Miércoles, 26 de enero de 2011 | Hoy
Para educar sin violencia hay que gobernar sin violencia. Para vivir sin violencia hay que educar sin violencia. Para educar sin violencia, hay que gobernar sin violencia. Argentina está dando un ejemplo al mundo de lo que significa sostener esta convicción, ejerciendo la autoridad mediante prácticas dialogadas, mediante las que se apela a lo mejor que hay en el ser humano. Porque, si bien lo sucedido en Formosa y antes, con la muerte del militante social Mariano Ferreyra, son claras e indeseables manifestaciones de abuso del poder, la rápida revisión autocrítica y la puesta en funciones de la ministra Garré a cargo de la seguridad dejan en evidencia que la voluntad del Gobierno es profundizar su política de inclusión social. Los violentos, los impotentes ven esto como debilidad. No es nada casual que este nuevo paradigma, el de la infinita paciencia imponiéndose humanamente sobre la lógica de la fuerza, sea sostenida con gran firmeza por mujeres en el ejercicio del poder. Cristina Kirchner, Nilda Garré. Las mujeres tenemos grabada en el cuerpo y en el alma esa violencia. Nuestra civilización y cultura se fundaron sobre la violencia y la exclusión de la mujer del ámbito religioso. Esto significó su marginación social por siglos y siglos. Fue necesario descalificarla, violentarla de las más diversas formas, para subordinarlas, para disciplinarlas. Aún hoy existen estas prácticas misóginas. La Presidenta padece como nadie esa misoginia, porque simboliza la desobediencia a esa cultura que preconiza la exclusión, la violencia sobre el más débil. Este proceso histórico humanizante fue iniciado por Néstor Kirchner, que humildemente se dejó enseñar por la historia y aprendió. La derecha argentina deshumanizada reclama disolver la historicidad. Porque la memoria la deja en evidencia. Muestra que la verdadera causa del atraso y la miseria se complementa con la concentración de la riqueza en pocas manos y para esto necesitaron del uso de la fuerza. Por eso la materia prima de los medios monopólicos de comunicación y de los políticos conservadores es la ausencia de memoria. Así pueden hablar de los hechos sociales como “flagelos de la naturaleza” y no como consecuencias de las decisiones humanas.
Gladys Godoy
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