¿Pobres para siempre?
La ciencia económica se refiere tanto al mundo, tal y como
es, como al mundo al que se aspira. La primera parte es la economía
positiva, y en ella tiene lugar el análisis económico.
La segunda es la economía normativa, y en ella se inscribe
la política económica. La primera no necesita regirse
por valores. La segunda, por el contrario, si no se sujeta a valores,
puede conducir a la destrucción de la sociedad. ¿Qué
valores? Los primeros escritores de economía filósofos
griegos y escolásticos condicionaban lo económico
a la justicia. Nuestra cultura otorga autoridad última a
la Biblia. En ella las relaciones económicas se rigen no
sólo por la justicia, sino por la solidaridad, el deber del
más fuerte o más dotado de ayudar al más débil
o menos dotado. Ello supone una transferencia de recursos, que hace
que a quienes poseen en demasía les sobre un poco menos,
y a quienes viven en penuria o indigencia la vida les sea un poco
menos dura. Sin producir igualdad absoluta, la acción del
gobernante reduce la desigualdad, al limar desigualdades naturales
o circunstanciales. Son desigualdades naturales la edad (niño,
anciano) y el género. Crea desigualdad circunstancial enviudar,
perder una propiedad, caer en la escala social, ser agricultor u
obrero urbano. Procuraba evitar que sobre la desigualdad no se montasen
situaciones de privación, explotación o sometimiento
de los menos favorecidos. Y establecía el deber de solidaridad
con el débil, el desposeído, el caído en desgracia
y el oprimido. La norma ética era el renunciamiento a una
parte de aquello poseído en abundancia y compartirlo con
los carecientes: Compartirás tu pan con el hambriento,
los pobres sin techo entrarán en tu casa, vestirás
al desnudo (Isaías 58). Anticipaba así la justicia
social. Prohibía la explotación (Buscad la justicia,
dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano
y defended a la viuda. Isaías 1), exigía dar
un nivel mínimo de subsistencia, más allá de
sexo, edad o situación laboral. Regulaba los impuestos a
la producción, préstamo de dinero, entrega de víveres
a los pobres, pago de salarios en término y limitación
de la propiedad en el tiempo (jubileo). El camino de la igualdad
une, pacifica y tiene un límite. El camino de la desigualdad
que quita al anciano jubilado o a la mujer trabajadora para
dar a los ya ricos desune, enfrenta y su único límite
es la aniquilación.
Actuarios
Cada
hombre es singular e irrepetible. Pero algunos hacen de su presencia
en la tierra un factor de elevación, esperanza y alegría.
Que esos resultados nazcan de oír y ver a un predicador persuasivo,
a un primer actor, a un orador brillante, es casi normal. No lo
es tanto de escuchar una clase de matemática. Sin embargo,
un profesor de la UBA lo logró, desde la fundación
de la Facultad de Ciencias Económicas: José González
Galé (1877-1963). La llegada de González Galé
al aula recordaba su ex alumno Marcelo Cañellas
era un estímulo para la voluntad, un despertar del deseo
de trabajar con símbolos y con logaritmos, un deseo de avanzar
algo más en el conocimiento de la materia, que con su enseñanza
se hacía accesible para todos. Enseñó
cálculo de probabilidades, matemática financiera y
matemática actuarial. En 1929 recibió de la facultad
el título de Actuario y elaboró el primer programa
de Biometría, materia en que fue también el primer
profesor. En 1933 la universidad le otorgó el Doctorado Honoris
Causa y al año siguiente lo incorporó como miembro
la Academia Nacional de Ciencias Económicas. En esta institución
presentó estudios sobre El problema de las jubilaciones
(1938), La seguridad social y la postguerra (1943),
El problema de la vivienda (1944), Problemas demográficos
del momento (1944), Los problemas de envejecer y su
aspecto económico (1945), Previsión social
(1946), Lo que nos cuenta un censo (1947), Origen
y desarrollo del seguro (1947) y El grave problema de
las jubilaciones (1956), que hoy merecen releerse. Su recuerdo
viene al caso al acercarse las Jornadas actuariales Buenos
Aires 2000 (30 noviembre 2000). Decía: A la misión
que los actuarios se adjudicaron a sí mismos en un principio
calcular primas y reservas para las compañías
de seguros se han ido agregando otras. Pero en el actuario
ha de prevalecer una cualidad esencial: tener un criterio certero
para sondear el porvenir, a la luz del cálculo de probabilidades.
Sondeo que no puede, lógicamente, dar jamás una certidumbre.
Pero que tiene que alejarse de las conjeturas y las corazonadas
de los augures y las pitonisas. El cálculo de las probabilidades
extiende a todas horas sus tentáculos. Con ellos llega ya
a los más apartados rincones de los cielos. El actuario,
fijos los ojos en la altura, ha de permanecer con los pies firmemente
asentados sobre la tierra.
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