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Banco Nación: acción y reacción

El Banco Nación, que organizó premios de avanzada durante los años 2000 y 2001, ahora se repliega en una experiencia burocrática y decimonónica. Los vaivenes institucionales.

 Por Fabián Lebenglik

Durante los años 2000 y 2001 el Banco Nación organizó un concurso abierto con premios comunes para todas las disciplinas de las artes visuales, sin distinciones, con suculentas recompensas por un total de $35.000.
Aquella experiencia de dos ediciones fue piloteada por el crítico de arte y docente Jorge López Anaya, y tuvo como antecedentes directos al Salón Nacional de Rosario (Museo Castagnino), al Salón Nacional del Mar (Teatro Auditorium, Mar del Plata), los salones nacionales y regionales de Bahía Blanca (Museo de Arte Contemporáneo) y el último Premio Braque (organizado por la Embajada de Francia en la Fundación Banco Patricios en 1997).
Todos estos salones realizados en su mayoría fuera de Buenos Aires (salvo el último) resultaron experiencias arriesgadas y de gran convocatoria, al mismo tiempo que generaron productivos aportes acerca de la función de los premios, la tarea de la curaduría y la puesta en foco del producto final de todo premio: una exposición. Cuestiones completamente ignoradas en la burocrática nueva versión. En aquellos salones “indisciplinados” se trató de dar respuestas apropiadas por parte de las instituciones públicas y privadas, y desde salones oficiales en su mayoría, que de ese modo comenzaron a demostrar ciertos reflejos en relación con los problemas de la producción artística argentina de los últimos años. En este punto debe quedar claro que no toda la producción plástica del presente es estéticamente contemporánea, sino que aún circulan miles de obras generadas como si la historia (y especialmente la historia del arte, la estética y el pensamiento) se hubiera terminado en 1890. En tales parámetros vetustos se sustenta el presente premio.
En oportunidad del lanzamiento de aquella modalidad del Premio Banco Nación, a fines de 2000, quien firma estas líneas analizó la propuesta y anticipó que la institución tomaría un giro drástico en relación con el premio.
Luego de señalar entonces la casi total –y abusiva– ausencia de pintura y la lucidez de la obra ganadora (de Jorge Macchi), decía que “con tendencia al posconceptualismo, se destaca una común reflexión político-social tan lúcida como poética... Por otra parte, en la muestra hay toda una serie de trabajos que juegan con la autorreferencialidad, con humor e ironía...
“Desde esa especificidad aparece como una genial humorada hacer que las autoridades del Banco Nación tengan que soportar los premios, las menciones y la selección, todo lo cual seguramente les resulta indigerible... Que el Banco Nación esté detrás de este concurso resulta una fantástica boutade, típica de los ‘saltos modernizadores’ argentinos, a los tumbos, sin proceso y sin red. No cabe duda de que la excelente instalación de Jorge Macchi, ganadora del premio a través del cual el Banco adquirió la obra en $30.000 –¿dónde la guardarán?– va significar un notorio contraste con el patrimonio de la tradicional institución. En este sentido, no sería extraño que luego de haberse enfrentado a un choc artístico por haber bebido de golpe la pócima de las artes visuales de hoy, el futuro Premio Banco Nación desaparezca o cambie radicalmente.”
En efecto, ahora la Fundación del Banco Nación decidió dar un golpe de timón y hacer tabula rasa con las ediciones anteriores, porque se lanzó a un proceso revisionista y restaurador de la santa federación artística. En principio, el nuevo premio, para tranquilidad de todos quienes se espantan con los géneros y técnicas del arte del presente, es sólo de pintura.
La entusiasta modalidad restauradora se superpone en espíritu con el tradicional Salón Nacional que la Secretaría de Cultura de la Nación organiza todos los años. Vaya un reconocimiento a la originalidad.
En este caso, cada distrito del país convoca, a través de las respectivas secretarías de Cultura locales, a un concurso de pintura delque quedarán no más de diez obras seleccionadas. El insólito y disparatado sistema de cupos intenta trasplantar la representación política distrital al terreno de las artes. Vaya un voto de censura por no tener en cuenta el cupo femenino. El sentido de esta inútil operación política es, según los organizadores –o, más bien, según la facción victoriosa que se toma la revancha– “estimular el sentido federal de los artistas plásticos”.
Como corolario de todo el ampuloso operativo burocrático, se cometió la torpeza reglamentaria de incluir en la exposición la totalidad del envío de cada distrito, con lo cual se presenta al sufrido público una maratónica, impiadosa y confusa exposición. Invirtiendo el refrán popular: Lo malo, si extenso, dos veces malo.
En este contexto un jurado nacional sólo se limitó a repartir tres premios –de 15.000, 10.000 y 5000 pesos– y varias distinciones honoríficas.
La confusión de tal agotadora cabalgata se registra nítidamente en el montaje, a cargo del curador del premio, Tomás del Villar. Implícitamente conscientes del bodrio que tenían entre manos, los organizadores relegaron lo peor para la segunda planta, transformando el recorrido del piso superior en una suerte de salón de los rechazados (salvo honrosas excepciones, ver recuadro). Quien se atreva a recorrerlo completo –como lo hizo este sacrificado cronista– tendrá asegurado su lugar en el cielo.
La exhibición resulta abrumadora y no aporta nada, salvo una mirada arqueológica y estadística sobre los trabajadores del pincel a lo largo y a lo ancho de nuestra patria.
En relación con determinados núcleos ideológicos que se reiteran en oportunidad de la realización de ciertos premios, el historiador, curador y crítico de arte Marcelo Pacheco, director artístico del Malba (e integrante del jurado de las ediciones 2000 y 2001 del Premio Banco Nación), reflexiona en los siguiente términos en el catálogo 2001: “Es interesante, revisando las notas, las críticas, los comentarios y grageas publicados en los medios, cómo ciertas ideas se repiten. Por un lado, el análisis del Premio Banco Nación como si se tratara todavía de aquellos que funcionaban en el campo artístico de la modernidad: el premio oficial como ámbito propicio para la creación y la difusión (incluso como controlador) de la norma. Por otro, el potencial que sigue aún adherido al imaginario de los excluidos como parte militante de un ‘salón de los rechazados’, insistiendo con el valor de los premios como instrumentos legitimadores, sin advertir el cambio de su rol funcional como espacio transversal de visibilidad y de circulación, pero no de pontificación (las operaciones y los operadores del campo artístico contemporáneo actúan de manera múltiple y virósica, en un sistema acelerado y en un escenario local, donde las batallas políticas y estéticas siguen estrategias también nuevas).”
El jurado de premiación estuvo integrado por Mercedes Casanegra, Raúl Moneta, Fortunato Roffe, María Cristina Sábato y Gustavo Vázquez Ocampo.
Entre el forzado “salto modernizador” de las ediciones 2000 y 2001, y la restauración conservadora actual, veremos qué nos depara el futuro premio del Banco Nación, luego de las próximas reuniones de directorio.
(En las Salas Nacionales de Exposición-Palais de Glace, Posadas 1725, hasta el 30 de marzo.)

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“El lado sur”, 100 x 100 cm; xilopintura de Eduardo Iglesias Brickles.
 
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