¿El último cumpleaños?
En
el barrio, entre los amigos de la banda, existe un código
que a veces es cruel aunque tiene una profunda esencia de justicia:
El que las hace, las paga, se sabe entre los miembros
de esa comunidad de complicidades, lealtades y traiciones. Tardó
mucho más que lo necesario pero, en última instancia,
tuvo que asumir su responsabilidad. Hace exactamente diez años
la hizo, hoy tiene que pagar. No en una forma directa y brutal de
un castigo, pero sí de estar obligado a buscar caminos para
superar los daños que ha provocado en ese período.
Ahora está en el mismo lugar desde donde anunció que
el 1° de abril de 1991 la economía argentina se encerraba
en una jaula de 1x1 y tiraba la llave al mar. Celda que terminó
siendo despojada al liquidarse casi todos sus bienes en controvertidos
procesos de privatizaciones y que se ha convertido en un polvorín
social por el desmantelamiento de la industria y el consiguiente
aumento explosivo de la desocupación y la precariedad laboral.
Domingo Cavallo volvió, además de salvador de un gobierno
a la deriva, para arreglar los desaguisados provocados por la Convertibilidad,
que se manifiestan en una recesión que se prolonga insoportablemente.
En última instancia, volvió para salvar a su criatura
o para enterrarla definitivamente. El predicamento que tiene entre
los hombres de negocios, la aceptación en los ámbitos
académicos más exclusivos, la confianza que se ganó
en el mundo de las finanzas y la imagen de salvavidas para un sector
de la sociedad que se está ahogando son sus virtudes que
le permiten hacer lo que otros ministros no pudieron o no supieron.
Pero el activo de Cavallo más valioso y a la vez más
pesado para su mochila es que es el único que puede hablar
de la debilidad de la Convertibilidad sin generar, por ahora, pánico.
Porque no es otra cosa que transparentar la vulnerabilidad de la
paridad fija cuando se refiere a la sobrevaluación del peso
y la necesidad de mejorar en un 20 por ciento la competitividad
de la economía. Incluso avanza un poco más y adelanta
que su objetivo es dejar el actual régimen cambiario del
1=1 para pasar a una canasta de monedas.
Mientras avanza en esa dirección, que ciertamente no es poca
cosa, Cavallo no mostró hasta el momento cartas iniciales
distintas a las de anteriores ministros de Economía en sus
primeras semanas en el cargo: presentar la crisis como terminal,
aumentar impuestos y anunciar una moratoria o blanqueo. Desde el
punto de vista objetivo, poco ha cambiado en estos días.
No hubo un cambio de tendencia en las ventas, como algunos analistas
panqueques han empezado a difundir, ni una mayor demanda de créditos
ni una señal de mejora en la producción y el empleo.
Lo que sí cambió ha sido el estado de ánimo.
Se ha depositado la esperanza de salir del pozo recesivo en Cavallo,
que aparece como un hombre providencial, percepción colectiva
de una sociedad que muestra ciertos rasgos de inmadurez. Llegó
un hombre que en 48 horas se tomó dos aviones, volando a
Brasil y luego a España; que extorsionó a un Congreso
con el caos de la cesación de pagos para conseguir en una
semana superpoderes; que maltrató a los banqueros ante un
auditorio de 500 empresarios en el Banco Nación; y que dice
que él no va a negociar con el FMI, debido a que ésa
es una tarea de técnicos. Esa hiperactividad genera admiración
de muchos y algunos quedan ingenuamente embelesados de esa vocación
irrefrenable de acumular poder.
En última instancia, dejando los fuegos artificiales que
tanto le gusta encender y de su sueño de Presidente, Cavallo
volvió para ver qué se hace con la Convertibilidad.
Ya se sabe que hay muchos economistas brillantes y que escriben
trabajos aceptados y financiados por la comunidad de negocios que
dicen que no se puede romper la actual paridad cambiaria. Esos mismos
economistas han exhibido poca pericia cuando les tocó el
turno de salir del laboratorio y sentarse en la poltrona principal
del Palacio de Hacienda. Ahora llegó a ese lugar Cavallo
en el 10° aniversario de la Convertibilidad. ¿Será
el último festejo?
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