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ECONOMíA EN PAGINA/12 WEB
21 OCTUBRE 2001








 BUENA MONEDA


Mr. Magoo

Por qué en el exterior existe consenso de que Argentina no puede pagar su deuda? ¿Por qué no entienden esa vocación de buen pagador cuando su economía se derrumba? ¿Por qué, también, afuera no terminan de comprender el empecinamiento de los argentinos para defender un tipo de cambio fijo? ¿Por qué piensan que el régimen de convertibilidad se ha agotado y que constituye una de las razones fundamentales que impiden el crecimiento? Puede ser que el mundo esté equivocado. No hay que descartarlo, porque si los argentinos fueron los inventores de la birome, el dulce de leche y del colectivo, también pueden ser el faro que ilumine a las economías del mundo sobre cuál es la estrategia para tener un desarrollo sostenido. De todos modos, no es cuestión de desestimar las opiniones que vienen de afuera así porque sí. En realidad, más vale escucharlas para empezar a darse cuenta que estructurar una economía con el candado del 1 a 1 es una fantasía, con costos elevadísimos, tantos como los que habría si se rompe esa paridad sagrada. Como se definió con inocultable claridad, esa “tragedia económica” presenta un dilema pavoroso: seguir con la convertibilidad es “el horror sin final”, mientras que quebrarla es “el fin con horror”. Ante esos dos espantos, no deja de llamar la atención que la búsqueda de la salida de la depresión sea encarada con la misma habilidad que tiene el personaje de un tradicional dibujito animado, de cabeza calva con ceguera avanzada, Mr. Magoo.
La angustia por la extensión de la recesión, ruptura de la cadena de pagos, caída de empresas y pérdida del trabajo provoca distracciones sobre un aspecto poco atendido: la cada vez más desigual distribución del ingreso. El paquete de medidas de Cavallo lo ignora completamente, al insistir por una vía que repite la misma receta de los últimos años, que fracasó una y otra vez. Apelar a tibias iniciativas de recuperación de la confianza del consumidor y de ajuste fiscal para provocar el retroceso de la tasa de interés, con el objetivo de recrear un esquivo círculo virtuoso. Y por ese camino, ante el fracaso sucesivo de esa estrategia, se desembocará en la dolarización de facto, que es lo mismo pero peor.
Existe coincidencia de que sin una reestructuración de la deuda, con quita del capital, disminución de la tasa y extensión de los plazos, no hay posibilidad de recuperación. E incluso se sabe que esa trabajosa operación es necesaria pero no suficiente para sacar a la economía de la depresión. Pero, en estos días de definiciones, reapareció con todo su poder la capacidad de presión de la banca. Las AFJP, manejadas por entidades financieras, dilataron un minicanje de deuda de apenas 3000 millones, que implicaba resignar parte de una renta abusiva. Los propios bancos también se resistieron a participar con sus tenencias en un trueque de esas mismas características. La calificadora de riesgo Standard & Poor’s antes de concretarse esas operaciones amenazó con declarar el “default selectivo”. Y todo esto por una parcial, pequeña e inofensiva reestructuración de un décimo del total de la deuda.
La banca, como dueña de las AFJP, también viene rechazando la propuesta de bajar a la mitad de los aportes previsionales destinados a las cuentas individuales de los afiliados. Ese dinero restado quedaría en el bolsillo del trabajador con la expectativa de que lo gaste para reanimar el consumo. Las AFJP se oponen porque perderían parte de las comisiones que cobran por los fondos previsionales de los trabajadores.
Esa escasa audacia es rápidamente neutralizada por el fenomenal lobby del sector financiero.
Sin avanzar sobre nichos de privilegio, entre ellos el sector financiero, con o sin convertibilidad, con o sin dolarización, cualquier política de recuperación tendrá la misma ceguera que hace tan torpe a Mr. Magoo.