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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
07 OCTUBRE 2001








 EL BAUL DE MANUEL
 por M. Fernandez López
1   ¿Cuánto gano?

Los patéticos planes de competitividad, que ahora ofrece el mismo que una década atrás negó apoyo fiscal a sectores industriales, son como las garantías de tierras a los indios en la Constitución reformada, luego de habérselas quitado más de un siglo atrás. Llevan a pensar si los hombres de Estado maginan tamañas incoherencias para no caer aletargados, como los vampiros de Polanski bailando el minué. No hay promoción que induzca a un empresario a producir un bien que no prevea vender, y no venderá si los posibles compradores carecen de dinero. Acaso un ciudadano sienta necesidad o deseo de cierto bien, pero si no respalda su necesidad o deseo con el mágico tintinear del dinero, el mercado no se moverá un milímetro para satisfacerlos. Eso lo dijo Adam Smith hace ya dos siglos y cuarto. Otro grande, León Walras, aclaró que para demandar bienes de consumo en el mercado, los miembros del sistema deben desprenderse de algún factor productivo (tierra, trabajo, capital) de su propiedad. Un sucesor de Walras, el premio Nobel G. Debreu, confirmó la necesidad de que cada persona posea alguna cantidad positiva de bienes para participar en el mercado. ¿Qué le ocurre a quien no posee tierras ni bienes de capital y ofrece su trabajo, pero el sistema no se lo toma? ¿Qué le sucede a otro, ya viejo para trabajar, que posee una pequeña propiedad? El primero no entra al mercado y el segundo, si necesita algo de él (por ejemplo, operarse de una dolencia), deberá entregar su propiedad. El mercado margina al insolvente y expropia al indigente. San Mercado, como una gran ramera, hace milagros sólo a cambio de dinero. Es fácil ver que todo se compondría dando al empleado un sueldo mínimo y cierto, así fuese en patacones o en brigadieres. Pero el magín oficial, ávido de entretenimientos, inventó el ingreso-lotería, proporcional a la recaudación de impuestos. Si –por decir algo– el mes que viene todo rico decidiera declarar su verdadero ingreso y pagar impuestos, todos recibirían más salario. Si ello no pasa –y seguro que no pasa– y el más rico oculta ingresos y el no tanto evade cuanto puede, el salario caerá, sin saberse en qué medida. En tal caso sólo cabe comprar algo que dé satisfacción inmediata y con poco gasto: un café con leche, una sopita. ¿Quién tomaría un crédito hipotecario, compraría un auto en cuotas o alquilaría un departamento, sin saber qué salario ganará el mes próximo?

2  Medios y fines

Llévelo con confianza, al año le volverá a crecer el pelo”, nos dice el boticario. Aplicamos la loción y pasan seis meses sin asomar un solo pelo. La cabeza, lustrosa como bola de billar. Volvemos. Reclamamos. “Pasa que usted no hizo el tratamiento completo, sino sólo una parte”. Mascullando, salimos con otro frasco en la mano y menos plata en el bolsillo. El pelo no saldrá nunca, pero uno ya pagó y consumió varios frascos. Y no hay devolución. Un drama con tres personajes: un sapo tragado, una larga digestión y un estado mejor prometido, que acaso nunca se vea y acaso lleve a la desaparición del tragador. Los tres aparecen en la política económica y en la política sin adjetivo, en su versión criolla. No con nombres tan groseros, sino como “medios”, “tiempo” y “fines”, o bien “instrumentos”, “tiempo de ajuste” y “objetivos”. Hay dos dificultades: una, el factor intermedio, el tiempo, de duración más o menos larga, difícil o imposible de estimar a priori, que obliga a esperar a que los instrumentos surtan sus efectos. Pero no menos inquietante es el carácter inalterable de la sucesión de causas y efectos: las causas siempre anteceden a los efectos, aunque los efectos pueden no seguir a las causas de un modo igual y previsible. Las causas son ciertas y eficaces; los efectos son inciertos e imprevisibles. Acaso los efectos no aparezcan nunca, pero las causas, una vez establecidas, quedan por un buen tiempo. Tinbergen y Meade teorizaron sobre cómo se vinculan causas y efectos en política económica y por ello ganaron premios Nobel. El tamaño de unas y otros también está relacionado. Se dice: a grandes males, grandes remedios”. Luego, para curar un gran mal –es decir, lograr una gran curación–, debe pensarse en introducir un remedio de tamaño proporcional. El espíritu criollo, inclinado a la desmesura, ha sido fértil en imaginar grandezas futuras (la “Argentina potencia”) y en aras de ellas ha exigido sacrificios también grandes, siempre al asalariado: pagar impuestos por la leche y no por el whisky, transferir recursos naturales y servicios públicos a particulares y a grupos, para ir hacia un Estado más eficiente; recortar el salario y hacer su valor futuro incierto para tener déficit cero para recuperar el crédito externo. Lo prometido después del “para” no tiene por qué ocurrir, pero una vez establecido lo anterior a la preposición, andá cantarle a Gardel.