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DESECONOMIAS |
por
Julio Nudler
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La borra del café
Aunque
lo beba endulzado con dos cucharaditas de azúcar, el café
se le puede volver algo amargo al consumidor que tenga la mala
fortuna de enterarse cuán poco vale, en el mercado mundial,
lo que él sigue pagando tan caro localmente. Según
datos recientes, que martirizan a los países productores,
el precio promedio de un kilo de grano ronda un dólar diez
centavos. Menos de lo que por lo general cuesta tomar un solo
pocillo en cualquier bar o confitería de la Argentina.
Se dirá que el parroquiano está pagando en realidad
el servicio, aunque su objetivo al sentarse al mostrador
o a una mesa sea exactamente el de beber una pequeña taza
de café. Darse este módico gusto puede, en muchos
casos, costarle tanto como valen dos kilos de grano.
Pero aun dejando de lado la mediación del servicio,
el caso no mejora mucho. Si el consumidor, dueño de molinillo
y cafetera hogareña, se aficionó por ejemplo al
café Selección de Bonafide, para adquirir un kilo
en grano deberá pagar 30 pesos, algo así como veintisiete
veces la cotización mundial promedio. Aquel precio incomprensible
sufrió un aumento tiempo atrás, y nunca más
bajó, sin importar el derrumbe del producto en el mercado
internacional en los últimos tres años. Se trata,
obviamente, de un precio libre, y nadie puede acusar de nada impropio,
legalmente hablando, a la empresa de la presunta buena fe.
Como el café proviene, no de lejanísimos puertos,
sino de Brasil, que es socio de la Argentina en el Mercosur y
primer productor mundial, o a lo sumo de Colombia, no hay motivo
para pensar ni siquiera en enormes costos de transporte. La pregunta
se transfiere entonces al mal funcionamiento de los mercados en
la Argentina, a la inoperancia de mecanismos de competencia capaces
de trasladar al consumidor los beneficios de un precio bajo o
en disminución. El caso de las naftas no es el único.
Tampoco el de los medicamentos. Quizá sea útil intentar
leer en la borra del café este misterio de los precios
distorsionados.
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