ESPECTáCULOS
Para Michael Moore, no hay peor mentira que el silencio cómplice
Por Horacio Bernades
“Usted es una vergüenza, señor Bush. Es una vergüenza lo que está haciendo, y en cualquier momento verá que tiene al mundo en contra, y que el tiempo se le acaba.” ¿Quién es el tipo que cuando la ceremonia del Oscar promediaba fue el único que osó pronunciar el nombre prohibido y cantarle a George W. Bush las cuatro frescas que el resto de los presentes eludió a lo largo de toda la noche? ¿Quién es ese gordito de barba descuidada y aspecto ligeramente clownesco que acompañaba su filípica agitando el índice, como si en lugar de dedo tuviera un pequeño garrote en la mano derecha?
Ganador del Oscar al Mejor Documental (los miembros de la Academia no iban a ser tan zonzos de no dárselo, cuando todo el mundo sabía que Bowling for Columbine era número puesto para esa categoría), desde hace más de diez años Michael Moore no viene haciendo otra cosa que lo que hizo la noche del domingo en el Kodak Theatre. Literal o simbólicamente, desde fines de los años ‘80 (plenas reaganomics) Moore viene apuntando, desde las pantallas de cine y televisión, el dedo índice hacia los responsables de que Estados Unidos se haya convertido en el paraíso del capitalismo salvaje. Quijote populista, ciudadano indignado con cámara-navaja en mano, Robin Hood de gorrita de béisbol y zapatillas de básquet, en sus documentales, programas de TV y libros de bolsillo, Moore denuncia atropellos e injusticias, persigue y desenmascara a políticos y empresarios, organiza marchas y demostraciones, se burla y hasta payasea. Personaje mediático hiperexpuesto por decisión y vocación, Moore es como un Pergolini que se tomó en serio su compromiso civil.
Para decirlo sin vueltas, Moore es el definitivo grano en el culo que le brotó al Imperio, justo en el momento en que el Imperio se sacó la careta para asumir definitivamente su destino manifiesto. No es raro que haya sido él, en el momento en que Bush Jr. daba la orden final para el bombardeo de Irak y días antes de su aparición estelar en el Kodak Theatre, quien produjo la más virulenta carta abierta que alguien haya dirigido hasta ahora al presidente de la nación más poderosa del mundo. Publicada íntegramente por Página/12 la semana pasada, en esa carta –dada a conocer a través del site www.michaelmoore.com– el realizador de Roger & Me y Bowling for Columbine se dirigía al “gobernador Bush” (como aclaró en su arenga del domingo, el ciudadano Moore no reconoce como presidente de la nación a quien se impuso en las elecciones más dudosas de la historia estadounidense) para hacerle saber que ya estaba harto de sus “mentiras y maquinaciones”.
En esa carta, Moore le recordó también a George W. que los únicos que apoyan la guerra en Estados Unidos son los miembros de su gabinete y algunos “loquitos” de la radio y noticieros televisivos. Al paso, aprovechó para señalar que Bush Jr. jamás se presentó como voluntario durante la guerra de Vietnam, y que de los 535 miembros del Congreso sólo uno tiene un hijo enlistado como combatiente en Irak. “Su ignorancia del mundo lo convierte en un estúpido, además de haberlo arrinconado en un lugar del que ya no podrá salir”, le dice Moore al gobernador, antes de cerrar con una amarga burla (bastante poco populista, si se la lee entre líneas) sobre lo bien que le irá en la próxima votación al presidente que ordenó una guerra de alta intensidad contra un enemigo satanizado. Finalmente le desea que, por su bien, mejor dé con el paradero de Osama bin Laden antes de las elecciones.
Pero Moore no es sólo un provocativo bocón con acceso a los medios y site propio sino un documentalista que desde su primera película (la legendaria y modélica Roger & Me, de 1989) viene denunciando la clase de maniobras económicas y empresariales que hoy en día se conocen como “globalización”. Nacido en Flint, Michigan, lo que Moore hace en Roger & Me (en la Argentina, sólo los obsesivos de la televisión de cable pudieronverla, a mediados de los ‘90) no es otra cosa que ejercer su derecho de ciudadano. Al enterarse de que la General Motors está por cerrar la planta automotriz que da trabajo a la ciudad entera, este ex periodista de medios alternativos decide pedir audiencia con el director nacional de la firma, para preguntarle por la verdadera razón de ese cierre catastrófico. De tal modo, Roger & Me es la crónica, cámara en mano, de esa entrevista jamás concedida.
Mientras espera que el señor Roger Smith (no) acceda a recibirlo, Moore filma –en un registro que bautizó docucomedia– la tragedia de Flint, en el momento mismo en que la vida entera de la ciudad se va al tacho, por culpa de esa decisión. Sus siguientes documentales (The Big One y Bowling for Columbine), sus libros (el más reciente se llama Stupid White Men) y programas de televisión (“TV Nation” y “La cruel verdad”, que aquí también pudo verse por cable), reiteran el mismo esquema, con el propio Moore poniéndole el voluminoso y poco presentable cuerpo a las políticas de recorte, achicamiento, despido y expulsión del paraíso laboral. Y haciéndoles pisar el palito (con una habilidad para posar de bobo que sólo reconoce como precedente al detective Columbo) a gerentes, dueños de empresas, yuppies y encargados de relaciones públicas.
En Bowling for Columbine, estreno mundial en Cannes 2002, el tema de estudio de Moore es la loca pasión de sus compatriotas por las armas, lo cual incluye un picante tête à tête con Charlton Heston (presidente de la Asociación Nacional del Rifle); el asesinato masivo de profesores y estudiantes en la Universidad de Columbine, Colorado; el entrenamiento de la filonazi Guardia Nacional de Michigan y, por supuesto, una completa revisión de las intervenciones armadas de Estados Unidos a lo largo del siglo XX, en el resto del planeta. Le faltó una sola: la invasión a Irak. De eso se acaba de ocupar desde el escenario del Kodak Theatre. La buena noticia es que Bowling for Columbine será la primera película de Michael Moore que se estrene en la Argentina. Para eso no habrá que esperar mucho: el estreno se anuncia para pasado mañana. Allí, los argentinos tendrán ocasión de ver una versión en serio de “CQC”, donde las trompadas a los entrevistados no consisten en truquitos de montaje sino en hacerles pisar el palito a quienes, de tanta mala conciencia, no pueden dormir tranquilos.