Lunes, 19 de enero de 2009 | Hoy
CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
Por Juan Sasturain
Es rarísimo, el tenis. Es rarísimo todo, en realidad, incluso el amor; porque en estos días de atroz vergüenza colectiva ante la impunidad de la masacre pública urbi et orbe de los palestinos en Gaza, todo tema que uno trate acá, en el diario, en un espacio público de opinión –y que no sea ése– es rarísimo. Hablar de algo es callar lo demás. ¿Sí? ¿Dan las cifras de muertos civiles y hablamos del pase del Pato Abbondanzieri? ¿Sí? Sí. También es así: en el mismo noticiero que dan las cifras crecientes de los muertos civiles dan los resultados de los primeros torneos de tenis del año, son todos números; al lado del canal de las noticias hay uno de deportes. Me paso, me pasé al tenis. Al tenis... ¿Todo tiene que ver con todo? ¿Nada con nada?
El tenis. Es rarísimo, el tenis. Hablo como espectador, claro; y espectador discontinuo y privilegiado de tele con tecnología y repeticiones. Porque he jugado, como cualquiera, un poquito de muchacho, y me gustaba; pero no he visto casi nada en vivo en la cancha y ahora lo miro –muy de vez en cuando– desde el living y sólo cuando tengo algún compromiso emocional (porque soy de los berretas que se emocionan): la Davis, acaso una definición con argentinos, como los partidos de Nalbandian y Del Potro este fin de semana. Y los disfruto: salto del noticiero, de Gaza, y me prendo. Es rarísimo, el tenis. Y la cabeza, ni te digo.
Lo de Sydney fue bárbaro. Claro que no soporto los partidos enteros; en ese sentido, me pasa como con el básquet: se hacen demasiados puntos. Por eso me gusta el fútbol, porque cuesta hacer un gol y porque hay posibilidad de empatar. Además, en el básquet y el tenis, sucede como con las etapas del Tour de Francia –una belleza, el ciclismo en ruta (ahí también me prendo)– todo lo que pasa al principio, por más lindo que sea, te lo podés ahorrar porque hasta que se llega al momento de las definiciones –los minutos finales del cuarto cuarto, los últimos kilómetros, el set definitivo– todo tiene un valor relativo.
Sé que en términos lógicos lo último que acabo de escribir es una burrada. No se necesita ser Adrián Paenza (saber de lógica matemática y de deportes como él) para entender que en términos numéricos el primer doble es tan importante como el último, valen igual y el primero hace que el último sea o no definitorio; o que la pedaleada de una hora inicial en pelotón del Tour puede valer tanto, para la clasificación final, como el último esfuerzo en el sprint, en el que te colocó aquel esfuerzo inicial. Sin embargo, en todos esos deportes se habla de momentos clave, incluso de puntos importantes. Y en el tenis, es impresionante, eso es más cierto –si cabe decirlo así– que en ningún otro. Porque, no lo descubrí ahora pero sí lo sentí, no todos los puntos ni los games (en la cuenta final) valen lo mismo, la acumulación es irregular, y como no es por tiempo como el básquet sino por etapas cerradas, pasan cosas extrañas. Extrañas obviedades, me dirán. Es cierto.
Por ejemplo, cada partido de tenis es en realidad una serie de minipartidos –los sets– y se juega al mejor de tres o de cinco. La pelota a paleta es así, el ping pong es así. Pero, como bien se sabe, en el tenis no sólo los resultados parciales no son acumulativos sino que la puntuación es más relativa que absoluta: cada game es un mini/mini partidito: hay que hacer por lo menos cuatro puntos (y sacar dos de ventaja) para ganar un game; y después ganar por lo menos seis games (y sacar dos de ventaja) para ganar un set. Así, bien se puede ganar apretado y perder fácil (o al revés). Tanto es así, que obviamente se puede ganar un partido habiendo perdido más games que el rival (7-6, 2-6, 7-6); no tan obviamente se puede perder un set ganando más puntos que el rival, e incluso se puede perder un partido habiendo ganado más puntos que el rival... Porque la unidad significativa mínima es el punto pero la unidad mínima de puntuación es el game... Se deben haber inspirado en el tenis algunos regímenes electorales indirectos o por votaciones parciales que permiten cierto tipo de resultados sorprendentes.
Todas estas pelotudeces las experimenté durante el azaroso, bellísimo, interminable tie break con que Nalbandian terminó perdiendo el segundo set ante el finlandés Nieminen después de haberlo paseado fácil durante todo el primero. Al final la película terminó bien porque el nuestro se recuperó y lo pasó por arriba en el último.
La película, eso es. Esa es la imagen que aparece en estos partidos. ¿Qué tipo de película es un partido de ésos? Una de monstruos... De las buenas, con final largo y diferido, sobre todo cuando el monstruo nunca termina de morir... Parece que está liquidado y no: vuelve, la devuelve... En el tenis el monstruo nunca está muerto del todo, hay que matarlo varias veces. Por eso, en general, cuando se habla de los monstruos del tenis se habla de ésos, los poderosos imperturbables, los que tienen algo inhumano en su recuperación, en levantarse con la última pelotita y ponerla en la raya, hacerla golpear la faja y pasar. Y lo peor es que sabés que te espera otro set, que el monstruo está vivo y que se te viene como si nada hubiera pasado.
Ahí fue cuando salí del canal de deportes, salté como sobre brasas las noticias y me zambullí en los colores brillantes de Retro: daban una de Godzilla.
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