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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
03 JUNIO 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López

 

Aeronaves

Por una vez, estoy de acuerdo con Cavallo: el problema de Aerolíneas es empresarial, no político. Es un típico problema de empresa privada. Remitámonos a la historia de las empresas. ¿Qué empresa no compró a otra meramente con el fin de cerrarla, crecer ella misma y eliminar competencia? Podríamos decir mucho sobre el área de producción de cigarrillos. En la esfera aeronáutica, ¿no era sabido desde antes que pocas líneas aéreas en el mundo podían sobrevivir? Que la privatización de Aerolíneas tuviera este fin no debía sorprender, pues fue la misma historia de Viasa, de Venezuela, empresa extinguida. Lo sorprendente es que no haya ocurrido antes, y acaso eligieron este momento porque estamos como un boxeador golpeado a lo largo de 10 rounds, que por milagro se tiene en pie y ansioso espera la campana para recibir algún masaje vivificante. Lo que inspira desconfianza es el currículum –o el prontuario– de Cavallo, una de cuyas hazañas fue la licuación de la deuda de unas cuantas empresas amigas, lo que derivó en un incremento absurdo de la deuda externa de todos. ¿Querrá hacer lo mismo ahora, transferir al Estado argentino los 1000 millones que supuestamente debe Aerolíneas? Si el Estado me pregunta, me remito a casos conocidos: en la India, antes de la independencia, sobraban ingenieros; después, faltaban; ¿qué pasó? Había cambiado el proyecto de país, de colonia a país soberano. Cuba opera sus aviones con la perfección de un bisturí, presuntamente porque su tripulación la forman aviadores militares. Luego, aconsejo: 1º) Despegarse de esa empresa, que quiebre lo más rápido posible, no poner un peso, aun en sueldos atrasados. Ayúdese al personal damnificado, como se ayuda a otro ciudadano con problemas. 2º) Formar ya una nueva empresa -renacer como AeroMéxico– digamos Aerolíneas II, que absorba a ese personal altamente calificado. El factor humano es lo único que la Argentina no puede comprar a otro país. 3º) Integrar en bloque la Fuerza Aérea Argentina a Aerolíneas II: los aviadores militares hoy no tienen empleo; son, como dijo Samuelson, “atletas altamente entrenados que nunca salen a correr, y por ello se vuelven sobreentrenados”. En este rubro el progreso tecnológico ocurre en el capital físico, los aviones, que es parte de lo que la actual empresa convirtió en dinero y se llevó. Pero hay uno con el que, simbólicamente, recomenzar: el Tango 01.


Regla de oro

La ciencia económica, en su origen, se inspiró en textos normativos -jurídicos, religiosos, filosóficos– que prescribían conductas moralmente aceptables: el deber ser. Y tal deber ser es uno u otro según qué valores se admiten. Con el tiempo los valores fueron excluidos de la economía, que se volvió realista y menos moral. Pero en el último medio siglo reapareció la necesidad de referirse a valores y la fuente más aceptada fue la Biblia. Este pasaje de Mateo 22:39 ha generado una variedad de reglas de oro: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús les dijo: ... El segundo [mandamiento] es semejante [al primero]: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. Los hombres de Estado juran cumplir este precepto cuando toman posesión de sus cargos, pero al ejercerlos parecen contraer amnesia repentina, sobre todo al repartir sacrificios y dispensar favores. Es una tradición aceptada en épocas de crisis que el Estado se achique, agudizando la recesión, pero además descargue el peso del ajuste sobre los que menos tienen, sin sacrificio comparable de los pudientes. Lo que confirma la idea de Smith, adoptada por Alberdi: “el Estado se creó para defender a los que tienen contra los que no tienen”. Luego –decimos aquí- el Estado hace pagar el sacrificio a los que tienen menos en beneficio de los que tienen más. Tal tradición empezó con Avellaneda, al surgir riesgo de default en 1876: “Los tenedores de los bonos argentinos deben, ála verdad, reposar tranquilos. Hay 2 millones de argentinos que economizarían hasta su hambre y sobre su sed, para responder en una situación suprema á los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros”. Vino la Gran Depresión, y el Estado ¿en quién hizo recaer el ajuste?: impuso austeridad, creó impuestos y recortó presupuesto, obras públicas y sueldos. En 1932, el ministro Alberto Hueyo se ufanaba de imponer sacrificios al pueblo, sin tomarse siquiera la molestia de escribir un discurso nuevo: “Hoy en día atravesamos circunstancias semejantes, con la única diferencia de que la familia ha crecido y que en su oportunidad seremos 12 millones los que estaremos dispuestos a economizar sobre el hambre y la sed”. Un año después, el país –informaba Prebisch– estaba “al borde de una verdadera catástrofe; por primera vez iba gente joven a pedir comida a las casas”.