¡Al
país lo arreglo yo!
Así me decía, exultado, mi amigo de siempre, en la
mesa del café, luego de que alguien repitiese la consabida
frase: A este país no lo arregla nadie. ¿Cómo
que nadie?, dijo mi amigo, saltando como resorte. ¿Pero
el tiempo no te enseña nada, chabón? ¿Pasaste
diez años mirando cómo las necesidades de todos se
convertían en fuentes de lucro para los amigos del poder
y eso no te enseña algo?. El otro miraba con cara de
nada, sin percibir hacia dónde rumbeaba mi amigo. A
ver, ¿qué cosas te afligen?, seguía,
¿estás endeudado en dólares y temés
que devalúen, te cansa escuchar música norteamericana
todo el día por la radio, te irrita que entren como pancho
por su casa aviones de guerra yanquis a la provincia de San Luis,
te cuesta entender Internet, tenés un campito y lo que cosechás
no te alcanza para pagar la deuda con el banco, extrañás
las chacareras, zambas y chamamés de tu pago natal? a ver,
¿qué más?, decía, desafiante.
¿Te angustia un riesgo-país alto como el de
Nigeria, o que Menem te mande a comprar tantos dólares como
puedas?. Mi idea es simple y es hacer fácil lo
difícil, hacer de los problemas soluciones. Lo miramos
expectantes: Somos un cacho de América ¿no?
Y América ¿no es de los americanos? Seamos, pues,
parte de los EE.UU. de América: un Estado Libre Asociado,
o algo así. El otro empalidecía, absorto, y
mi amigo siguió: Mirá: ya nos ofrecieron integrarnos
al primer mundo. Fue en 1806 y 7, y lo dejamos pasar. Siempre hay
una segunda vez, y ahora toca. En vez de castellano, hablemos inglés:
no más problemas con la radio o Internet. En vez de pesos,
dólares, y chau angustias por cuotas, y la recomendación
de Menem, en vez de incendiaria, será la de una recatada
monjita que pide que ahorremos; los científicos no emigrarán
a los EE.UU. para trabajar y verse estimados: ya estarán
en EE.UU. Los chacareros, en lugar de competir con sus similares
de EE.UU., serán subsidiados generosamente por su gobierno.
El riesgo-país será el más bajo del mundo.
Los aviones de San Luis serán nuestros propios aviones y
las bases que establezcan serán nuestras bases. Los litigios
de las empresas privatizadas tendrán lugar en nuestros juzgados.
¿Y las tradiciones? Pues estaremos como Australia,
país respetable si los hay, con un pasado poco presentable.
Mientras el otro, visiblemente mareado, salía, yo me quedé,
preguntándome: ¿nos aceptarían?
Instituciones
débiles
Hace unos
pocos años nos visitó el premio Nobel en Economía
Douglass North. Pronunció una conferencia en el Consejo Profesional
de Ciencias Económicas, en la que señaló que
parte de nuestros males se deben a haber heredado de la época
colonial instituciones débiles, cuando no corruptas. Este
es otro que viene dos días y quiere decirnos cómo
arreglar nuestras cosas, pensé. Pero luego advertí
que estaba juzgando más aún, descalificando
a un hombre de ciencia, como es común en la Argentina. Los
hechos le dan la razón a North a cada paso: el país
es propenso a degradar o vaciar sus instituciones y a obrar arbitrariamente,
eludiéndolas, como si no obrar conforme a la ley en asuntos
públicos fuese una suerte de picardía criolla a gran
escala. La Casa Rosada es la emblemática sede de la discrecionalidad
y lugar de acción del hombre providencial. El Congreso es
la sede de las instituciones y las normas, aunque también,
¡oh, coincidencia!, la representación de las autonomías
provinciales y de las inquietudes de los ciudadanos. ¿Qué
ocurrió en el ciclo de golpes de Estado, desde el de Uriburu
en 1930? Que funcionó la Rosada y se cerró el Congreso.
Triunfó la discrecionalidad sobre la norma. Así, en
la última dictadura se dejó a un lado la Constitución,
reemplazada por un Estatuto redactado arbitrariamente, entre gallos
y medias noches, a espaldas del pueblo. Hoy no hay golpes con tanques
en las calles. Pero hay golpes, discrecionalidad y fe en hombres
providenciales. La naturaleza tiene horror al vacío y donde
éste aparece es llenado por algún otroagente. Hoy
los colaboradores del Presidente parecieran ser designados o removidos
por los mercados. No hace mucho escuchábamos
a un banquero: Los mercados no verían con agrado el
alejamiento del jefe de la SIDE. Esta actitud de eludir la
norma llegó a un pico inusitado cuando el propio Congreso,
a pedido de un solo hombre del P.E., le dio facultades extraordinarias,
por las que él puede disponer que alguien sea echado de su
cargo público, o que un recién nacido no reciba asistencia
de la sociedad y muera por una causa evitable, es decir, tener a
su merced la fortuna o la vida de algún argentino. Cuando
no hay normas de equidad social, el débil queda a merced
del fuerte. Sólo la ley de la selva rige. Ya lo dijo Smith:
los pobres son muchos y no organizados; sin ley que los ampare,
su destino es ser explotados por los poderosos.
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