PLáSTICA › HOMENAJE A ENRIQUE AHRIMAN (1944-2002) EN EL CENTRO BORGES
Tan admirable como inadvertido
Actor, performer, director teatral, amante de la retórica. Todos los medios le pertenecieron: radio, TV, pintura... Homenaje a un artista desconocido, que murió el año pasado.
Por Diana Aisenberg *
El artista hacedor de redes pasa muchas veces desapercibido, necesitados como estamos de tocar cuerpos.
La estética de la desaparición, la muerte del autor, es mucho más deliciosa en Europa; aquí, en Argentina no permite la metáfora. Es literal.
El autor desaparece profanado o simplemente no escuchado. Es así que la historia se construye a partir del rumor fundamental, en la gestación de las rebeliones, en la organización de los insurgentes. Una fuerza de poder, un medio de comunicación; arma de lucha –arma mortal– capaz de instalar cualquier verdad y el autor estaba muerto antes de empezar.
Enrique Ahriman regresa a la Argentina, según sus palabras, en Acción de Gracias a “mi Madre la Argentina”, con el objetivo de desarrollar el placer de leer: rituales por la esperanza de vida.
Sus collages: lo que él hace concretamente es pegar papelitos. La materia prima: la imagen y el texto, la edición. Luego su digitalización, difusión y venta, mucho trabajo para mucha gente.
Deja expresamente en la Argentina dos valijas repletas de información, registros, fotos, catálogos, obra digitalizada, proyectos, cartas, mucho de lo realizado en Europa, mucho por realizar aquí. Una historia para escribir.
Son los artistas, decía, los que van a hacer el gran cambio en Latinoamérica, y yo le creí, quiero creer.
Ahriman nació en Italia, en Cesena, como Enrico Paolo Cassotti. Murió en la Argentina. Llegó a Buenos Aires a los 4 años.
En 1967 presenta La tempestad, de W. Shakespeare, en el teatro San Martín, Sala Casacuberta.
En 1970 parte con una beca del Fondo Nacional de las Artes en teatro.
(Sospecho que siempre supo que iba morir aquí.) En 1971 andaba por una comunidad quechua cerca del Cuzco; participaba en un film con realizadores franceses sobre la reforma agraria.
Siempre se sentaba cruzando las piernas, casi como un yogui, sobre una piedra o una silla, lo mismo daba.
Era experto en rolar cigarros y lo hacía uno tras otro. (Tengo el último paquete de tabaco que su madre extrajo de su casa escondiéndolo en el bolsillo de mi saco el día que fuimos a visitarlo recién salido del Pirovano.)
La realización de la primera película de Bechis, Alambrado, en 1991, es lo que trae a Enrique Ahriman a trabajar a la Argentina después de tantos años.
Errante exiliado, caminante, desperdigó obra y talento por donde pisara su cuerpo frágil.
Fue expulsado de Brasil luego de montar una Macumba Macbeth y degollar a un animal en el escenario.
Escándalos, los provocaba siempre.
Los que lo tuvimos cerca sabemos de nuestro privilegio. Algunos de los que lo cruzaron apenas, entendieron prontamente la intención de cada una de sus palabras. Muchos lo ignoraron. La complejidad de su pensamiento, su precocidad rebotaban a veces sobre almas plastificadas. Su amor por el texto, el lenguaje y sus lecturas de la vida y el arte resultaban a veces inalcanzables. La vida y arte de sus amigos parecían importarle más que cualquier otra cosa.
El Montfaucon Research Center, en Europa; los eventos del Shanghai bureau, en Francia; las investigaciones en programación de I-permédia, en Italia; las obras de Idéale-Audience, en París; los films de Marco Bechis en Argentina; la extensa obra de Graciela Hasper; el proyecto Hecho en Buenos Aires, de Patricia Merkin y más. Pensar y trabajar con Enrique eraun privilegio que se hacía tan natural como el aire para nuestros pulmones.
Sus cenizas se esparcieron en el norte argentino. “Si salgo de esta -dijo–, quiero pasar un tiempo en un lugar de clima seco.”
Sus amigos europeos lo homenajearon en un teatro hace poco, en París. Se proyectaron trabajos donde él aparece, junto con dos cortos de Godard y de Lynch, producidos por Idéale Audience. En el primer video, Le moyen de s’entendre, sermón sobre el teléfono, su cara ocupa toda la pantalla, sin parpadear por mucho tiempo.
En 1999 la muestra de Enrique Ahriman en el Centro Cultural Borges, llamada “Mi madre-La Argentina”, fue un modelo de una exposición de páginas: era un conjunto autosuficiente, un discurso, con piezas independientes que se cruzaban. Se publicó en esa ocasión a Frances Yates, Luisa Muraro, Gertrude Stein y a Joëlle de la Cassiniere, más el proyecto de Leggenda, el material sobre la Televisione in comune y los carteles de una muestra realizada en Venecia junto a las páginas en español de la televisión para leer, otro sueño de Enrique del cual contamos por suerte con videos realizados.
En el año 2000, participó como asesor artístico en otra película de Bechis, Hijos, por lo que viajó a Italia durante un año.
Actor, performer, director de teatro, maestro, amante de la retórica. La radio, la televisión, la pintura, todos los medios y los textos le pertenecieron.
Enrique nunca tuvo casa para vivir pero sí para morir, decía el poema que leímos mientras cremaban su cuerpo. Fue su última obra, una vez más, un trabajo en común, muchos de sus amigos participamos en la remodelación de esa casa.
Vaya aquí una pequeñísima entrega de su enorme corazón y pensamiento. (En el Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín, hasta el 8 de octubre.)
* Artista plástica y docente de artes visuales.