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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
19 NOVIEMBRE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


¿Pobres para siempre?

La ciencia económica se refiere tanto al mundo, tal y como es, como al mundo al que se aspira. La primera parte es la economía positiva, y en ella tiene lugar el análisis económico. La segunda es la economía normativa, y en ella se inscribe la política económica. La primera no necesita regirse por valores. La segunda, por el contrario, si no se sujeta a valores, puede conducir a la destrucción de la sociedad. ¿Qué valores? Los primeros escritores de economía –filósofos griegos y escolásticos– condicionaban lo económico a la justicia. Nuestra cultura otorga autoridad última a la Biblia. En ella las relaciones económicas se rigen no sólo por la justicia, sino por la solidaridad, el deber del más fuerte o más dotado de ayudar al más débil o menos dotado. Ello supone una transferencia de recursos, que hace que a quienes poseen en demasía les sobre un poco menos, y a quienes viven en penuria o indigencia la vida les sea un poco menos dura. Sin producir igualdad absoluta, la acción del gobernante reduce la desigualdad, al limar desigualdades naturales o circunstanciales. Son desigualdades naturales la edad (niño, anciano) y el género. Crea desigualdad circunstancial enviudar, perder una propiedad, caer en la escala social, ser agricultor u obrero urbano. Procuraba evitar que sobre la desigualdad no se montasen situaciones de privación, explotación o sometimiento de los menos favorecidos. Y establecía el deber de solidaridad con el débil, el desposeído, el caído en desgracia y el oprimido. La norma ética era el renunciamiento a una parte de aquello poseído en abundancia y compartirlo con los carecientes: “Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán en tu casa, vestirás al desnudo” (Isaías 58). Anticipaba así la justicia social. Prohibía la explotación (“Buscad la justicia, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano y defended a la viuda”. Isaías 1), exigía dar un nivel mínimo de subsistencia, más allá de sexo, edad o situación laboral. Regulaba los impuestos a la producción, préstamo de dinero, entrega de víveres a los pobres, pago de salarios en término y limitación de la propiedad en el tiempo (jubileo). El camino de la igualdad une, pacifica y tiene un límite. El camino de la desigualdad –que quita al anciano jubilado o a la mujer trabajadora para dar a los ya ricos– desune, enfrenta y su único límite es la aniquilación.

Actuarios

Cada hombre es singular e irrepetible. Pero algunos hacen de su presencia en la tierra un factor de elevación, esperanza y alegría. Que esos resultados nazcan de oír y ver a un predicador persuasivo, a un primer actor, a un orador brillante, es casi normal. No lo es tanto de escuchar una clase de matemática. Sin embargo, un profesor de la UBA lo logró, desde la fundación de la Facultad de Ciencias Económicas: José González Galé (1877-1963). “La llegada de González Galé al aula –recordaba su ex alumno Marcelo Cañellas– era un estímulo para la voluntad, un despertar del deseo de trabajar con símbolos y con logaritmos, un deseo de avanzar algo más en el conocimiento de la materia, que con su enseñanza se hacía accesible para todos.” Enseñó cálculo de probabilidades, matemática financiera y matemática actuarial. En 1929 recibió de la facultad el título de Actuario y elaboró el primer programa de Biometría, materia en que fue también el primer profesor. En 1933 la universidad le otorgó el Doctorado Honoris Causa y al año siguiente lo incorporó como miembro la Academia Nacional de Ciencias Económicas. En esta institución presentó estudios sobre “El problema de las jubilaciones” (1938), “La seguridad social y la postguerra” (1943), “El problema de la vivienda” (1944), “Problemas demográficos del momento” (1944), “Los problemas de envejecer y su aspecto económico” (1945), “Previsión social” (1946), “Lo que nos cuenta un censo” (1947), “Origen y desarrollo del seguro” (1947) y “El grave problema de las jubilaciones” (1956), que hoy merecen releerse. Su recuerdo viene al caso al acercarse las “Jornadas actuariales Buenos Aires 2000” (30 noviembre 2000). Decía: “A la misión que los actuarios se adjudicaron a sí mismos en un principio –calcular primas y reservas para las compañías de seguros– se han ido agregando otras. Pero en el actuario ha de prevalecer una cualidad esencial: tener un criterio certero para sondear el porvenir, a la luz del cálculo de probabilidades. Sondeo que no puede, lógicamente, dar jamás una certidumbre. Pero que tiene que alejarse de las conjeturas y las corazonadas de los augures y las pitonisas. El cálculo de las probabilidades extiende a todas horas sus tentáculos. Con ellos llega ya a los más apartados rincones de los cielos. El actuario, fijos los ojos en la altura, ha de permanecer con los pies firmemente asentados sobre la tierra”.