Riqueza enferma
Según Adam Smith, los factores que ocasionan desigualdad
entre los hombres son la cuna y la fortuna. En una primera etapa,
la sociedad de cazadores, la desigualdad es inconcebible. Pero en
la siguiente, la pastoril, caracterizada por la apropiación
del ganado una forma primitiva de fortuna la desigualdad
en la propiedad de animales genera una jerarquía entre los
hombres. Allí donde existen grandes propiedades, existe
gran desigualdad, decía. Ello a su vez conduce a la
aparición de un aparato jurídico para proteger a los
mayores propietarios, o a los que son propietarios contra los que
no lo son. Sólo bajo el cobijo del magistrado civil
puede dormir una sola noche tranquilo el propietario de esas propiedades
valiosas, adquiridas por el trabajo de muchos años, y quizá
por muchas generaciones sucesivas. Y la autoridad civil,
en cuanto es una institución destinada a asegurar los bienes
y propiedades, se instituye en realidad para la defensa de los ricos
contra los pobres, es decir, de quienes poseen algo contra los que
nada poseen. De la lectura de este curioso párrafo,
Juan Bautista Alberdi infirió que la provincia de Buenos
Aires, la que más propiedades y fortunas tenía, era
la más interesada en tener un Estado fuerte. Una situación
que no trató Smith es aquella en que la materia de que está
formada la riqueza particular el ganado en nuestro país,
plantaciones de coca en algún otro país se convierte
en un peligro para el resto de la sociedad. ¿De qué
lado se coloca el Estado? En el pasado, el Estado argentino fue
un socio leal de los ganaderos en las malas, cuando el país
fue excluido en 1932, del mercado de carne inglés, por las
preferencias imperiales, y envió a Londres al
vicepresidente Roca para restablecer el statu quo. En el presente,
en que la glosopeda o fiebre aftosa ha enfermado esa forma de riqueza,
el Estado, al ocultar el rebrote, volvió a ser leal a una
clase y desleal con el resto de la sociedad. Yo he visto trabajadores
de mataderos contagiados por aftosa, con fiebres y sufrimientos
indecibles, obligados a mantener silencio a cambio de algún
soborno y por el temor de perder el trabajo. También he visto,
hace pocos días, en la televisión europea, el terror
en Italia, Francia, Alemania e Inglaterra, por el rebrote del mal.
Y cómo, llegado el caso, los Estados deben disponer de una
parte de la riqueza particular a fin de preservar la sociedad.
Misma
piedra, segundo tropezón
En
la segunda mitad de 1929 se trasladó a la Argentina la crisis
iniciada con el derrumbe de Wall Street. Lo que se creía
un descenso cíclico de duración normal, fue una Gran
Depresión, que en este país duró 50 meses.
Los vientos de la recesión se llevaron, primero, la convertibilidad
del peso, al tener que cerrar Yrigoyen la Caja de Conversión,
en seguida a Yrigoyen mismo y con él las instituciones republicanas,
como el Congreso, y por último el empleo y la solidaridad.
Todo tardó enorme tiempo en recuperarse: por 43 años
todos los gobiernos sucesivos fueron, o militares, o fraudulentos,
o electos con proscripciones. El primero de ellos, conducido por
José Uriburu, con ministro de Hacienda Enrique Uriburu y
subsecretario de Hacienda Raúl Prebisch, diagnosticó
que la raíz del problema se ubicaba en una deficiente administración
del Estado, que había llevado a gastos excesivos e ingresos
e insuficientes, vale decir, en el déficit fiscal. La terapia
anexa al diagnóstico fue apuntar al equilibrio de las cuentas
públicas, subiendo ingresos fiscales y bajando gastos. El
encargado de las reformas, en ambas puntas, fue Raúl Prebisch:
no sólo ideó el impuesto a los réditos, sino
decenas de impuestos nuevos un verdadero impuestazo;
por otra parte, a él le tocó hacer el anuncio público
de reducir los salarios de empleados estatales en un 10 por ciento.
Como es obvio, la reducción de ingresos que esta política
generó redujo la actividad económica privada, aumentó
el desempleo y en definitiva bajó los ingresos recaudados
por el Estado. Su autor principal, Raúl Prebisch, sería
el funcionario público de actuación más prolongada
en el país, y su experiencia cubrió el ámbito
argentino, luego toda América latina, como secretario de
la Cepal, y finalmente del Tercer Mundo, como secretario de la Unctad.
No podría calificarse a Prebisch de falta de experiencia
de gobierno o de perspectiva estrecha. En sus últimos años,
dijo: Yo tenía el cargo de conciencia de haber preconizado
y logrado que la Argentina siguiera la política más
ortodoxa, cuando era subsecretario de Hacienda: una política
de contracción, de acuerdo con la teoría aceptada
de que la crisis había que sobrepasarla con una serie de
medidas de austeridad, cortar las obras públicas, cortar
el presupuesto, rebaja de sueldos, etc.. Hoy la historia se
repite, y en un contexto recesivo la ortodoxia vuelve.
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