Martes, 13 de abril de 2010 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO El Norte también existe y aquí estoy, en un cuarto de hotel de Suecia, y en la televisión una propaganda invita a visitar España ya mismo, ahora, pronto, antes de que sea demasiado tarde y todo desaparezca. Ahí, una gitana en llamas gira como sobre sí misma y el sol todo lo quema y corre la comida y el vino y los rubios altos aúllan entre morenos más o menos bajos. Quien está detrás de todo esto, es claro, no es otro que el demonio. Invitando a los frígidos nórdicos a pecar, a ser salvajes y, ante todo, a comprobar lo mal que pueden llegar a funcionar ciertas cosas.
DOS Porque lo comprendo casi enseguida: aquí todo funciona. O al menos así lo parece. He perdido la conexión de mi vuelo a Göterborg en Stockholm, pero me lo solucionan en segundos, con la tan solo aparente facilidad con que, ahora, Messi mete cuatro y hace volar el Arsenal por los aires. El norte de Messi es hacer goles. Y punto y aparte hasta el próximo gol. Lo de si es más grande de lo que alguna vez fueron Maradona o Pelé o ahora es Cristiano Ronaldo no parece importarle demasiado. Lo que a él le gusta es jugar (entro a una juguetería sueca y siento vértigo ante las variedades mutantes y para mí desconocidas de Lego) y, si se puede, ganar. Ahora, luego de las promesas de desenfreno ibérico, Gordon Brown comparece frente al número 10 de Downing St. Para informar que va a disolverse el Parlamento y llamará a elecciones. Se acabó el recreo. Y, pienso, he ahí un político como corresponde: no es que le crea nada o que me caiga simpático, pero cumple su rol a la perfección: habla con sentido del tempo dramático, es elegante, parece un personaje secundario (pero un secundario de Shakespeare) y suena y luce triunfal hasta en la derrota.
TRES Toda la televisión está subtitulada al sueco o al noruego (todo es en versión original) y empieza tarde y se acaba temprano y mejor así. De un tiempo a esta parte, he solucionado el tema de qué libro llevarme de viaje optando siempre por los clásicos. Leer o releer nada más que eso fuera de casa. Rusos, de ser posible. Me pregunto si Messi –con sus aires siempre benéficos y, por momentos, casi limítrofes con una santidad que bordea lo autista fuera del campo de juego– será un Mishkin del fútbol. De ser así, espero que acabe mejor. Y si Messi es Mishkin, entonces el insoportable y narcicista y siempre crispado Cristiano Ronaldo sería algo así como Vronsky. Recuerdo esa propaganda de T.V. donde él afirma gustarse tanto a sí mismo. Afortunadamente, por lo que veo, no la pasan por aquí, al norte.
CUATRO Y el norte de este viaje es Suecia primero y Noruega después y me dicen que No-ruega siempre fue la pariente pobre de Suecia (Noruega tenía a las minúsculas de a-ha, mientras que Suecia a las mayúsculas de ABBA) hasta que Noruega encontró petróleo y se invirtieron los roles. Ahora, Noruega es uno de los países más ricos del mundo (si no el más rico, aunque el 80 por ciento de su territorio sea inhabitable para el hombre) y sus bares están llenos de camareros suecos que han cruzado la frontera para hacer la suya y hacerse los suecos, y me cuentan un chiste que no tiene lugar en ninguna película de Bergman: “Lo que tendría que hacer Suecia es declararle la guerra a Noruega, rendirse a los cinco minutos y dejarse invadir felizmente”. Aun así, yo no veo miseria por ninguna parte: todo está limpio, la licencia por paternidad llega a los dieciocho meses, todos son puntuales (¿era sueca aquella familia en “El perjurio de la nieve” de Bioy que conseguía anular el paso del tiempo repitiendo su rutina hasta el más mínimo detalle?) y me llevan a conocer las oficinas de una revista literaria que sale y nunca dejó de salir desde hace más de un siglo.
CINCO La librería del coqueto pueblo costero de Stavanger (alguna vez de pescadores y ahora de anticuarios y restaurateurs y diseñadores de ropa) es impecable y, de acuerdo, abundan esos policiales escandinavos tan de moda (sospecho que el embate planetario de Larsson & Co. es parte de una estrategia atemorizadora para que no se les venga encima una avalancha inmigratoria) y no todo es perfecto: recién ahora acaba de publicarse en noruego La invención de Morel de Bioy Casares o El teatro de Sa-bbath de Roth. Pero –clásicos otra vez– también encuentro un volumen de ensayos sobre Salinger y un (otro) análisis sobre la saga de esos míticos muchachos nórdicos (de Liverpool, UK) conocidos como The Beatles y quienes (it was forty years ago today) alguna vez cantaron una bonita canción titulada “Norwegian Wood”. Leo que en esa northern song, Lennon –contrario a lo que se piensa– no se refería a un potente tipo de marihuana, sino al mobiliario tipo Ikea de una chica de Londres con la que tuvo un affaire que, parece, no terminó del todo bien y así John fantaseó con prenderle fuego a la viga de su tejado. Le pregunto a un joven poeta y músico noruego nacido en Chile si para ellos es particularmente importante esa canción. Me responde que “nos la sabemos todos pero no la tocamos nunca”. Y agrega: “No es fácil traducir poesía del español al noruego. En nuestro idioma, la Luna es masculina y el Sol es femenino. Imagínate los problemas que eso puede llegar a causar”. Ahora es sábado y la Sol salió para el Fútbol Club Barcelona y el Luna se ríe del Real Madrid. Rolando enarca sus cejas perfectamente depiladas y regresa a su chalet a destrozar espejos mientras Messi corre por ahí como un chico feliz de que le hayan abierto la puerta para ir a jugar.
SEIS Lo que –me refiero a jugar afuera– en ocasiones puede ser peligroso. Estoy en Trondheim cuando sale a la luz un nuevo escándalo religioso. Al obispo local le gustaba manosear infantes y el Papa no demora en denunciar conjuras varias y pocas cosas más gratificantes de ver que lo que les ocurre a los perseguidores cuando se sienten perseguidos. Y yo me pregunto qué hacer con esta gente, cómo lidiar con ellos. Se me ocurren tres posibilidades: la primera tiene que ver con esos castigos bíblicos que, vía el Antiguo Testamento, muchos suelen desear para homosexuales, hombres de ciencia, madres que deciden abortar y defensores de la eutanasia: lapidarlos en público y a otra cosa. La segunda podría pasar por una visita de medianoche, cortesía de aquella vampirita sueca de película. La tercera –más cristiana– sería el denunciarlos y entregarlos a las autoridades civiles para que sean juzgados y encarcelados. Pero parece que no. Hay que perdonar, porque ese siempre fue el chiste: tú pecas y yo te perdono y la vida continúa y nos vemos en el cielo siempre y cuando colabores con la causa y el dogma aquí, enchufado, en la tierra, donde cada vez son más los que aseguran tener miles de amigos y, como Dios, demasiados alias.
SIETE Ninguno de los poetas o narradores nórdicos con los que hablo tiene blog y me pregunto si existirá palabra más escandinava que blog. Reescribirla con rayita cruzando la o, con un circulito o puntitos sobre alguna vocal. Me pregunto también si esto –el no tener bløg– significará algo. Me respondo –aunque no sepa exactamente qué– que sí, seguro, y ya me llaman a embarcar a un avión a Oslo, con un retrato de Hans Christian Andersen en su cola, rumbo al sur del norte y que –aunque suene a cuento de hadas– por supuesto, sale y llega en hora.
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