1
¿Cuánto
gano?
Los patéticos planes de competitividad, que ahora ofrece
el mismo que una década atrás negó apoyo fiscal
a sectores industriales, son como las garantías de tierras
a los indios en la Constitución reformada, luego de habérselas
quitado más de un siglo atrás. Llevan a pensar si
los hombres de Estado maginan tamañas incoherencias para
no caer aletargados, como los vampiros de Polanski bailando el minué.
No hay promoción que induzca a un empresario a producir un
bien que no prevea vender, y no venderá si los posibles compradores
carecen de dinero. Acaso un ciudadano sienta necesidad o deseo de
cierto bien, pero si no respalda su necesidad o deseo con el mágico
tintinear del dinero, el mercado no se moverá un milímetro
para satisfacerlos. Eso lo dijo Adam Smith hace ya dos siglos y
cuarto. Otro grande, León Walras, aclaró que para
demandar bienes de consumo en el mercado, los miembros del sistema
deben desprenderse de algún factor productivo (tierra, trabajo,
capital) de su propiedad. Un sucesor de Walras, el premio Nobel
G. Debreu, confirmó la necesidad de que cada persona posea
alguna cantidad positiva de bienes para participar en el mercado.
¿Qué le ocurre a quien no posee tierras ni bienes
de capital y ofrece su trabajo, pero el sistema no se lo toma? ¿Qué
le sucede a otro, ya viejo para trabajar, que posee una pequeña
propiedad? El primero no entra al mercado y el segundo, si necesita
algo de él (por ejemplo, operarse de una dolencia), deberá
entregar su propiedad. El mercado margina al insolvente y expropia
al indigente. San Mercado, como una gran ramera, hace milagros sólo
a cambio de dinero. Es fácil ver que todo se compondría
dando al empleado un sueldo mínimo y cierto, así fuese
en patacones o en brigadieres. Pero el magín oficial, ávido
de entretenimientos, inventó el ingreso-lotería, proporcional
a la recaudación de impuestos. Si por decir algo
el mes que viene todo rico decidiera declarar su verdadero ingreso
y pagar impuestos, todos recibirían más salario. Si
ello no pasa y seguro que no pasa y el más rico
oculta ingresos y el no tanto evade cuanto puede, el salario caerá,
sin saberse en qué medida. En tal caso sólo cabe comprar
algo que dé satisfacción inmediata y con poco gasto:
un café con leche, una sopita. ¿Quién tomaría
un crédito hipotecario, compraría un auto en cuotas
o alquilaría un departamento, sin saber qué salario
ganará el mes próximo?
2 Medios
y fines
Llévelo
con confianza, al año le volverá a crecer el pelo,
nos dice el boticario. Aplicamos la loción y pasan seis meses
sin asomar un solo pelo. La cabeza, lustrosa como bola de billar.
Volvemos. Reclamamos. Pasa que usted no hizo el tratamiento
completo, sino sólo una parte. Mascullando, salimos
con otro frasco en la mano y menos plata en el bolsillo. El pelo
no saldrá nunca, pero uno ya pagó y consumió
varios frascos. Y no hay devolución. Un drama con tres personajes:
un sapo tragado, una larga digestión y un estado mejor prometido,
que acaso nunca se vea y acaso lleve a la desaparición del
tragador. Los tres aparecen en la política económica
y en la política sin adjetivo, en su versión criolla.
No con nombres tan groseros, sino como medios, tiempo
y fines, o bien instrumentos, tiempo
de ajuste y objetivos. Hay dos dificultades: una,
el factor intermedio, el tiempo, de duración más o
menos larga, difícil o imposible de estimar a priori, que
obliga a esperar a que los instrumentos surtan sus efectos. Pero
no menos inquietante es el carácter inalterable de la sucesión
de causas y efectos: las causas siempre anteceden a los efectos,
aunque los efectos pueden no seguir a las causas de un modo igual
y previsible. Las causas son ciertas y eficaces; los efectos son
inciertos e imprevisibles. Acaso los efectos no aparezcan nunca,
pero las causas, una vez establecidas, quedan por un buen tiempo.
Tinbergen y Meade teorizaron sobre cómo se vinculan causas
y efectos en política económica y por ello ganaron
premios Nobel. El tamaño de unas y otros también está
relacionado. Se dice: a grandes males, grandes remedios. Luego,
para curar un gran mal es decir, lograr una gran curación,
debe pensarse en introducir un remedio de tamaño proporcional.
El espíritu criollo, inclinado a la desmesura, ha sido fértil
en imaginar grandezas futuras (la Argentina potencia)
y en aras de ellas ha exigido sacrificios también grandes,
siempre al asalariado: pagar impuestos por la leche y no por el
whisky, transferir recursos naturales y servicios públicos
a particulares y a grupos, para ir hacia un Estado más eficiente;
recortar el salario y hacer su valor futuro incierto para tener
déficit cero para recuperar el crédito externo. Lo
prometido después del para no tiene por qué
ocurrir, pero una vez establecido lo anterior a la preposición,
andá cantarle a Gardel.
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