Círculo
perverso
Hay
que bajar el gasto público, dicen unos. Se debe cobrar más
impuestos y, especialmente, a los sectores acomodados, sostienen
otros. Todos coinciden con que una economía con convertibilidad
y elevado endeudamiento tiene que cerrar la brecha fiscal para evitar
el estallido. Unos y otros proponen estrategias para instrumentar
un ajuste que permita el equilibrio de las cuentas. Hay que cortar
el financiamiento a las universidades, provocan los primeros. Se
tiene que impulsar políticas activas para los sectores productivos,
insisten los segundos. Con tantas ideas dando vuelta, ¿por
qué los planes de ajuste, re-ajuste y sobre-ajuste no terminan
de encarrilar una economía sin rumbo? Si bien existen varias
razones, una tiene una raíz estructural que, en general,
no es considerada en su profunda dimensión. La reforma previsional
de 1994 desfinanció al Estado al desviar los aportes jubilatorios
de los trabajadores hacia las AFJP. También se sumó
a esa sangría las quitas en las contribuciones patronales.
Ambas medidas implican una pérdida de recursos para el fisco
de unos 6000 millones de pesos anuales. Así se ha diseñado
un círculo perverso ni vicioso ni virtuoso en
el cual el Estado aumenta su endeudamiento para cubrir ese faltante
emitiendo títulos que compran las AFJP con el dinero que
reciben de los trabajadores, fondos que antes iban al Tesoro nacional.
Los cambios al sistema previsional agudizaron las dificultades para
cerrar el déficit fiscal, debido a que la Seguridad Social
le fue retirada abruptamente gran parte de sus recursos, pero debe
seguir pagando los haberes. Ese desequilibrio presupuestario aumenta
el riesgo país, con el consiguiente incremento de la tasa
de interés, caída del nivel de actividad, menores
ingresos tributarios y, como saldo, un nuevo plan de ajuste.
Siempre se dijo que los regímenes de reparto son un contrato
de solidaridad intergeneracional entre los trabajadores. Los aportes
de la actual permiten el pago de haberes de la pasada. Ese sistema
tiene indudablemente debilidades, pero el de jubilación privada
diseñó un inconsistente acuerdo previsional. Descripto
sintéticamente más arriba su círculo perverso,
la generación actual de trabajadores no sólo rompe
con el compromiso solidario con los viejos trabajadores sumergiéndolos
en haberes paupérrimos al desfinanciarse Seguridad Social,
sino que también hipotecan su futuro y padecen su presente
debido al crecimiento vertiginoso de la deuda pública. Y
todo por una promesa de una imprevisible jubilación futura.
Los economistas se apasionan con prolijos modelos econométricos
y en la evaluación del impacto intertemporal en las cuentas
públicas del régimen jubilatorio de capitalización.
Incluso José Luis Machinea y su alfil en el área de
financiamiento, Daniel Marx, explican en tono académico ante
los representantes de las AFJP el costo de mayor endeudamiento que
asume el Estado por sostener el sistema privado. Estamos poniendo
en nuestras cuentas el pasivo de las futuras generaciones, que antes
no poníamos, definió Marx en la reciente Convención
Anual de la Cámara de AFJP.
Mientras el equipo económico se muestra satisfecho por ese
aporte al incierto bienestar futuro de los argentinos, las AFJP,
controladas en su mayoría por las principales entidades financieras,
se preocupan por el presente de sus bolsillos. En los últimos
doce meses, el conjunto de las administradoras tuvo una ganancia
de 191 millones de pesos, un 15 por ciento más que en los
doce meses anteriores. Mientras tanto, un afiliado que haya derivado
fondos desde el inicio del sistema a una AFJP que haya cobrado una
comisión promedio y obtenido una rentabilidad también
media tiene en su cuenta menos dinero que el aportado. Ese insólito
saldo se debe a que las AFJP cobran una elevadísima comisión
para manejar el dinero que reciben de los trabajadores. La mitad
de esos fondos los destinan en una mitad a comprar títulos
públicos, con lo cual quienes optaron por el sistema privado
para no dejar su futuro en manos del Estado culminaron en la misma
trampa que pretendieron esquivar.
Ese pésimo negocio para trabajadores y Estado es un pista
para entender un poco mejor la actual fragilidad fiscal.
|