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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
19 NOVIEMBRE 2000








 

Términos
en desuso

Deuda social:
hay 13 millones de pobres (el 36 por ciento de la población), de los cuales 3 millones son indigentes. 2 millones de desocupados. Y otros 2 millones de subocupados.

Exclusión
El 40 por ciento de los argentinos que trabajan, más de 5 millones de personas, están en negro, sin protección social alguna.

Desigualdad
El 10 por ciento más rico de la población, acapara más del 37 por ciento de la torta del ingreso. El 10 por ciento más pobre apenas se queda con el 1,4 por ciento.


Diccionario
de la crisis

 

Por Maximiliano Montenegro

Podría llamarse el “Pequeño Machinea Ilustrado”. Pero más que un direccionario es un compendio del “vocabulario de la crisis”, porque, para entenderlo, es mejor no ordenarlo alfabéticamente. Se destacan los términos que por estos días plagan las páginas de los diarios, ya sea en boca de funcionarios, políticos y opinadores económicos. En cambio, tal vez para no afectar las “señales al mercado” (ver definición más adelante), excluye términos en desuso: deuda social, desigualdad, pobreza, marginación. Sin embargo, en un esfuerzo de producción, Cash los incluye en los destacados de la página 3 (ver aparte).

Deuda
La deuda del gobierno argentino asciende hoy a 140.000 millones de dólares. En 1991 era de 70.000 millones. Así, pese a que el Estado vendió casi todas las empresas públicas, la deuda se duplicó en los últimos nueve años. Semejante incremento se debe a que ni Domingo Cavallo ni Roque Fernández pudieron domar el déficit fiscal, una parte del cual se explica por la carga de los propios intereses de la deuda, que se financió entonces con más endeudamiento.
El ex presidente radical Raúl Alfonsín dijo “qué lindo que sería poder no pagar la deuda por dos años”. El actual ministro de Economía de la Alianza, el economista radical José Luis Machinea, le contestó que esas declaraciones “hacen mucho daño”. El actual presidente, el radical Fernando de la Rúa, le contestó que “hay temas que es mejor ni hablar”.
Este compendio sirve, justamente, para que aquellos que no se atrevían a hablar de la deuda, más allá de las charlas de café, cuenten con las herramientas básicas para poder hacerlo con quien y donde les plazca.

Acreedores
A diferencia de la década de los 80, cuando los acreedores eran un selecto grupo de grandes bancos comerciales (Citibank, Chase, etc.), hoy los acreedores están dispersos en los más diversos rincones del mundo.
El método del endeudamiento público desde los noventa es muy distinto de ir a un banco, llenar un formulario y pedir un crédito. Por ejemplo, si el Gobierno necesita 1000 millones de dólares, emite un bono o título por ese monto. Si lo hace en el exterior, es seguro que le encomendará a un “banco de inversión” extranjero (Merryl Lynch, JP Morgan, Goldman Sachs, etc.) que haga de intermediario y que venda ese bono a sus clientes.
Los clientes de estos bancos son desde magnates famosos (como George Soros) hasta especuladores financieros y fondos de inversión, que administran ahorro previsional (de las viudas de Witchita o los jubilados de Escocia), seguros de vida, o los ahorros de gente rica en todo el mundo. El negocio de intermediación de los bancos de inversión mueve, sólo en términos de “comisiones administrativas” que le cobran al Estado argentino, más de 120 millones de dólares al año.
También hay acreedores locales. Porque el Gobierno también les pide prestado, en dólares, a bancos locales y AFJP. Por ejemplo, el 50 por ciento de los fondos de las AFJP está “invertido” en préstamos al Estado: son 9600 millones de dólares en títulos públicos.
Clave: luego, esos “inversores” individuales, “fondos de inversión” y/o bancos compran o venden entre sí esos “títulos o bonos de deuda argentina” según les convenga.

Vencimientos
Como ocurre con cualquier crédito, todos los años el Gobierno tiene que pagar capital e intereses de la deuda.
En el 2001, Argentina tiene que hacer frente a vencimientos de:
- Capital por U$S 15.000 millones.
- Intereses por U$S 11.500 millones.
- En total: U$S 26.500 millones.
Clave: dicha cifra es más de la mitad de todo el Presupuesto anual del Gobierno. Tres ejemplos más:
- Todos los planes sociales (alimentarios, de empleo, salud, educativos) focalizados en los sectores más pobres que distribuye la Nación representan apenas el 10,5 por ciento de ese monto.
- Todo el presupuesto educativo de la Nación significa sólo el 11,3 por ciento de esa cifra.
- Los gobernadores del justicialismo le reclaman al presidente De la Rúa 225 millones de pesos extra para prevenir estallidos sociales en el interior: es el 0,8 por ciento de lo que hay que pagar el año que viene para cumplir con la deuda.

Interés y capital
En realidad, el capital de la deuda es literalmente “impagable”. No porque lo diga Alfonsín, sino porque los recursos del Estado sólo alcanzan a pagar una parte de los intereses.
Más precisamente, de los 26.500 millones de dólares en vencimientos de capital e intereses, el Estado sólo podrá abonar el año próximo unos 5000 millones en concepto de intereses. El resto (15 mil millones de capital y 6500 millones de intereses) se “patea en el tiempo”, se refinancia, con nuevos préstamos.
Clave: de ahí que el año próximo el Gobierno tenga que pedir prestado a los “mercados” (bancos de inversión, sus clientes, AFJP) 21.500 millones de dólares para cumplir con los vencimientos de la deuda.

Cesación de pagos
Si se incumpliera uno solo de esos vencimientos, el país sería declarado en “cesación de pagos” (Default, en la jerga financiera). Mejor dicho: si el Gobierno no consiguiera quien le preste para refinanciar las cuotas de la deuda, sería declarado en quiebra.
Esto es lo que le ocurrió a México en el ‘82, México en el ‘95, Tailandia en el ‘97 (desatando la crisis del sudeste asiático) y Rusia en el ‘98.
Clave: lo que desvela a Machinea es que Argentina se pueda convertir en el próximo en esa selecta lista. Semejante situación significaría que, por bastante tiempo, nadie volvería a prestarle al país. Además, seguramente, habría fuga masiva de capitales y al Gobierno le resultaría muy difícil mantener la Convertibilidad.

Riesgo país
Básico: mide cuánto más caro es el crédito para el gobierno argentino en relación con el gobierno norteamericano. Así, por ejemplo, la semana pasada el “riesgo argentino” cerró a 8,25 puntos porcentuales: ésta es la tasa de interés extra que debe pagar el Estado argentino sobre la que paga el Tesoro norteamericano.
Avanzado: los inversores están conectados a nivel internacional y pueden seguir las cotizaciones (el precio) de los títulos argentinos a través de las pantallas de Bloomberg, una de las principales agencias de noticias financieras. Como toda deuda, los acreedores (tenedores) perciben un interés, mientras que pueden cobrar el capital a su vencimiento.
El precio de los títulos se relaciona inversamente con la tasa de interés que pagan. El motivo es simple: si todo el mundo empieza a vender los títulos de la deuda argentina que tenía en cartera –por ejemplo, por temor a quedárselos y que nadie los pague, o porque hay inversiones más seguras o atractivas–, entonces su cotización disminuirá. Y el Gobierno tendrá que pagar una mayor tasa de interés para hacer más atractiva la inversión.
Por eso, cuando caen las cotizaciones de los títulos argentinos en Wall Street aumenta el riesgo país o, lo que es lo mismo, la tasa de interés que paga el Gobierno.
Clave: si la tasa de interés que enfrenta el Gobierno aumenta, mayor será el déficit fiscal después del pago de intereses. Y esto, a su vez, puede desatar un círculo vicioso: porque los inversores dudarán de la capacidad del Gobierno para devolver el dinero y le exigirán una tasa de interés todavía mayor para financiarlo. Pero además, esa tasa de interés les fija un piso a las tasas del sector privado, tanto de empresas como de particulares. Así, una suba de las tasas retrae el consumo y la inversión y profundiza la recesión (ver golpe de mercado).

Calificadora de riesgo
Se encarga de evaluar la capacidad del Gobierno de pagar o refinanciar la deuda. Hay tres principales: Standard & Poor’s, Moody’s y Dulff & Phelps. Es como un informe “Veraz” a nivel internacional. Pero en vez de relevar cosas tales como cheques rechazados o cierres de cuentas, se fija en indicadores tales como:
a) Déficit fiscal (ingresos menos gastos): como el deudor es el Estado, desde el lado de los acreedores, cuanto más ajuste se haga, aumentando impuestos o recortando gastos, mejor. Porque así habrá más fondos disponibles para pagar los intereses de la deuda.
Ej.: el Gobierno negocia con las provincias un congelamiento del gasto público primero (es decir, gastos operativos) por los próximos cinco años. Así, todo aumento futuro de la recaudación iría a financiar una porción mayor de intereses de la deuda.
b) Crecimiento: de esto depende la marcha de la recaudación. A mayor crecimiento, mayores ingresos impositivos y, en consecuencia, más recursos para cumplir con la deuda.
c) Exportaciones: como el Gobierno tiene que pagar intereses de la deuda en dólares y recauda sus ingresos en pesos, necesita que haya en el país las divisas necesarias. En Chile, buena parte de las exportaciones (las de cobre) son propiedad del Estado, con lo cual los dólares ingresan directamente al fisco. En Argentina, en cambio, las exportaciones las realizan íntegramente empresarios privados. Pero, igualmente, el Estado necesita que haya dólares en poder de residentes en Argentina, para cambiar sus pesos, porque en el exterior nadie le aceptaría trocar pesos por dólares.
El examen de las calificadores de riesgo también incluye un componente de “riesgo político”. Supuestamente, evalúan la disposición y capacidad del Gobierno para imponer o consensuar políticas que aseguren el cumplimiento de la deuda: es decir, políticas de ajuste fiscal.
Las calificadoras le ponen un nota al Gobierno (a la deuda o títulos que emite). Esa nota es tenida en cuenta por los inversores extranjeros, que en muchos casos ni siquiera conocen quién es el presidente argentino a la hora de comprar esos bonos (es decir, dar crédito al Gobierno).
Según la nota de las principales calificadoras, Argentina revista en una categoría que sólo es apta para “inversores especulativos”, es decir, para gente amante de las ganancias rápidas, aunque signifique asumir másriesgo. En un nivel similar están los gobiernos de países como Perú, Venezuela y Brasil.
Por el contrario, Argentina está lejos del “grado de inversión” (investment grade), una categoría que abre el mercado de los fondos de pensión americanos, que sólo están autorizados a operar con títulos de deuda en los que casi no hay riesgo de cesación de pagos. En esta categoría están Chile y México.
Clave: cuanto peor es la nota de la calificadora, más alto será el riesgo país y, en consecuencia, mayor la tasa de interés que deberá pagar el Gobierno para endeudarse.

Golpe de mercado
Hace diez días, Machinea pidió prestado a los principales bancos extranjeros que operan en Argentina (los llamados “creadores de mercado”) 1100 millones de dólares. Lo hizo porque por otra ventanilla tenía vencimientos de la deuda por ese monto y necesita el dinero para refinanciarlos. Le cobraron una tasa de interés exorbitante: 16 por ciento anual, en dólares, por el plazo de un año. En el exterior, en tanto, el riesgo argentino superó esa semana el techo de los 10 puntos porcentuales (más de lo que paga el Tesoro norteamericano).
Semejante histeria fue justificada en el discurso oficial con el argumento de que “los mercados desconfiaban” que el Gobierno pudiera “honrar” la deuda. Y se identificó como principal causa de tal temor el “ruido político” que provocaban la crisis de la Alianza, tras la renuncia de Chacho Alvarez, y los divagues de Alfonsín, mientras almorzaba con Mirtha Legrand.
Lo cierto es que los propios analistas-jefe de los bancos de inversión internacionales, la mayoría “yuppies” argentinos radicados en Nueva York, venían trasmitiendo a sus clientes –ya sea en conferencias telefónicas o reportes escritos– una visión crítica de la Argentina. No sólo en lo político sino también en lo económico: por la prolongación de la recesión. Luego, a manera de profecía autocumplida, la situación empeoró.
Clave:con tasas de interés tan altas, no hay cuenta fiscal que cierre. De mantenerse, elevarían la carga anual de intereses de la deuda en 2300 millones de dólares, adicionales a los vencimientos por 11.500 millones previstos para el año próximo. Para tener una idea de la magnitud de esa cifra: el recorte salarial en el sector público reporta un ahorro anual de “sólo” 600 millones de pesos.
Además, las tasas de interés para el sector privado se dispararían. Si un banco le puede prestar al Gobierno a una tasa en dólares del 16 por ciento, por el plazo de un año, ¿por qué otorgar créditos –aunque sean hipotecarios– a una tasa menor a un plazo de 15 años? En la semana pico de la crisis, las tasas para los descubiertos de las cuentas corrientes, en tanto, treparon al 60 por ciento anual. Con semejante costo del crédito, no hay economía, con deflación (caída de precios), que pueda funcionar por mucho tiempo sin colapsar. La secuencia es conocida: aumento de la morosidad en la cartera de los bancos, quiebre en la cadena de pagos comerciales y efecto dominó entre las empresas.

Señales al mercado
Es lo que trata de despachar José Luis Machinea desde que llegó al Ministerio de Economía el 10 de diciembre. En su visión, “confianza” es la palabra clave. “Hay que despertar confianza en los mercados”, es su frase de cabecera. Todas las medidas apuntaban a ese objetivo: primero, el impuestazo; después, el recorte salarial; luego, un paquete pro inversiones; y ahora el ajustazo de las jubilaciones y el congelamiento del gasto público por cinco años. Al principio, el argumento era que, dando “señales al mercado” con el ajuste fiscal, bajaría el riesgo país, lo cual disminuiría la tasa de interés y promoverían un boom de capitales e inversiones hacia Argentina.
Ahora, el argumento también se ajustó, es más austero: sin estas señales, Argentina se queda sin financiamiento y peligra la estabilidad convertible.
La lógica de que era necesario cerrar el déficit fiscal para crecer falló. El ajuste prolongó la recesión, con lo cual la recaudación no aumentó y hubo que hacer más ajuste para que las cuentas fiscales no se desbordaran. Ahora, hay quienes dicen que la fórmula para ganar “la confianza de los mercados” es justo al revés: primero crecer y después achicar el déficit. El tema es cómo crecer, cuando no hay recetas milagrosas.
Clave: en el Frepaso consideran que, de persistir la crisis, el presidente De la Rúa seguirá dando señales en línea con las condiciones del Fondo Monetario, para asegurarse el aval de Washington frente a los mercados. Dicen que la nueva vuelta de tuerca que reclamarían serían dos: el arancelamiento de las universidades y la privatización del Banco Nación.

Blindaje/salvataje
“Blindaje” es el término en el lenguaje oficial. Otros dicen que la palabra “salvataje” se ajusta más a la realidad. Sea como fuere, los más de 20.000 millones de dólares en préstamos que negocia el Gobierno con el FMI, el Banco Mundial, el BID y bancos privados tiene una única finalidad: asegurarles a los acreedores que se podrán “pagar” los vencimientos por 21.500 millones dólares que el Gobierno debe refinanciar el año próximo. De otro modo: el salvataje es para los que “invirtieron” (especularon) prestándole al Estado argentino a tasas jugosas. Así, con la garantía, en la fecha indicada podrán pasar por ventanilla a cobrar, la jugada les saldrá doblemente ganadora.
Clave: el Gobierno apuesta a que este premio aleje el fantasma de la cesación de pagos. Y, por lo tanto, aliente a otros inversores (especuladores) a comprar títulos de la deuda argentina. Es decir, que haya más inversores dispuestos a financiar al Gobierno. Así, la tasa de interés disminuiría, cosa que ocurrió en la última semana. El problema es que –según los expertos– la tasa (o, lo que es lo mismo, el riesgo país) no perforaría el piso que tenía hacia fines de setiembre: a lo sumo, 1 punto menos que los niveles actuales. Entonces todavía no había estallado la crisis política de las Alianza, pero el problema era el mismo que ahora: cómo hacer para salir de la recesión y bajar niveles record de desocupación y pobreza.

Convertibilidad
Machinea la criticó duramente desde que la instauró Cavallo en abril de 1991 hasta agosto del ‘94, cuando el ahora ministro publicó un paper que sorprendió a todos: allí decía que el gobierno de Menem había dado con “el camino correcto” al adoptar la Convertibilidad y terminar con la inflación. Eso le permitió posicionarse en el medio político, en especial, frente al Frepaso de Chacho Alvarez, que la defendió desde antes que el radicalismo.
Es un régimen superdependiente del ingreso de capitales, y por lo tanto del endeudamiento externo. Del listado de países que todavía la aplican en el mundo, sólo el caso de la isla de Hong Kong, un centro financiero que dejó de ser protectorado británico y hoy integra China, le puede resultar familiar al lector. El resto son pequeñas ex colonias francesas, británicas u holandesas, que no superan los 200 mil habitantes: Djibouti (Africa Central), Santa Lucía, St. Kitts and Nevis, Granada, Antigua y Barbuda y Brunei. Bosnia, después de la guerra, y algunos países del este europeo la aplicaron con diversa suerte.
Como definió un economista de la Alianza: “Hoy, Argentina es rehén de la Convertibilidad”. Devaluar sería un salto al vacío, dado que todo el mundo, incluido el Estado, está endeudado en dólares.
Pero lo cierto es que la Convertibilidad deja al país en una trampa. En un mundo en que los competidores comerciales devalúan, el tipo de cambio fijo en 1 peso/1 dólar hace que los costos en dólares en Argentina resulten demasiado elevados, ya sea para competir con las importaciones o para exportar. Así, salvo en los sectores con mercados cautivos –como los de servicios públicos– o con ventajas naturales –como en petróleo– los empresarios no encuentran rentabilidad para invertir y no hay motor del crecimiento. Sin crecimiento, no hay cuenta fiscal que cierre si se le carga el peso de los intereses de la deuda, y así la rueda vuelve al principio: Machinea no sabe qué más hacer para que los “mercados” no “desconfíen”.