Lunes, 9 de octubre de 2006 | Hoy
Estoy muy contento con esta ley que nos da a los no fumadores un poco de derechos. Vivimos con mucha alegría poder comer en un boliche sin compartir el humo de los fumadores, que les encanta prender un cigarrillo al llegar a la mesa, luego del primer plato, antes del postre, en la charla de sobremesa y luego el gran placer del puchito con el café. Pienso que esta gran discusión que creó esta ley es porque nunca los fumadores respetaron un poquito a los otros, y nunca nos dieron a los que no fumamos un lugar, un espacio o ver en ellos un poco de comprensión. La respuesta era: “Yo fumo y si no te gusta, andate”. Eso lo escuché muchas veces como respuesta. Vemos hoy por primera vez a los fumadores, “que se sienten discriminados”, y vemos a famosos fumadores quejarse y plantear que hay otras cosas que hacen más daño, como la caca de los perros, el Riachuelo y los colectivos. “Lo cortés no quita lo valiente”, empecemos por el “humo” y creo que lo que falta es el respeto por el otro, con o sin ley. Y lo digo desde el dolor de haber perdido a mi viejo por ese vicio, que con 70 años decidió morir, y no dejar de fumar. Fumadores, hoy les toca a ustedes apagar el faso. Nosotros, que siempre nos sentimos perjudicados por los desechos de ese placer que para ustedes es fumar, no teníamos nada que nos ampare, y la respuesta de ustedes era: “Andá a quejarte a Magoya”. Ahora ustedes podrán seguir fumando en la calle, en bares con mesas afuera, en la cancha, y nosotros podremos comer con el solo humo de la parrilla en la mesa.
Javier García
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