LA
CRISIS POLITICA DE LA ALIANZA Y LA CONVERTIBILIDAD
¿Así se sale de la recesión?
¿Cuánto
falta para que el desmadre político de la Alianza, y también
de la oposición, desate una corrida contra el peso por
un brote de pánico o un ataque especulativo? En momentos
como éste, la maldita convertibilidad parece una bendición,
y el piloto automático de este régimen obra como
un dique de contención frente al caos de la dirigencia
política. Pero es sólo un dique relativo, que no
podría resistir el embate de una desconfianza generalizada.
Si sobreviniese una fuga masiva del peso, la Alianza habría
inducido la dolarización que quiere Menem y que ella rechaza.
Pero no hay garantía cierta de que las reservas externas
aguanten la embestida, y mucho menos de que una Argentina dolarizada
sea viable.
Antes aun de la hipótesis de ruptura de la convertibilidad,
el costo económico de esta crisis será enorme. Si,
de acuerdo con una interpretación muy difundida, asumida
incluso oficialmente, la recesión se prolongaba porque
los consumidores sentían desconfianza e incertidumbre (el
factor psicológico), ahora lo menos que puede esperarse
es una reacción defensiva de todo el mundo, incluyendo
a los empresarios y sus eventuales proyectos de inversión.
Es paradójico que Fernando de la Rúa haya precipitado
el estallido aliancista mediante un recambio de gabinete con el
que descartó a las figuras menos ortodoxas. El jueves por
la noche aún se discutía si las decisiones presidenciales
serían capaces de producir un shock de confianza en los
mercados al fortalecer a José Luis Machinea con la disolución
de Infraestructura y Vivienda. Pero tan sólo un día
después el eje de la discusión se había desplazado:
la cuestión es cómo contener la desconfianza generalizada
en este gobierno y el fuerte deterioro de la imagen presidencial.
Hasta ahora la incertidumbre nacía de la propia política
económica. El temor era alimentado por la desocupación,
la caída del salario, las importaciones incontroladas y
la concentración del mercado en pocas manos. Pero en estos
momentos se añade un elemento nuevo: el miedo a la ingobernabilidad.
Cuánto tiempo le llevará al Presidente disipar esta
espesa nube es una incógnita. Lo único seguro es
que dilatará todavía más la reactivación,
realimentando así los brotes de conflicto social y económico.
¿Cómo hará un gobierno tan debilitado para
apagar los focos de incendio?
Es verdad que la convertibilidad soportó ya varias crisis,
como la del tequila o la salida de Domingo Cavallo. Pero en el
camino siguió acumulando vulnerabilidad (por la creciente
deuda externa, entre otros factores), y no es seguro que pueda
continuar aguantando cualquier empellón. Muestra de su
debilidad es la recesión que se prolonga desde mediados
de 1998. Echarle ahora encima una crisis política de dimensiones
tan aterradoras como la actual puede terminar por quebrarla. Sería,
por supuesto, la peor y más desordenada manera de abandonar
la convertibilidad.