Sentirte cucaracha
Volví a ver Blade Runner, película de Ridley Scott,
hecha en 1982, cuando se aguardaban para el siglo XXI toda suerte
de maravillas. El film narra una historia que no viene al caso.
Lo estremecedor es el ambiente en el que se mueven las personas:
nunca aparece el cielo diáfano. ¿Por qué? No
porque el sol haya desaparecido o el hombre lo haya eliminado. Eso
suprimiría al hombre mismo. Pero acaso porque el sol se haya
vuelto peligroso para él, por desaparición del ozono
que envuelve al planeta y convertirse en compañera del día
una excesiva radiación infrarroja, causa de cáncer
de piel, obligando a todos a deambular en la oscuridad. ¿Una
fantasía? Compruébelo usted mismo diariamente en los
informativos de radio y televisión, que le indican los niveles
de radiación y entre qué horas tomar sol sin protección
es peligroso. También quienes tuvimos un viaje de egresados
o una luna de miel en Bariloche hubiéramos juzgado fantástico
que las aguas de su encantador lago estuvieran llenas de metales
ponzoñosos. Ahí están. Nunca nuestras madres
(¡comé, nene!) podrían imaginar
que el bife, el puré y el pan podrían estar alterados
químicamente con sustancias de efectos desconocidos para
el organismo. Sabemos las causas del agujero de ozono: ciertas industrias
emiten gases que lo provocan. Sabemos las causas del envenenamiento
de las aguas: ciertas industrias generan residuos venenosos cuya
eliminación más barata es verterlos en cursos de agua
o lagos. Y sabemos que la producción agropecuaria se hace
más abundante introduciendo transgénicos. El común
denominador, como es obvio, es la producción encarada con
el único fin de obtener ganancias, sin tomar en cuenta el
costo ecológico y humano de los caminos empleados. Cierto
es que tienen lugar reuniones mundiales con las empresas responsables.
Acaba de realizarse una. Pero el resultado es siempre el mismo,
una obstinada negativa a tomar compromisos de reducción de
la emisión de gases destructores del ozono. Entre tanto,
el agujero sigue creciendo y no está lejos el instante en
que no se pueda salir a la calle cuando está el sol. Y debamos
salir de noche, noctámbulos como esos animalitos a los que
tanto exterminamos con insecticidas en aerosol. Ese modo de producción
inhumano nos roba el sol, el agua y el alimento. No coinciden lo
que es con lo que debe ser. Toca a los pueblos ir a una situación
mejor, en defensa de la vida.
...y
bajarte la bombacha
Fiel
a mi costumbre de rascarme el pupo en época de vacaciones,
estuve viendo documentales de la Segunda Guerra Mundial y episodios
posteriores: el papel estratégico de los ferrocarriles en
el desplazamiento de grandes masas de hombres y materiales, la lucha
por cortar el suministro de petróleo rumano al ejército
nazi, la importancia de la industria naviera en la supremacía
sobre el Atlántico y el Pacífico, la carrera por diseñar
aviones mejores, la cohetería y misilística, y aun
la prolija expropiación de científicos, planos e instrumentos
por las potencias vencedoras. Amante también de las actividades
gratuitas y la libre asociación de ideas es una de
ellas advertí que ferrocarriles, petróleo, transporte
marítimo, fabricación de aviones, misilística
y casi casi el Conicet, en la década de Menem fueron privatizados,
cerrados, desmantelados o reconvertidos. Los hombres prácticos,
los delirantes en el poder, de que hablaba Keynes, jamás
hubieran desdeñado un gran desarrollo de esos sectores. Así
obró Perón en sus dos primeras presidencias, con agravio
de nuestro hermano del Norte. Menem, que se le parecía bastante
al menos en ansia de poder hizo lo opuesto. ¿Por
qué? Las razones sólo las sabe quien participó
en las conversaciones. Pero no hay secreto bien guardado. Los propios
funcionarios se encargaron de mostrar puntas del ovillo: estamos
de rodillas (Dromi), tenemos relaciones carnales
(Di Tella), los científicos a lavar platos (Cavallo),
la Argentina no necesita gastar en ciencia (Pessino).
La política de EE.UU. hacia América latina ha sido
desde Roosevelt la de amansar el potro a latigazos, o como él
la llamó, el big stick (gran garrote). Su efectividad
dependió de que A.L. no tuviese un casco para amortiguar
el golpe, y la política apuntó al debilitamiento defensivo
de los países. El recurso fue eternizar la condición
deudora de los países. Todos sabemos hasta qué condiciones
humillantes puede caer un deudor ante la imposibilidad de pagar
y cuán grandes pueden ser las exigencias del acreedor. La
obra The Merchant of Venice, de Shakespeare es ilustrativa. Consta
que siempre se imponen condiciones. Por eso, a través de
los años admira el buen juicio del presidente Illia, cuando
se negó a renegociar compromisos con el FMI. Resta ver cuál
fue el verdadero precio del blindaje, obtenido virtualmente
de rodillas.
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