El niñito Dios
En la Nochebuena de 1976 el presidente de la Argentina dirigió
al país un mensaje navideño en el que varias veces
mencionó al niñito Dios, como prenda de
pureza y redención, como emblema de unidad para la Nación
Argentina. Como si faltaran gestos de espiritualidad, no faltó
a tedéum alguno, a misa alguna, con uniforme de gala, a cara
descubierta, sin antifaz y sin que en homilía alguna apuntase
hacia él ningún dedo índice. Entre tanto, a
escondidas, sus subordinados torturaban, vejaban, degradaban y,
finalmente, asesinaban a quince seres humanos, en promedio, por
día, con métodos tan brutales que a su lado el gas
VX parecería humanitario. Pero todo eso pasó. ¿Pasó?
La respuesta depende, claro, del punto de mira en que nos pongamos.
Por ejemplo, si consideramos que una persona narcotizada, con varios
kilos de peso adicional encima, a punto de ser arrojado al mar,
es distinta de un collita que acaba de nacer en la Puna, en la mayor
pobreza y sin asistencia médica. El primero terminaba sus
días porque el Estado concentraba en su persona determinados
recursos para lograr su exterminio. El segundo puede no llegar a
ver todos sus días porque el Estado lo ignora, y no le dedica
el más mínimo de sus recursos. Si no podemos pedirles
a los padres del collita, a quienes esta sociedad mantuvo en la
ignorancia y en la pobreza, que arbitren medios para prevenir la
muerte infantil por causas evitables, sí podemos exigir que
la Nación Argentina, que produjo varios premios Nobel en
Medicina, a través del Estado, logre que ningún neonato
fallezca para causas evitables. Bajo esos supuestos, si ambas son
personas el arrojado indefenso al mar y el fallecido prematuramente
por causas evitables, de sus decesos es responsable el Estado,
este Estado, no el que pasó o el que vendrá. Es archisabido
el poco costo de evitar la mortalidad infantil. Recursos no faltan:
el asunto es cómo repartirlos y cómo cortarles las
manos a quienes se adueñan de los recursos destinados a los
pobres. Los políticos que, comenzando con Menem, tanto mintieron
al pueblo y al mundo como ocurrió con el compromiso
incumplido firmado por el citado en Unicef Nueva York, con el fin
de reducir la mortalidad infantil cuando en esta Navidad se
lleven un manjar a la boca, debieran pensar que el valor económico
del mismo equivale a lo que evitaría la muerte de un argentino
al que, como Jesús, le tocó nacer en un pesebre.
Dos
profesores
La
Argentina, en toda su historia, tuvo dos profesores de economía
que no renunciaron a disociar su labor docente de su fe católica:
Emilio Lamarca (1844-1922) y Francisco Valsecchi (1907-92). Este
escribió Presencia del Estado en la vida económica
y sus conceptos son aplicables hoy. El crecimiento de la actividad
estatal en la economía decía obedece a
factores objetivos, como el aumento de la población, la transformación
de la industria y la evolución de las relaciones del trabajo.
Y subjetivos, como la aspiración al progreso, a la estabilidad,
la igualdad y la libertad económica. Toda la actividad
del Estado debe estar dirigida a la actuación del bien común,
o condiciones materiales que conservan, desarrollan y perfeccionan
a la persona. El logro de la finalidad propia de la vida económica
lo asegura el Estado cuando posibilita que accedan todos los miembros
de una sociedad, de una manera estable, a dichas condiciones materiales.
El Estado no puede autoexcluirse de ciertas acciones, ni excluir
de sus beneficios a clases sociales, sectores productivos o regiones
geográficas. El Estado influye para que la organización
económica se ordene para asegurar los valores humanos. Así,
la economía se pone al servicio del hombre. La economía
de laissez faire, las fuerzas ciegas del mercado, no llevan la economía
al servicio del hombre. 1) Porque es excluyente: la producción
no se realiza en beneficio de la gran masa de consumidores; 2) por
su falla congénita, la inestabilidad; 3) por conducir a pronunciadas
y crecientes desigualdades; 4) por excluir del goce de la libertad
a los económicamente débiles o a los que no tienen
las mismas oportunidades en los puntos de partida. Por lo tanto,
el poder público debe actuar para prevenir y corregir deficiencias
y excesos de la libre iniciativa privada, y asistir y promover ciertas
actividades, para hacerlas más eficientes o hacerlas surgir
donde no existen. No puede renunciar, en el campo de la producción,
a fomentar ciertos ramos, fijar determinados precios, regular algunos
cultivos, proteger a industrias incipientes, dar créditos
de fomento. En el consumo, debe proteger a las clases populares,
fijando precios de bienes y servicios indispensables del presupuesto
familiar. En la distribución, debe beneficiar a los trabajadores
en relación de dependencia, para que se verifique la justicia
social.
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