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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
05 NOVIEMBRE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Un bosque de números

Uno va a la montaña y ve o siente la nieve, contempla nevar, pero no sabe designar las distintas texturas de la nieve o los distintos modos de nevar. En nuestra cultura la nieve no es una presencia cotidiana, como lo fue el caballo, en un mundo de llanuras y distancias: distinguir sus diversos matices fue una necesidad: alazán, bayo, ruano, moro, tordillo, gateado, pintado, overo, zaino, isabelino, pío, etc. Son términos que expresan rasgos diferenciales y permiten comunicarlos a otros: hacerlos saber de unos a otros. Porque un mensaje procura eso: mostrar, descubrir, aclarar. Pero no todos los mensajes. Algunos se proponen todo lo contrario: entre ellos, los lenguajes prostibularios, carcelarios o del hampa, cuyos vocablos buscan no ser entendidos por otros. También están las distintas jerigonzas que ideaban los internados en campos de concentración para no revelar a sus captores sus temas de conversación. Incluso los niños juegan a hablar ocultando los mensajes, al usar el llamado “jeringozo”. Hay un caso económico con estos rasgos: la moneda de cuenta, o sea aquel bien –real o imaginario– utilizado para medir cantidades monetarias, que se contrapone al dinero real, aquel con el que se pagan las transacciones. Según Walras, se llama numéraire, lo que podría traducirse por numerador (no por numerario). En nuestro caso las monedas de cuenta son fracciones o múltiplos de la unidad monetaria: la guita (0,01), el mango (1), el diego (10), la gamba (100), la luca (1000) y el palo (1.000.000). ¿Aclaran u ocultan? Alguien me dio la clave: su hermano necesitaba “un palo verde” para resolver sus problemas, y desconocía el significado de palo verde. La realidad también da pistas: es proverbial nuestra reticencia a declarar con total precisión el monto del patrimonio o del verdadero ingreso. Belgrano, cuando recababa datos a los curas de parroquias del interior, hacia 1800, debía insistir en que no había detrás ningún propósito de requerirles el pago de impuestos. Probemos hoy a ver si las empresas abren sus libros contables a la inspección de los trabajadores, y a partir de ello constatar si hay aumentos de productividad y por tanto corresponde aumentar el salario. Se dirá que es para evitar el espionaje industrial. ¿O se tratará de evitar que se sepa de activos e inversiones en el exterior? En nuestra cultura lo menos agradable es mostrar los propios números.

“Lo primero es lo primero

Cuando en 1942 Lord Beveridge presentó su famoso informe sobre seguridad social, usó una frase particular: “first things first”, que puede entenderse como ver en primer término las raíces de un problema, antes que irse por las ramas. ¿Qué es lo primero del sistema económico en que vivimos? Sin duda, la preeminencia del mercado, escenario natural de la ley de la oferta y la demanda. Si alguien conoce bien esa ley es David Gale, quien así la enunció: En un mercado libre el precio de cada mercancía depende de la extensión de la demanda de los consumidores. Si, a un conjunto dado de precios, la demanda de un bien excede la oferta disponible, entonces su precio aumenta, y si la oferta excede la demanda el precio caerá. La segunda parte es la que nos interesa, pues la caída que pronostica no tiene otro límite que cero. Aunque en realidad no es necesario que el precio llegue a cero: basta un nivel suficientemente bajo para que la “oferta”, es decir, los productores de cierto bien, reaccionen de inmediato restringiendo la producción. Sobran ejemplos históricos: a partir de 1929, la caída en picada de los bienes primarios exportados por la Argentina y otros países (como el café del Brasil) hizo no rentable ni siquiera levantar las cosechas. El propio gobierno aconsejó verter vino en las acequias, o usar cereal como combustible. Por tanto, la producción por encima de las necesidades, expresadas a través de la demanda, lleva a un precio no rentable para el productor. Como el desocupado sólo podría pagar un precio cero, y a ese precio la empresa se abstiene de producir, se concluye que de la empresa bajo esas condiciones no puede esperarse que satisfaga las necesidades de todos. Y no se espere que el desempleo disminuya: desde el siglo XVIII la población no dejó de crecer, y la tecnología evolucionó en el sentido de emplear cada vez menos población. A la vez, sólo aquellos con empleo reciben capacidad adquisitiva. La mayor capacidad productiva no tiene como contraparte un crecimiento de la demanda. Al contrario, mayor proporción de los habitantes se verá arrojada a la marginación y a la obtención de la subsistencia por caminos “informales”. La única salida a la vista es proveer artificialmente de salario a todo habitante al que no se pueda dar empleo. Lo primero es, pues, fijar quién pagará tales “salarios”. Y nuestro régimen indica que los fondos deben tomarse de allí donde los hay.