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DESECONOMIAS |
por
Julio Nudler
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Desargentinizando a Dios
Si
creemos en nuestro futuro, si algo nos hace pensar que podemos
crecer, es justamente porque no somos ricos. Hoy nuestra mayor
esperanza no es nuestra riqueza sino nuestro atraso. Sin
duda, fue ésta la afirmación más impactante
(en algún sentido) de El optimismo de la razón,
el proyecto nacional de desarrollo en economía abierta
que dieron a conocer Pablo Gerchunoff y Lucas Llach (antes coautores
del libro El ciclo de la ilusión y el desencanto). Hay
que admitir que esa boutade no recibe luego una explicación
muy satisfactoria. Esta alude al gran potencial de crecimiento
que tiene el país, precisamente por no haber llegado a
ser una potencia. Es más: No hay ningún mecanismo
automático que garantice que de aquí a dos o tres
generaciones la Argentina será de nuevo un país
rico. Depende, casi exclusivamente, de la calidad de sus políticas,
y de un poco de buena fortuna. Estamos listos, pensará
cualquiera.
Estos economistas (el primero de ellos, jefe del gabinete de asesores
del ministro Machinea) desargentinizan a Dios: el Supremo nos
agració con una magnífica geografía, pero
la situó desfavorablemente. Recuerdan que a México
apenas un río la separa de Estados Unidos; que España
es protagonista de la Europa unificada porque, como ya quisieron
los Borbones, los Pirineos no existen; y que hasta la remota Australia
ha terminado estando a un tiro de piedra de la región más
dinámica del planeta. Y, en cambio, con todas las
oportunidades que ha abierto el Mercosur, Brasil sigue sin ser
Europa, Estados Unidos o el Asia Oriental. Pero el Divino
Creador ni siquiera acertó con la configuración
de recursos naturales que derramó sobre la Argentina, porque
ella determinó que las exportaciones del país dependan
precisamente de aquellos productos cuyo tratamiento aduanero en
los grandes centros consumidores es hoy más desfavorable.
Así, la Argentina es el país cuyos términos
de intercambio externo (la relación entre los precios de
lo que exporta y de lo que importa) más se perjudican por
el proteccionismo alimentario de los países desarrollados.
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