Miércoles, 20 de mayo de 2009 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Leo que se está desarrollando una píldora para el olvido. Un medicamento que no sirve para no olvidarse de las cosas sino para todo lo contrario: para olvidarse de todo lo desagradable. El producto ha sido llamado ZIP y funciona como inhibidor de la enzima cerebral llamada PKM Zeta. Y el asunto –digno de ficción de ese escritor cada vez más realista llamado Philip K. Dick– ya despierta polémicas. De acuerdo, uno borraría una violación pero... ¿borraría el recuerdo del dolor producido por una muerte? Y mientras tanto y hasta entonces: ¿hay alguien aquí que pueda explicarnos por qué siempre se nos olvidan los mejores chistes, los chistes que nos parecen inolvidables? ¿Cuándo sacan a la venta un medicamento llamado Funex, otro producto estrella de Laboratorios Borges?
DOS El dibujo de El Roto en El País del último miércoles. Allí, un hipnotizador dice: “Contaré hasta tres y cuando despertéis no recordaréis nada de lo que ha pasado y volveréis a comprar casas e invertir en bolsa”. Eso.
TRES Una de las noticias de la semana pasada –no nos detengamos aquí en el constante duelo sin fondo ni forma entre Zapatero y Rajoy a la hora del debates sobre el estado de la nación; olvidémonos de la amnesia voluntaria de políticos que se olvidan de que lo que están diciendo es lo contrario de lo que alguna vez dijeron– fue la de que la píldora post-coital (o “la del día después”) se venderá libremente en farmacias, sin receta y sin pedirles el documento a menores de edad. Así, podrá haber olvido, pero –por más que los inevitables “sectores conservadores” hayan puesto el grito en el cielo– no habrá más penas.
CUATRO La otra noticia de la semana pasada fue la muerte –a los 51 años– de Antonio Vega. No sorprendió a nadie y dolió a todos. Y es que 30 años de adicciones dan para muchos malos presagios y, desde hacía tiempo, Vega era para muchos un fósil en vida, una necrológica en compás de espera. Un tipo melancólico al que le dolía que las canciones ya no le salieran, pero que se conformaba reinventando las de otros (estremecerse con lo que le hizo y deshizo al “Romance de Curro el Palmo” en aquel disco de homenaje a Serrat) y revisitando las propias. Antes, Vega –quien para sus colegas estaba a la altura del autor de “Penélope” y “Mediterráneo” como letrista– había descollado en tiempos de la Movida con su banda Nacha Pop. Y escrito la que, para mí, es una de las dos canciones (la otra es “Cuatro Rosas”, de Gabinete Caligari) más emocionantes y perfectas del rock español: “Chica de ayer”. “Chica de ayer” –como “Cuatro Rosas”– es una de esas enormes canciones de Amor con mayúsculas que se ocupa de la descripción de un momento íntimo, intransferible pero súbitamente universal, con la música y versos justos. Tal vez la escucharon (hace un tiempo Enrique Iglesias la destrozó; los royalties no le habrán venido nada mal a Vega) y, si no, escúchenla. O, mejor, escúchenla y véanla –seguro que está en YouTube– despojada de todo prolijo resplandor pop de finales de los ‘70, en la versión en vivo del 2001 que figura en el imprescindible cd/dvd Básico (2002). Allí, Vega parece tambalearse por el peso de esa letra y melodía legendarias y, también, ser alzado y sostenido por el amor agradecido de su público que lo alentó hasta el último concierto, apenas unos días antes de morir en un hospital. “Chica de ayer” no sólo es uno de esos grandes títulos que, enseguida, crecen a lugares comunes que todos frecuentamos sino que, además, es un pequeño y perfecto ensayo sobre el pasado inmediato al que se querría olvidar pero, claro, no se puede, no se deja. Insisto: escuchar y ver lo que hace Vega allí arriba, en el escenario de su tristeza, cuando canta aquello de “Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer / Demasiado tarde para comprender / Mi cabeza da vueltas persiguiéndote / Mi cabeza da vueltas...”. Y la canción que no para de girar y girar y que –inolvidable– seguirá dando vueltas, siempre.
La chica de ayer es, también, el título de la serie de TV recién estrenada –versión española de la británica Life On Mars– donde la canción de Vega suplanta a la canción de Bowie como leit-motiv sónico-temporal y mantra que te devuelve al pasado, que te obliga a hacer memoria y, sí, a comprarte el casi instantáneo grandes éxitos que salió a la venta apenas cuatro días después de un fin que no es final.
CINCO “La memoria es como un obrero que trabaja para establecer cimientos duraderos en medio de las olas”, apuntó Marcel Proust. Y –en el centro del océano, hace tantos años– Millvina Dean fue una “chica de ayer” que bailó en el “Titanic” y vivió para contarlo. Y no lo olvida. Y sigue viva. Y es la última de los que no se ahogaron aquella noche. Hace poco, se supo que Millvina –97 años de edad– no tenía más dinero para pagarse el asilo en el que vive desde hace un tiempo. James Cameron y Kate Winslet y Leonardo Di Caprio –quienes ganaron mucho dinero con el naufragio en cuestión– acudieron en su ayuda y donaron dinero. Lo justo, lo calculado para tirar hasta el último aliento, exigió Millvina, quien ya no tenía fuerzas para seguir vendiendo autógrafos. Millvina no quiera caridad, sólo quiere pagar sus deudas. Se supo que Celine Dion se olvidó de enviar su parte. Está claro que la memoria de Celine Dion tiene malos cimientos. Cualquier día de estos se le va a hundir mientras suena esa canción que la hizo multimillonaria, que no se parece en nada a “La chica de ayer” y que, me dicen, desde el estreno de la película es número 1 en el hit-parade para entierros y funerales.
SEIS La amnesia –motor de tantos policiales– no es más que el olvido en cámara rápida. Y el ritmo al que olvidamos está directamente relacionado con el volumen de conocimientos aprendidos. Paradoja: los que más saben son los que menos acaban sabiendo. Los que saben muy poco terminan sabiendo más o menos lo mismo de siempre. Así que mucho cuidado con esos que se enorgullecen de su memoria perfecta: muchos serán ignorantes inolvidables.
Y recuerden: podemos olvidarnos de lo que pasó pero no podemos olvidarnos de lo que –seguro, inevitablemente– nos va a terminar pasando. Y roguemos por que en nuestros adioses suene la cálida “Chica de ayer” y no la frígida “My Heart Will Go On”.
Falta menos, no se olviden.
Mientras tanto y hasta entonces, recuerden: no hagan olas.
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