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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
18 MARZO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Riqueza enferma

Según Adam Smith, los factores que ocasionan desigualdad entre los hombres son la cuna y la fortuna. En una primera etapa, la sociedad de cazadores, la desigualdad es inconcebible. Pero en la siguiente, la pastoril, caracterizada por la apropiación del ganado –una forma primitiva de fortuna– la desigualdad en la propiedad de animales genera una jerarquía entre los hombres. “Allí donde existen grandes propiedades, existe gran desigualdad”, decía. Ello a su vez conduce a la aparición de un aparato jurídico para proteger a los mayores propietarios, o a los que son propietarios contra los que no lo son. “Sólo bajo el cobijo del magistrado civil puede dormir una sola noche tranquilo el propietario de esas propiedades valiosas, adquiridas por el trabajo de muchos años, y quizá por muchas generaciones sucesivas.” Y “la autoridad civil, en cuanto es una institución destinada a asegurar los bienes y propiedades, se instituye en realidad para la defensa de los ricos contra los pobres, es decir, de quienes poseen algo contra los que nada poseen”. De la lectura de este curioso párrafo, Juan Bautista Alberdi infirió que la provincia de Buenos Aires, la que más propiedades y fortunas tenía, era la más interesada en tener un Estado fuerte. Una situación que no trató Smith es aquella en que la materia de que está formada la riqueza particular –el ganado en nuestro país, plantaciones de coca en algún otro país– se convierte en un peligro para el resto de la sociedad. ¿De qué lado se coloca el Estado? En el pasado, el Estado argentino fue un socio leal de los ganaderos en las malas, cuando el país fue excluido en 1932, del mercado de carne inglés, por las “preferencias imperiales”, y envió a Londres al vicepresidente Roca para restablecer el statu quo. En el presente, en que la glosopeda o fiebre aftosa ha enfermado esa forma de riqueza, el Estado, al ocultar el rebrote, volvió a ser leal a una clase y desleal con el resto de la sociedad. Yo he visto trabajadores de mataderos contagiados por aftosa, con fiebres y sufrimientos indecibles, obligados a mantener silencio a cambio de algún soborno y por el temor de perder el trabajo. También he visto, hace pocos días, en la televisión europea, el terror en Italia, Francia, Alemania e Inglaterra, por el rebrote del mal. Y cómo, llegado el caso, los Estados deben disponer de una parte de la riqueza particular a fin de preservar la sociedad.

 

Misma piedra, segundo tropezón

En la segunda mitad de 1929 se trasladó a la Argentina la crisis iniciada con el derrumbe de Wall Street. Lo que se creía un descenso cíclico de duración normal, fue una Gran Depresión, que en este país duró 50 meses. Los vientos de la recesión se llevaron, primero, la convertibilidad del peso, al tener que cerrar Yrigoyen la Caja de Conversión, en seguida a Yrigoyen mismo y con él las instituciones republicanas, como el Congreso, y por último el empleo y la solidaridad. Todo tardó enorme tiempo en recuperarse: por 43 años todos los gobiernos sucesivos fueron, o militares, o fraudulentos, o electos con proscripciones. El primero de ellos, conducido por José Uriburu, con ministro de Hacienda Enrique Uriburu y subsecretario de Hacienda Raúl Prebisch, diagnosticó que la raíz del problema se ubicaba en una deficiente administración del Estado, que había llevado a gastos excesivos e ingresos e insuficientes, vale decir, en el déficit fiscal. La terapia anexa al diagnóstico fue apuntar al equilibrio de las cuentas públicas, subiendo ingresos fiscales y bajando gastos. El encargado de las reformas, en ambas puntas, fue Raúl Prebisch: no sólo ideó el impuesto a los réditos, sino decenas de impuestos nuevos –un verdadero impuestazo–; por otra parte, a él le tocó hacer el anuncio público de reducir los salarios de empleados estatales en un 10 por ciento. Como es obvio, la reducción de ingresos que esta política generó redujo la actividad económica privada, aumentó el desempleo y en definitiva bajó los ingresos recaudados por el Estado. Su autor principal, Raúl Prebisch, sería el funcionario público de actuación más prolongada en el país, y su experiencia cubrió el ámbito argentino, luego toda América latina, como secretario de la Cepal, y finalmente del Tercer Mundo, como secretario de la Unctad. No podría calificarse a Prebisch de falta de experiencia de gobierno o de perspectiva estrecha. En sus últimos años, dijo: “Yo tenía el cargo de conciencia de haber preconizado y logrado que la Argentina siguiera la política más ortodoxa, cuando era subsecretario de Hacienda: una política de contracción, de acuerdo con la teoría aceptada de que la crisis había que sobrepasarla con una serie de medidas de austeridad, cortar las obras públicas, cortar el presupuesto, rebaja de sueldos, etc.”. Hoy la historia se repite, y en un contexto recesivo la ortodoxia vuelve.