Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las 12

ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
08 ABRIL 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López

 

¡Laputa!

Fue la exclamación, según algunos, de Lemuel Gulliver cuando, en pleno día, se oscureció todo, al interponerse entre el sol y la tierra una isla aérea (an island in the air) de forma circular, con un diámetro de 7837 yardas o 4,5 millas. El propio Gulliver desmintió tal etimología: en la lengua arcaica, Laputa venía de Lapuntuh, donde Lap era “alto”, y Untuh “gobernador”. Pero lo notable de la isla era estar poblada por filósofos cuya ocupación era estudiar proyectos económicos inviables: proveer luz barata extrayendo rayos de sol de los pepinos, reducir excremento humano a su alimento originario, construir casas comenzando por el techo y bajando hasta el cimiento, condensar aire en una sustancia seca tangible, ablandar mármol para hacer almohadas y acericos, arar tierras con cerdos para no emplear arados, bueyes y trabajadores, petrificar los cascos de un caballo vivo para protegerlo de daños, sembrar tierras con cizaña para ahorrar la semilla, etc. Una experiencia parecida ocurrió en la Argentina en la noche del 16 de marzo, cuando desde una isla aérea se anunció un paquete económico. Cuando llegó el sábado, no amaneció, sino que la noche persistía, y se dice que muchos exclamaron: “¡Lagranputa!”. La isla que esta vez ocultaba el sol también era habitada por pensadores ocupados en pensar proyectos absurdos. Unos elaboraban la posibilidad de crear puestos de trabajo reduciendo la tasa de salario a cero. Otros pensaban declarar al trabajador asalariado un privilegiado social, de cuyo salario debía deducirse una suma para ayudar a semejantes menos privilegiados sin empleo. La propuesta se basaba en el éxito de la idea de que en las actividades peligrosas los responsables de los accidentes eran los propios trabajadores, por lo que correspondía deducir por adelantado de su salario una suma que les sería devuelta en caso de verificarse un accidente. Otros buscaban la manera de anular el presupuesto educativo para mejorar la educación pública convirtiéndola en privada. En fin, una isla aérea con montones de “ideas aéreas”, como decía Belgrano. Que no dejaron de sembrar terror –“se vino la noche”, decían unos, “es el fin del mundo”, decían otros–. El susto o la casualidad mostraron como un alivio huir de la isla aérea entrando a otra isla, que en el caso de Gulliver fue la isla de los Houyhnhnms, adonde Gulliver quedó sujeto a las órdenes de un caballo.



Una Unión más perfecta

En 1806 Inglaterra se vio privada del mercado europeo, por disposición de Bonaparte. Buscó anexar tierras lejanas, y arribó aquí, no precisamente para hacer turismo. Pero fue rechazada. Eso fue decisivo para su proyecto colonial: encontró que era más ventajoso un comercio libre de gastos que poseer territorios y sostener una nube de funcionarios coloniales y ejércitos de ocupación. Más: 40 años después decretó el libre comercio, para sí misma y para sus socios. El modelo funcionó en tanto los socios eran economías complementarias: Inglaterra compraba lana en Argentina y renunciaba a producirla ella; Argentina compraba manufacturas a Inglaterra y renunciaba a tener industria. El librecambio entre socios desiguales impedía absolutamente la industria en el país. Eso lo vio el profesor de Finanzas Públicas de la UBA, Terry: en “la lucha ente el artículo extranjero y el nacional, el triunfo del similar extranjero es fatal, porque las armas son desiguales”. Hoy EE.UU. nos propone el ALCA, una zona de librecambio cuyos socios son, en este rincón, no un país sino una federación de países, un verdadero continente, que además es la mayor potencia económica, militar y tecnológica en el mundo; en el otro rincón, un país que es hoy como una hoja en el viento, la Argentina de estos días. El producto nacional argentino es igual al de Filadelfia, un pequeño distrito de nuestro potencial socio. Pero la tremenda diferencia en tamaño económico, que por sí sola lleva a pronosticar con total seguridad que la industria argentina sería arrasada, o en todo caso sólo subsistirá como armaduría o maquila, no es el único defecto de una zona de librecambio entre EE.UU. y la Argentina. El otro es que los artículos que exporta la Argentina son similares a los de EE. UU. –productos agrícolas de clima templado– y algunos que intenta producir –manufacturas– los abastecería más baratos EE.UU. Por unir nuestros mercados, EE.UU. no suprimirá los subsidios agrícolas internos, que aportan la mitad de su ingreso a los agricultores. Semejante librecambio traería el fin del único sector productivo argentino con ventajas comparativas naturales. No sólo llevaría a liquidar la industria sino la agricultura. Cortaría la viabilidad económica de la Argentina como país. No como dependencia. Es un virtual proyecto anexionista: convertirnos vía comercio en el 52º estado de la Unión.