PLáSTICA › LA SERIE QUE GOMEZ HIZO DURANTE LA DICTADURA
De pesadillas recurrentes
La serie de esculturas más lacerante que se haya hecho sobre los crímenes de la dictadura, se presenta completa.
Por Fabián Lebenglik
Ejercicios materiales 1978-1983 es un título que busca la mayor precisión cronológico-quirúrgica, para no resultar redundante –sino parcialmente descriptivo– respecto de aquello que nombra.
La galería Daniel Maman recuperó la veintena de obras sobrevivientes de aquella serie que Norberto Gómez realizó durante la dictadura.
El conjunto de piezas –en total eran 25, de las cuales quedan estas veinte, recuperadas y restauradas para la muestra– constituye la serie escultórica más lacerante y menos ambigua que se haya hecho en la Argentina en relación con la tortura, el dolor y la muerte durante los años de plomo, para denunciarlos y exorcizarlos. Carnes transidas, tripas y osamentas atormentadas, como trágica respuesta a la razón criminal –en verdad una razón de Estado– que transformó al Estado en órgano máximo del Terror.
La fuerza de esa obra está dada en parte por su sincronía con la tragedia: su realización señalaba crímenes próximos, tanto miles de torturas y muertes recientes cuanto inminentes. El efecto de ver toda junta una serie de trabajos que a través de los últimos veinticinco años se ha mostrado de a poco y fragmentariamente es el de una sobredosis de sentido.
La asepsia buscada al titular hoy aquellas obras con una frase tan instrumental y materialista apenas alcanza para comenzar a universalizar su sentido hacia otras tragedias, pasadas o presentes y hacia temas generales, como el dolor, la muerte y la capacidad de daño. Resulta difícil levantar parcialmente el anclaje de sentido de estas obras –el tiempo, lugar y contexto en que fueron hechas–, por más que en el mundo se sigan produciendo genocidios, masacres, exterminios e invasiones imperiales. Es difícil, pero al mismo tiempo es inevitable.
Al ampliar el fuerte anclaje de esta serie se advierte entonces su carácter no sólo sincrónico sino también diacrónico: premonitorio. La recuperación de ese conjunto de obras y su disposición en el refinado –y por lo tanto funcionalmente contradictorio– espacio de la galería, logra que el mismo amasijo de tripas, coyunturas, carne y osamentas –de hombres y animales– pueda disociarse de su contexto original para funcionar en otro, nuevo. Allí aparece entonces la materialidad de las piezas y su relación con un nuevo presente: esa es la condición de futuro del arte.
En tal juego de tiempos y espacios, la obra de Gómez resulta especialmente eficaz, porque salvo esta serie tan fechada su trabajo siempre conlleva un fuerte componente anacrónico.
La mirada enrojecida y desorbitada del escultor parece estar enfocada hacia otro tiempo y lugar, que de manera cada vez más inquietante se va pareciendo a este lugar y este tiempo.
Norberto Gómez nació en Buenos Aires en 1941, en el seno de una familia de artesanos españoles: su padre era ebanista y su tío, luthier. A los trece años decidió ingresar en la educación artística formal –en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano–, pero la abandonó dos años después. A mediados de los años sesenta viajó a París, donde trabajó en el taller de Julio Le Parc. Entre 1970 y 1974, luego de otro viaje a París, dejó la escultura. Y cuando retoma el oficio –no solo de escultor, sino también de dibujante– comienza también a realizar lo mejor de su obra.
Expone individual y colectivamente desde 1967 y su última muestra individual fue hace tres años, en la galería Ruth Benzacar. En 1995, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires organizó una gran muestra antológica.
En 1976 ganó el Premio Marcelo De Ridder; en 1981 el Premio de Escultura en la Primera Bienal de Arte de Montevideo y en 1995 el Premio Marechal,otorgado por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. En el año 2000 ganó el Premio a la Trayectoria otorgada en el Cincuentenario de la Asocación Argentina de Críticos de Arte. El año pasado recibió el Premio Konex a las Artes Visuales y el Premio Leonardo a la Trayectoria, otorgado por el Museo Nacional de Bellas Artes.
Al exhibirse nuevamente la obra de fines de los setenta y comienzos de los ochenta, debe mencionarse lo que vino después. En la década del ochenta el escultor fabricó enormes armas barrocas en las que contrastaban sus apariencias de metales temibles y pesados con su hechura real, de cartón pintado. A través de aquellas armas se podía establecer una secuencia centenaria –desde la Conquista hasta la actualidad– para mostrar cómo una cultura o una clase se desploma sobre otra para someterla y subordinarla.
Con los pequeños monumentos que comienza a exhibir a partir de la década del noventa, Gómez altera el código genético de la estatuaria para producir una nueva lectura de la historia, que invierte la versión heroica transformándola en una visión contrahecha.
En la Argentina, el monumento funcionó, desde su entronización durante el ascenso al poder de la generación liberal de 1880, como estrategia de construcción simbólica de la Nación y el Estado y sirvió de plataforma escolar para adoctrinar a todas las generaciones que siguieron.
Desde las últimas décadas del siglo XIX hasta mediados del siglo XX -con la década peronista de 1945-1955–, se cumplió un ciclo en donde el volumen escultórico tenía un sesgo celebratorio, heroico y conmemorativo, de tal modo que los monumentos públicos dieran cuenta de la historia oficial.
A manera de revisión de aquella genealogía del monumento, escultores como Aldo Paparella y Alberto Heredia han parodiado y deconstruido esa tradición que Norberto Gómez contribuye a disolver y ridiculizar.
Las esculturas –antes de yeso, luego de bronce o poliéster– resultan de una voluntaria toma de distancia que las empequeñece respecto de sus modelos monumentales, volviéndolas tragicómicas, satíricas y picarescas.
Es posible pensar en la obra de Norberto Gómez como en la de un artista/inventor del siglo XVIII, loco y aislado, que construye cuidadosamente sus extrañas pesadillas y anticipaciones barrocas. En este sentido, las esculturas de Gómez son muy diferentes a toda la escultura “contemporánea”, lo cual genera un efecto de extrañamiento, una sensación de anacronismo que en sus idas y vueltas siempre está a un paso de la más feroz actualidad. (Daniel Maman, Libertador 2475, hasta fin de mayo.)