Sustitución y desempleo
La ciencia económica recibió un impulso en la segunda
mitad del siglo XIX, al introducirse la técnica matemática
en el análisis teórico. El hecho indujo a muchos matemáticos
a ocuparse en ciertos problemas económicos. Una de las razones
de esa innovación científica en economía era
el enorme prestigio adquirido por la física, en tanto soporte
de las monumentales obras de ingeniería de aquella época.
Con la física como paradigma, se atribuyó una cualidad
poco menos que mágica a la matemática de que se servía,
que no era otra que el cálculo diferencial. Esta matemática
necesita suponer la continuidad de las relaciones económicas.
Por ejemplo, que una curva de demanda puede dibujarse en un papel
sin levantar el lápiz. La continuidad iba asociada a la sustitución:
en el terreno del consumo, la hipótesis de continuidad dice
que, ante un aumento en el precio, de cualquier magnitud, el consumidor
puede reemplazar su demanda de café por otra demanda de té;
en el terreno de la producción, la misma hipótesis
dice que, si aumenta el precio de un factor productivo, éste
puede ser reemplazado por otros más abundantes y más
baratos; o viceversa, un factor puede ser empleado en mayor cantidad
siempre y cuando su precio descienda. Cada combinación de
factores era una técnica distinta: por ejemplo,
de una unidad de capital (una pala) combinada con una unidad de
trabajo (un agricultor), podía pasarse a otra, con 0,99 unidad
de capital combinadas con 1,01 unidad de trabajo (una técnica
más trabajo-intensiva) sin reducir la cantidad
de producción, a condición de que el trabajo bajase
su precio en relación con el del capital. Con este razonamiento
(en el laboratorio) puede emplearse toda la mano de obra disponible,
es decir, suprimirse el desempleo con técnicas de mínimo
requerimiento de capital, a condición de reducirse el salario
todo lo que haga falta. Por ejemplo: una persona limpia el piso
de un establecimiento con una aspiradora y cobra un salario $2;
o cinco personas limpian el mismo piso con escobas y cobran el salario
$0,1; o cien personas hacen la misma tarea sin ninguna ayuda, arrodilladas
y pasando su lengua por el piso y cobran el salario $0. El problema
es que aún no se descubrió cómo vivir sin salario.
Lo trágico es que el caso presentado es defendido como alternativa
política por economistas que confunden resultados de laboratorio
con políticas viables.
Todo
cambia
En
febrero de 2001 la Sociedad Europea de Historia del Pensamiento
se reunirá en la Universidad de Darmstadt, para examinar
las respuestas de los economistas ante los grandes cambios de la
historia, como la Revolución Francesa, la Revolución
Rusa o la Gran Depresión. No faltará la consideración
de Raúl Prebisch, economista argentino de cuyo nacimiento
se cumplirá un siglo el próximo 17 de abril, y que
tuvo prolongada actuación tanto en el campo nacional como
internacional. En el país, recordemos, impactaron fuertemente
ambas guerras mundiales, la Gran Depresión de comienzos de
los treinta, las recesiones económicas mundiales, la instauración
de un capitalismo reglamentario y el auge de la ortodoxia en la
política económica. Para cada situación Prebisch
aportó una respuesta que merece recordarse. Muy pronto descubrió
que el funcionamiento de las ex colonias europeas, o periferia,
era distinto al de las metrópolis, o centros. Sin embargo,
al acceder a la docencia en 1925 y al llegar a la función
pública en 1930, su pensamiento era ortodoxo o neoclásico.
Admiraba a Pareto y la prolijidad de sus demostraciones. Como viceministro,
compartió la reducción del déficit fiscal,
la creación de nuevos impuestos y la reducción de
sueldos de empleados públicos. La agravación de la
economía por tal política le predispuso a escuchar
otras ideas, lo que ocurrió en 1933 cuando se hallaba en
Londres. De regreso, con Pinedo y Duhau, diseñó el
primer plan keynesiano, llamado Plan de Acción Económica
Nacional, con un plan de obras públicas y control del comercio
exterior. En 1937, al aparecer signos de recesión, analizó
el ciclo argentino y diseñó una política anticíclica.
En 1939, al estallar la guerra, buscó vínculos con
mercados no tradicionales y propició cierta industrialización.
En la posguerra, reintegrado a la UBA, meditó sobre su trayectoria
como funcionario, concluyó que el genio de Keynes no era
universal, que sus teorías servían a los intereses
de los países centrales, y que era necesaria una teoría
económica nueva, que captase las características estructurales
de los países subdesarrollados. Sus estudios le llevaron
a afirmar que el fruto del progreso técnico había
sido captado por los países exportadores de manufacturas,
en perjuicio de los países exportadores de bienes primarios,
a través del deterioro de los términos del intercambio.
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