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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
01 ABRIL 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López


Post hoc, ergo propter hoc

Desde el juicio a los comandantes y sus colaboradores, la Argentina aprendió un lenguaje nuevo, que no distingue entre verbos transitivos e intransitivos. Eso extingue la relación causa-efecto, y con ello la responsabilidad por los hechos. Nadie hizo nada. Había desaparecidos, pero porque ellos desaparecían, no porque alguien los hacía desaparecer. El tipo apuntaba el arma a un blanco que la superioridad le señalaba y apretaba el gatillo. En la otra punta de la trayectoria de la bala había alguien. “Ese blanco que le señalaban, ¿algunas veces era una persona?” “Ah, eso no lo recuerdo.” Nadie se acuerda de lo que pasó ni qué responsabilidad tuvo. No hay culpables. En economía, en la última década se destruyó la moneda, convirtiéndola en vales de divisas; los aranceles “bajaron”, la apertura indiscriminada inundó el país de importaciones y a la vez el tipo de cambio “se retrasó” haciendo carísimos los productos argentinos en el exterior; el país “se desindustrializó”, las empresas públicas “se privatizaron” y gran parte del personal “salió” de ellas, un tercio de la fuerza de trabajo “pasó” del campo del trabajo al del desempleo y el empleo precario, “aumentó” la pobreza en magnitud desconocida y con ella “aparecieron” las enfermedades de la miseria: cólera, tuberculosis; más de medio centenar de recién nacidos “murió” cada día; la deuda externa “creció” a guarismos impagables con la exportación; “se anularon” los aportes patronales al sistema público de seguridad social y con ello “no hubo” plata para mejorar a los jubilados; los salarios de docentes “se congelaron” en la década, con precios en alza; la salud pública en gran medida “se aranceló” o “derivó” hacia prestadoras privadas; los jubilados públicos “se transfirieron” a AFJP, la protección al trabajador “se desreguló”; “terminó” la industria del juicio y de paso el derecho laboral; “cerró” el transporte ferroviario a larga distancia; “retrocedió” la investigación científica y tecnológica; “murió” la fabricación de aviones y barcos. Según Samuelson, una cosa que sucede después de otra, no necesariamente es consecuencia de la primera. Creerlo sería la falacia “post hoc, ergo propter hoc”. Los hechos referidos “ocurrieron” en la gestión de Cavallo-Menem –ya creciditos y en el poder- aunque la lógica impide afirmar si ello fue consecuencia o no de su modelo. ¿No bastó con esa sopa?

Amagos

Amagar” es hacer creer a otros que se va a actuar de cierta manera, aunque todavía no se ha comenzado a actuar y a pesar de que la acción que se realice después sea exactamente la opuesta a la que se insinuó mediante un gesto o una media palabra. Típicamente los amagos son recursos de los futbolistas para engañar a sus adversarios. Ahora son también recursos de funcionarios. Se anuncia que los aranceles sobre bienes de consumo se subirían a 35 por ciento. La creencia que se busca instalar en nuestras mentes es que esa acción reactivará la industria nacional y se crearán puestos de trabajo. Tomemos un bien de consumo: una camisa de confección. Cuando aparecen las camisas importadas, de confección estandarizada y calidad mediana, se venden a la cuarta parte del valor de las camisas argentinas. Fábricas como Manhattan no tardan en desaparecer, liquidándose inversiones fijas y puestos de trabajo. A esta altura, posiblemente ya han desaparecido las capacidades individuales para ese trabajo. Pero supóngase que está la infraestructura física y humana. Si la camisa importada hoy vale 10 y la nacional valdría 40, un arancel del 35 lleva la primera a 13,50. Un obrero, un empleado, cuyo salario apenas alcanza para comer y viajar, entre una camisa de 13,50 y una de 40 ¿cuál elegirá? La de 13,50, que antes pagaba 10; si su sueldo es de 100, después de comprar la camisa, antes le quedaba 90; ahora le quedará sólo 86,50: menos ingreso para gastar en el resto de los bienes. ¿Cuál es el resultado? Para la actividad nacional competidora con la extranjera, el beneficio o protección es nulo; para las demás actividades –industriales, comerciales, de todo tipo– el volumen global de ventas será menor; para el consumidor, menos salario real y menor nivel de vida; su menor ingreso real es transferido al Estado por vía de la recaudación aduanera. La operación es, pues, un impuestazo pagado por la gente, cuyo monto irá a pagar la deuda externa –pues en eso consiste el déficit fiscal–. No habrá reactivación, sino menor demanda, más recesión y menos puestos de trabajo. Si la intención fuese reactivar, el arancel debería ser 300 por ciento, para igualar los precios. ¿Se quiere fomentar la actividad, no sólo pagar la deuda externa? Basta con prohibir –como hacen hoy nuestros compradores de carne, incluso Brasil–, la entrada de productos de consumo extranjeros hasta superar la emergencia.