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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
17 SEPTIEMBRE 2000








 BUENA MONEDA
 por Alfredo Zaiat


Caraduras II

En esta misma columna, el 12 de marzo pasado, se escribió: “Ya todos saben que vos sos un caradura, caradura..., era una de las líneas de una popular canción de los ‘70. Y la fuente de inspiración del autor no fueron los gurúes de la city”. Esa simpática descripción había estado motivada en la crítica que había empezado a recibir José Luis Machinea por parte de los militantes de la ortodoxia fiscal. Estos emprendieron una campaña de crítica a la estrategia asumida para ajustar las cuentas (baja del gasto y aumento de impuestos), receta que, precisamente, no se cansaron de publicitar para que se precipitara el prometido círculo virtuoso de crecimiento. Ante el rotundo fracaso de esa vía, viraron su discurso cuestionando esa política por haber abortado la incipiente recuperación. Ahora, además de los economistas del “mercado”, se suman a esa categoría popular los miembros del equipo económico.
Los muchachos de Machinea estuvieron nueve meses sosteniendo una exagerada austeridad fiscal, con el objetivo de cumplir la meta de desequilibrio de 4700 millones de pesos para el corriente año. Restricción que fue defendida a capa y espada argumentando que era una obligación que surgía de los límites establecidos en la Ley de Responsabilidad Fiscal o, como se la conoce, Convertibilidad Fiscal. Después de un período de machacar incansablemente con la necesidad de alcanzar ese exigente objetivo, el secretario de Hacienda, Mario Vicens, revela ahora que, en realidad, la meta que deben cumplir para no violar la ley no es 4700 millones, sino 6067 millones de pesos.
Cuántos padecimientos menos habría tenido la economía si Machinea no hubiera comprado a libro cerrado la receta de la ortodoxia fiscal. Y cuánto más rápido la economía habría empezado a recuperarse si no se hubiese encaprichado en seguir reafirmando que iba a cumplir con ese incansable límite de déficit.
Se sabe que el valor de la palabra ha sido devaluado por los políticos, pero los economistas de la city han logrado directamente dolarizarlo. Esto es: lo hicieron desaparecer como esa iniciativa haría con el peso. Sin que la piedra que recubre sus rostros se mueva un poco, saludan con aire académico el reciente cálculo de Economía acerca de la posibilidad de tener mayor flexibilidad fiscal. Incluso Vicens reconoció, cuando presentó el nuevo acuerdo con el FMI con las metas redefinidas, que hay que aflojar la soga para permitir que la actividad productiva pueda comenzar a respirar. Todavía es más bochornoso escuchar ese mismo argumento en los mismos analistas que se han presentando como guardianes de la austeridad fiscal.
En más de una oportunidad en el Cash se remarcó la incomprensible sobreactuación del ajuste (por ejemplo, “Más papista que el Papa”, por Claudio Lozano, domingo 18 de junio). Esa inútil y costosa política para la Alianza, como la de implementar un recorte salarial de empleados públicos, sumergió a la economía en estado vegetativo, que ahora se aspira a revivir reformulando los objetivos fiscales.
En esta nueva etapa, sostienen que se necesita crecer, demanda que proviene de los inversores en títulos públicos argentinos. Ante semejante reclamo de tan importantes agentes económicos, se sienten habilitados a mutar un poco el discurso para ver si los consumidores pierden el miedo al ajuste permanente que tan bien ha sabido transmitir Machinea como núcleo de su gestión. A esta altura, la prescripción consiste en disparar el consumo doméstico retenido para que la rueda de la economía empiece a rodar, generando mayor actividad y, por lo tanto, más recursos para el Tesoro por el aumento de los ingresos fiscales. Esa muestra de comprensión hacia la sufrida población por parte de los inversores en bonos no es desinteresada: con más recaudación alejan el fantasma de la cesación de pagos de los papeles de deuda.