Martes, 28 de julio de 2009 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Fue George Orwell quien dijo que “a los 50 años todos tienen la cara que se merecen”. La cara es el espejo del alma y todo eso, sí, pero, ¿y los gestos que uno hace con esa cara y con esas manos que se lleva a la cara? Porque las líneas de nuestro rostro vienen dadas por el preciso azar de los cruces de la genética; pero el modo en que uno las subraya o las borronea es una decisión propia frente a ese otro espejo que es la vida.
“Are you talkin’ to me?”, como repetía una y otra vez, mirándose a sí mismo, martillando un revólver, un Robert De Niro llamado Travis en Taxi Driver.
DOS Haber pasado –y aquí sigo– buena parte de mi vida profesional en un diario que supo y sabe revolucionar el arte de titular me ha vuelto especialmente sensible a las ocasionales audacias de periódicos que continúan aferrados a aquello de que el encabezado de una noticia debe contener la información pura y dura, sin metáforas o gracias o juegos de palabras. Así, la semana pasada, me crucé con el siguiente titular en El País que me arrancó el gesto de una sonrisa: “Estoy absolutamente tranquilo”, declaró visiblemente nervioso. Y la información daba cuenta de la comparencia en el Tribunal Supremo de uno de los implicados en el llamado Caso Gürtel. La historia es muy larga y sólo diré que se trata de una enredada trama corrupta de favores y tráficos de influencias y negocios turbios que ha venido sacudiendo a los gesticulantes líderes y tropa del Partido Popular y cuya punta de iceberg es una interminable investigación sobre trajes hechos a medida y bolsos Louis Vuitton. Es fácil perderse en semejante argumento y lo mejor es dejarse llevar por el lombrosiano ejercicio del análisis de rostros merecidos y gestos delatores. Ejemplo: el absolutamente tranquilo y visiblemente nervioso protagonizó un bonito momento cuando, al pasar por el detector de metales y escuchar el pitido de la alarma, levantó automáticamente los brazos ante la mirada asombrada de los vigilantes del lugar.
TRES De este tipo de situaciones se nutre la serie de televisión Lie to me (Miénteme). En ella, Cal Lightman (Tim Roth) es un virtual detector de mentiras, un lector infalible de gestos, posturas, inflexiones de voz, alguien que forma parte de ese uno por ciento de personas capacitadas para iluminar la oscuridad de lo incierto. Los guiones de Lie to me están basados en las investigaciones del psicólogo Paul Ekman –uno de los hombres más influyentes de la actualidad según la revista Time y quien en más de una oportunidad se negó a trabajar para estadistas, asesorándolos en cuáles son sus tics más delatores y cómo controlarlos–, quien se ha especializado en codificar y sistematizar las leyes que rigen los modales de la mentira a partir de la cuidadosa lectura de “microexpresiones”. Y ya hemos sabido en numerosas oportunidades de la lectura de los rostros de gente como Bill Clinton, Richard Nixon, George Bush, O.J. Simpson y Kato Kaelin, y no me parece casual que los más “legibles” sean, siempre, los políticos y los criminales. Y me pregunto si Ekman o Lightman se atreverían a “leer” al gesticulante crónico Nicolas Sarkozy (quien se desmayó gesticulando). No creo. Pero seguro que cobrarían horas extra y la verdad que ya me estoy cansando de tanta serie con protagonistas superdotados y freaks y médiums y gente que escucha todo y mentalistas y náufragos paranormales y lo que sea. Propongo, desde aquí, la creación de una serie llamada The Normal: la vida de un tipo normal, de alguien que miente y al que le mienten. Propongo, por favor, una serie verdadera.
CUATRO Según Ekman, casi todos mentimos un promedio de tres veces –mentiras que van de lo ínfimo a lo colosal– en una conversación de diez minutos y tan sólo sale a la luz el 54 por ciento de fraudes y engaños. Sépanlo: por ahí andan sueltas un 46 por ciento de mentiras perfectamente disfrazadas de verdades, imposibles de detectar por el común de los mortales. Al ser humano le gusta mentir, la mentira es otra de esas cosas que separan al hombre del animal y que dan fe de un mayor desarrollo evolutivo. Lo que no impide –más allá de toda superioridad– que muy a menudo nos vendan cualquier cosa y nos hagan comprar cualquier otra. Y me temo que la explicación para todo esto –para que sean tan pocas las personas invulnerables al engaño– pasa por algo que explica, con total sinceridad, Ekman: “No se desenmascara a más mentirosos por la sencilla razón de que la gente prefiere no saber la verdad”.
CINCO Sin embargo, el paso del tiempo –me faltan apenas cuatro años para alcanzar esa cara que me merezco, pero ya tengo una idea clara de cómo será– nos hace más conscientes de nuestras torpezas y más sensibles a las de los demás. Con cada verano o cada invierno vamos descubriendo por dónde pasa lo verdadero y por dónde viene lo falso. Y así contemplamos a la llorosa familia Jackson durante los funerales del depuesto Rey del Pop con una ceja enarcada (y enseguida nos enteramos de que casi no se hablaban con Michael), miramos las yoga-acrobacias de Madonna (quien no agotó las localidades en Madrid, ni en Barcelona), con la sonrisa piadosa que se dedica a una mujer desesperada por los rigores de una imagen en la que se metió ella solita, y nos reímos junto a Bruce Springsteen (que convoca multitudes) lanzando carcajadas por lo bien que se la pasa ahí arriba, aunque sospechemos que nadie puede disfrutar tanto de su trabajo por más que sea el mejor trabajo del mundo. En cualquier caso –honestos o tramposos– son pausas refrescantes que enseguida se agotan ante las noticias de la ruptura del diálogo social entre Zapatero y la patronal y los sindicatos (“Pedimos un gesto”, declaran los unos y los otros) y la noticia del último incendio forestal de esta temporada que amenaza con romper todos los records. El otro día leí una larga nota al respecto donde se revelaba que los que encienden la primera chispa –¿habrá gesto más revelador y satisfactorio y primitivamente evolucionado que el de encender un fósforo?– suelen ser personas interesadas por motivos económicos y venganzas y que, recién después, acuden al llamado los pirómanos y psicópatas y gente que primero jura no tener nada que ver con eso y enseguida confiesa aburrirse mucho en estas fechas y, bueno, le divierte mucho ver trabajar a los bomberos.
Después, enseguida, volvemos a estudios centrales y ahí vuelven a aparecer todos ellos confiando en que sus gestos no sean muy evidentes y delatores y no se les note mucho la sutil pero definitiva diferencia entre arder y quemarse.
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