Cromañón

Martín Fierro: “No tiene patriotismo quien no cuida al compatriota”. El 30, aniversario del nefasto fin de año de 2004 (tragedia de Cromañón y 194 ángeles irredentos). El periodismo, el único poder que cumplió su función. Recuerdo mi pánico al no saber dónde estaba una de mis hijas. El alivio llegó con su regreso, pero me inundó el terrible dolor de muchos padres, entre ellos, mis amigos. Me sostuvo la escritura al volver del entierro de Erika (hasta escribirlo me resulta horrible). Tenía sólo 19 años, mil sueños y toda la vida por estrenar. Compartió con mi hija la Salita de Dos. Era sensible, alegre, creativa. Había terminado su industrial. Sus angelicales ojitos celestes expresaban el amor a su novio, Colo, que la perdió en el humo, la asfixia, los gritos y la desesperación provocadas por la inoperancia, egoísmo, codicia y ruindad de quienes debían brindarles un momento de diversión. El requisito legal de una autopsia fue inaudible (no se midió con la misma vara, acatar las normas de seguridad del local). Sus vidas YA no las recobramos más. ¿Cómo consolar a sus padres? ¿Cómo mitigar el dolor de sus hermanas, de los abuelos y tíos? ¿Cómo calmar la congoja de sus amigos (entre ellos, mis hijos)? ¿Cómo esperanzar a los jóvenes, para que se esfuercen por una nación que los represente, que los cobije? ¿Cómo? Si la sociedad está matando a su único futuro. Como madre, siento que debo luchar para exigir que sus muertes (Comañón, Kheyvis, desaparecidos, gatillo fácil, ladrones, trenes, etc., etc., etc.) no queden impunes, que nunca más asesinen a nuestros hijos y los usen para obtener dinero, como una mercadería a la cual se la puede agraviar y culpar. El dolor es tan grande que no nos cabe en nuestro corazón, por eso manifestaremos nuestra angustia y gritaremos por los que ya no pueden. ¿Justicia? No sólo no hay, sino que las muertes impunes cada día se multiplican hasta límites impensables. Crece la infame resignación. Nuestra gran Niní Marshall sostenía que “todos somos iguales ante la ley... pero algunos son más iguales que otros”.

Adriana C. Lenardon

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