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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
03 DICIEMBRE 2000








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Sustitución y desempleo

La ciencia económica recibió un impulso en la segunda mitad del siglo XIX, al introducirse la técnica matemática en el análisis teórico. El hecho indujo a muchos matemáticos a ocuparse en ciertos problemas económicos. Una de las razones de esa innovación científica en economía era el enorme prestigio adquirido por la física, en tanto soporte de las monumentales obras de ingeniería de aquella época. Con la física como paradigma, se atribuyó una cualidad poco menos que mágica a la matemática de que se servía, que no era otra que el cálculo diferencial. Esta matemática necesita suponer la continuidad de las relaciones económicas. Por ejemplo, que una curva de demanda puede dibujarse en un papel sin levantar el lápiz. La continuidad iba asociada a la sustitución: en el terreno del consumo, la hipótesis de continuidad dice que, ante un aumento en el precio, de cualquier magnitud, el consumidor puede reemplazar su demanda de café por otra demanda de té; en el terreno de la producción, la misma hipótesis dice que, si aumenta el precio de un factor productivo, éste puede ser reemplazado por otros más abundantes y más baratos; o viceversa, un factor puede ser empleado en mayor cantidad siempre y cuando su precio descienda. Cada combinación de factores era una “técnica” distinta: por ejemplo, de una unidad de capital (una pala) combinada con una unidad de trabajo (un agricultor), podía pasarse a otra, con 0,99 unidad de capital combinadas con 1,01 unidad de trabajo (una técnica más “trabajo-intensiva”) sin reducir la cantidad de producción, a condición de que el trabajo bajase su precio en relación con el del capital. Con este razonamiento (en el laboratorio) puede emplearse toda la mano de obra disponible, es decir, suprimirse el desempleo con técnicas de mínimo requerimiento de capital, a condición de reducirse el salario todo lo que haga falta. Por ejemplo: una persona limpia el piso de un establecimiento con una aspiradora y cobra un salario $2; o cinco personas limpian el mismo piso con escobas y cobran el salario $0,1; o cien personas hacen la misma tarea sin ninguna ayuda, arrodilladas y pasando su lengua por el piso y cobran el salario $0. El problema es que aún no se descubrió cómo vivir sin salario. Lo trágico es que el caso presentado es defendido como alternativa política por economistas que confunden resultados de laboratorio con políticas viables.

Todo cambia

En febrero de 2001 la Sociedad Europea de Historia del Pensamiento se reunirá en la Universidad de Darmstadt, para examinar las respuestas de los economistas ante los grandes cambios de la historia, como la Revolución Francesa, la Revolución Rusa o la Gran Depresión. No faltará la consideración de Raúl Prebisch, economista argentino de cuyo nacimiento se cumplirá un siglo el próximo 17 de abril, y que tuvo prolongada actuación tanto en el campo nacional como internacional. En el país, recordemos, impactaron fuertemente ambas guerras mundiales, la Gran Depresión de comienzos de los treinta, las recesiones económicas mundiales, la instauración de un capitalismo reglamentario y el auge de la ortodoxia en la política económica. Para cada situación Prebisch aportó una respuesta que merece recordarse. Muy pronto descubrió que el funcionamiento de las ex colonias europeas, o periferia, era distinto al de las metrópolis, o centros. Sin embargo, al acceder a la docencia en 1925 y al llegar a la función pública en 1930, su pensamiento era ortodoxo o neoclásico. Admiraba a Pareto y la prolijidad de sus demostraciones. Como viceministro, compartió la reducción del déficit fiscal, la creación de nuevos impuestos y la reducción de sueldos de empleados públicos. La agravación de la economía por tal política le predispuso a escuchar otras ideas, lo que ocurrió en 1933 cuando se hallaba en Londres. De regreso, con Pinedo y Duhau, diseñó el primer plan keynesiano, llamado Plan de Acción Económica Nacional, con un plan de obras públicas y control del comercio exterior. En 1937, al aparecer signos de recesión, analizó el ciclo argentino y diseñó una política anticíclica. En 1939, al estallar la guerra, buscó vínculos con mercados no tradicionales y propició cierta industrialización. En la posguerra, reintegrado a la UBA, meditó sobre su trayectoria como funcionario, concluyó que el genio de Keynes no era universal, que sus teorías servían a los intereses de los países centrales, y que era necesaria una teoría económica nueva, que captase las características estructurales de los países subdesarrollados. Sus estudios le llevaron a afirmar que el fruto del progreso técnico había sido captado por los países exportadores de manufacturas, en perjuicio de los países exportadores de bienes primarios, a través del deterioro de los términos del intercambio.