría
con el peso. Sin que la piedra que recubre sus rostros se mueva
un poco, saludan con aire académico el reciente cálculo
de Economía acerca de la posibilidad de tener mayor flexibilidad
fiscal. Incluso Vicens reconoció, cuando presentó
el nuevo acuerdo con el FMI con las metas redefinidas, que hay que
aflojar la soga para permitir que la actividad productiva pueda
comenzar a respirar. Todavía es más bochornoso escuchar
ese mismo argumento en los mismos analistas que se han presentando
como guardianes de la austeridad fiscal.
En más de una oportunidad en el Cash se remarcó la
incomprensible sobreactuación del ajuste (por ejemplo, Más
papista que el Papa, por Claudio Lozano, domingo 18 de junio).
Esa inútil y costosa política para la Alianza, como
la de implementar un recorte salarial de empleados públicos,
sumergió a la economía en estado vegetativo, que ahora
se aspira a revivir reformulando los objetivos fiscales.
En esta nueva etapa, sostienen que se necesita crecer, demanda que
proviene de los inversores en títulos públicos argentinos.
Ante semejante reclamo de tan importantes agentes económicos,
se sienten habilitados a mutar un poco el discurso para ver si los
consumidores pierden el miedo al ajuste permanente que tan bien
ha sabido transmitir Machinea como núcleo de su gestión.
A esta altura, la prescripción consiste en disparar el consumo
doméstico retenido para que la rueda de la economía
empiece a rodar, generando mayor actividad y, por lo tanto, más
recursos para el Tesoro por el aumento de los ingresos fiscales.
Esa muestra de comprensión hacia la sufrida población
por parte de los inversores en bonos no es desinteresada: con más
recaudación alejan el fantasma de la cesación de pagos
de los papeles de deuda.
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