El huevo y la gallina
Finalmente,
Ricardo López Murphy ya jugó su carta. Al instante,
la UCR y el Frepaso le respondieron. Mañana, le tocará
el turno a la city. En esas apuestas parecería que se va
el destino de la economía, atrapada en un chantaje cada vez
más descarado de lo que se denomina mercado, que no es otra
cosa que los tenedores de títulos de deuda argentina. Esos
operadores bancos, fondos del exterior, bancos de inversión,
compañías de seguro, entre los más importantes
sólo les preocupa cobrar puntualmente el capital y la renta
que devengan esos bonos. El año pasado, atrapados por el
temor a una eventual cesación de pagos empujaron a la Argentina
a los brazos del FMI para estructurar un blindaje que les aseguraría
cobrar la deuda. La tranquilidad duró poco. Ahora, ante el
miedo de que ese paquete financiero se consuma rápidamente
exigen contención del gasto, para que éste no se desvíe
a otro destino que no sea el pago de las obligaciones externas.
Así, este ajuste como los anteriores, con la auditoría
del FMI, busca garantizar recursos que permitan cumplir con la deuda.
Por debajo del discurso de la necesidad de una estructura del Estado
más eficiente, que deriva una y otra vez en recortes de partidas
y en aumento de transferencias de rentas a grupos económicos
locales y extranjeros vía dilapidación de activos
públicos, se encuentra la demanda de liberación de
fondos para cumplir con los acreedores.
Ese reclamo no tendría tanta carga de dramaticidad si no
fuera porque la economía no está creciendo y, por
lo tanto, no genera los recursos suficientes para hacer frente tanto
a la deuda como al funcionamiento del aparato estatal. Argentina
cayó en una virtual cesación de pagos en el último
trimestre del año pasado por la combinación de la
falta de recuperación del nivel de actividad y la errada
política financiera encarada por el anterior equipo económico.
El salvataje financiero brindó tiempo para recrear un clima
de confianza que aliente a la inversión y al consumo para
disparar un proceso de crecimiento. Pero José Luis Machinea
no tuvo éxito en esa tarea. Ahora le llegó el turno
a LM, que busca lo mismo y por el mismo camino lo que no pudo conseguir
su antecesor en el Palacio de Hacienda: precipitar el círculo
virtuoso de crecimiento, eligiendo como disparador el recorte del
gasto público para cumplir con metas fiscales comprometidas
con el FMI.
La dificultad que enfrenta ese virtuosismo es que nace vicioso,
puesto que la obsesión por bajar gastos sólo provoca
la demora en la salida de la larga recesión de 33 meses.
Como el huevo y la gallina, la economía argentina tiene que
resolver si para crecer primero hay que conseguir la solvencia fiscal
o si hay que brindar estímulos a la demanda para que consumidores
y empresarios prendan sus motores. Cuando se opta por la primera
alternativa, como lo hizo Machinea y ahora LM, se privilegia ante
todo a los acreedores. Pero en esa estrategia aparece rápidamente
la contradicción que refiere a que los dueños de títulos
de la deuda, precisamente, son los que reclaman también crecimiento
para cobrar sin problemas. Y, a la vez, exigen no aumentar la brecha
fiscal, que tienen que financiar.
Esa puja por los fondos públicos remite a los últimos
años del gobierno de Alfonsín que, si bien en un contexto
diferente, terminó con las arcas públicas exhaustas.
Si en lo próximos meses no se vislumbran indicadores de crecimiento
que permitan disimular la quiebra del Estado, LM se enfrentará
también al fantasma de la cesación de pagos, escenario
que está siendo evaluado por los principales bancos de inversión
internacionales. Sin las perspectivas de que en el corto plazo el
contexto internacional ayude a mejorar la situación, la resolución
de ese conflicto se dará vía una devaluación
o una amplia reestructuración de la deuda. Este es el verdadero
juego que ha empezado a correr.
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