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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
11 FEBRERO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Sentirte cucaracha

Volví a ver Blade Runner, película de Ridley Scott, hecha en 1982, cuando se aguardaban para el siglo XXI toda suerte de maravillas. El film narra una historia que no viene al caso. Lo estremecedor es el ambiente en el que se mueven las personas: nunca aparece el cielo diáfano. ¿Por qué? No porque el sol haya desaparecido o el hombre lo haya eliminado. Eso suprimiría al hombre mismo. Pero acaso porque el sol se haya vuelto peligroso para él, por desaparición del ozono que envuelve al planeta y convertirse en compañera del día una excesiva radiación infrarroja, causa de cáncer de piel, obligando a todos a deambular en la oscuridad. ¿Una fantasía? Compruébelo usted mismo diariamente en los informativos de radio y televisión, que le indican los niveles de radiación y entre qué horas tomar sol sin protección es peligroso. También quienes tuvimos un viaje de egresados o una luna de miel en Bariloche hubiéramos juzgado fantástico que las aguas de su encantador lago estuvieran llenas de metales ponzoñosos. Ahí están. Nunca nuestras madres (“¡comé, nene!”) podrían imaginar que el bife, el puré y el pan podrían estar alterados químicamente con sustancias de efectos desconocidos para el organismo. Sabemos las causas del agujero de ozono: ciertas industrias emiten gases que lo provocan. Sabemos las causas del envenenamiento de las aguas: ciertas industrias generan residuos venenosos cuya eliminación más barata es verterlos en cursos de agua o lagos. Y sabemos que la producción agropecuaria se hace más abundante introduciendo transgénicos. El común denominador, como es obvio, es la producción encarada con el único fin de obtener ganancias, sin tomar en cuenta el costo ecológico y humano de los caminos empleados. Cierto es que tienen lugar reuniones mundiales con las empresas responsables. Acaba de realizarse una. Pero el resultado es siempre el mismo, una obstinada negativa a tomar compromisos de reducción de la emisión de gases destructores del ozono. Entre tanto, el agujero sigue creciendo y no está lejos el instante en que no se pueda salir a la calle cuando está el sol. Y debamos salir de noche, noctámbulos como esos animalitos a los que tanto exterminamos con insecticidas en aerosol. Ese modo de producción inhumano nos roba el sol, el agua y el alimento. No coinciden lo que es con lo que debe ser. Toca a los pueblos ir a una situación mejor, en defensa de la vida.

...y bajarte la bombacha

Fiel a mi costumbre de rascarme el pupo en época de vacaciones, estuve viendo documentales de la Segunda Guerra Mundial y episodios posteriores: el papel estratégico de los ferrocarriles en el desplazamiento de grandes masas de hombres y materiales, la lucha por cortar el suministro de petróleo rumano al ejército nazi, la importancia de la industria naviera en la supremacía sobre el Atlántico y el Pacífico, la carrera por diseñar aviones mejores, la cohetería y misilística, y aun la prolija expropiación de científicos, planos e instrumentos por las potencias vencedoras. Amante también de las actividades gratuitas –y la libre asociación de ideas es una de ellas– advertí que ferrocarriles, petróleo, transporte marítimo, fabricación de aviones, misilística y casi casi el Conicet, en la década de Menem fueron privatizados, cerrados, desmantelados o reconvertidos. Los hombres prácticos, los delirantes en el poder, de que hablaba Keynes, jamás hubieran desdeñado un gran desarrollo de esos sectores. Así obró Perón en sus dos primeras presidencias, con agravio de nuestro hermano del Norte. Menem, que se le parecía bastante –al menos en ansia de poder– hizo lo opuesto. ¿Por qué? Las razones sólo las sabe quien participó en las conversaciones. Pero no hay secreto bien guardado. Los propios funcionarios se encargaron de mostrar puntas del ovillo: “estamos de rodillas” (Dromi), “tenemos relaciones carnales” (Di Tella), “los científicos a lavar platos” (Cavallo), “la Argentina no necesita gastar en ciencia” (Pessino). La política de EE.UU. hacia América latina ha sido desde Roosevelt la de amansar el potro a latigazos, o como él la llamó, el “big stick” (gran garrote). Su efectividad dependió de que A.L. no tuviese un casco para amortiguar el golpe, y la política apuntó al debilitamiento defensivo de los países. El recurso fue eternizar la condición deudora de los países. Todos sabemos hasta qué condiciones humillantes puede caer un deudor ante la imposibilidad de pagar y cuán grandes pueden ser las exigencias del acreedor. La obra The Merchant of Venice, de Shakespeare es ilustrativa. Consta que siempre se imponen condiciones. Por eso, a través de los años admira el buen juicio del presidente Illia, cuando se negó a renegociar compromisos con el FMI. Resta ver cuál fue el verdadero precio del “blindaje”, obtenido virtualmente de rodillas.