PLáSTICA › UN GESTO SOLIDARIO DEL ARTISTA LEON FERRARI
¡León, León, qué grande sos!
Por Daniel Ontiveros *
Hay algo que muchos saben desde hace tiempo: León Ferrari es un gran maestro del arte argentino. También se sabe de su hombría de bien.
Pero quisiera compartir la emoción de ver una vez más, una pequeña-gran lección del maestro-león, que lo pinta de cuerpo entero.
Invitado a participar de la muestra Arte al Plato, que se exhibió en el Centro Cultural Recoleta hasta el 18 de agosto, me vi en la encrucijada de participar en una “exposición gourmet”. “¿Cómo y qué hacer?” fueron mis preguntas leninistas.
La obra que allí expuse (lograda o no) muestra mis dudas y contradicciones. Y a pesar de ellas, la dirección y la convicción de tratar de demostrar que el arte sirve, aunque sea humildemente. Así, uno de los últimos párrafos que contiene la obra “El merendero” dice: “La pintura, el arte, ¿debe servir? ¿Servirá? Nunca un chico tomó un plato de sopa gracias a un cuadro de Berni –dijo Alvarez, según Siquier–. Inteligente. Cierto. Tal vez sea posible hacerlo. ¿Es una pretensión desmedida? La pintura está. Sólo falta que usted llame al número que figura abajo y colabore. Llame ya. Llame ya. Gracias”. El número está grande, en medio del paisaje pintado que representa el merendero.
Cabe aclarar, a esta altura, que el merendero real consiste en dos precarios contenedores bajo la autopista, en el barrio de Barracas, donde humilde gente solidaria les da la merienda todos los días a unos 60 chicos (pan, tortas fritas o pizza, leche o mate cocido).
Unas 50.000 personas vieron la exposición. Pero nadie llamó a ese número (Fracaso doble: de la obra y de su autor). Nadie llamó, excepto León. León, preocupado, enseguida quiso saber qué podía hacer.
Previa averiguación de las necesidades más urgentes del merendero, le anticipé (conociendo su visceral anticlericalismo y su apostasía militante) que una virgencita preside el espacio de los contenedores, y que quienes allí trabajan son fervientes católicos que ponen manos a la obra. Aún recuerdo la risa de León en el teléfono diciendo: “Un poco de lavado de cerebro, si le dan de comer a la gente, no está mal, caro mío; les mando un cheque que cubra el gas por unos meses. Esa es la necesidad más acuciante, y después seguimos”. Mi respuesta perpleja fue:
–León: ni yo ni esta gente esperaba tanto, por favor, no te pongas en aprietos.
Al día siguiente una de sus nietas trajo el cheque. Le agradecí doblemente: por los chicos... y por el chico que hay en mí. Los chicos comen y la tesis de la obra se confirma (en parte). La maestría de León, también. Con una gran lección, de apertura, sencillez, integridad y solidaridad.
Una vez más, una pequeña-gran acción-lección de León. Como siempre, sin estridencias, sin vedettismo, por detrás de su obra exaltada, todos los días nos sorprende con su alegre vitalidad, a pesar de todo.
Vuelvo al principio: no se trata de un descubrimiento, pero sí de contar algo que me tocó ver y quiero compartir.
No siempre los grandes artistas son grandes hombres. Pero León lo es. Un gran hombre, un gran artista y un gran maestro. ¡León, León qué grande sos! (Vale aclarar que ya llamaron tres personas más).
* Artista plástico.