Miércoles, 14 de julio de 2010 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Jabulani es pequeña, no es peluda, sí suave; tan firme por fuera, que se diría toda de aire, que no lleva huesos. Sólo los espejos de colores de sus ocho paneles moldeados son duros cual escarabajos de cuero. La dejo suelta y sale al patio y destroza las flores en las macetas. La llamo suavemente: ¿Jabulani?, y viene con un trotecillo alegre y parece que se ríe. Y entonces –tengo tanto miedo– le doy una patada y la mando barranca abajo. Pero Jabulani siempre regresa a mi casa, a mi área, aquí está otra vez.
DOS Comienzo a escribir esto el jueves por la noche y lo termino el domingo, cuando todo ha finalizado y, se supone, también llega a su fin la ola de calor africano que me trajo a Jabulani por los aires. No me acuerdo en cuál partido fue. Pero sí recuerdo que vi cómo una Jabulani se elevaba por encima de un arco con esa compulsión voladora, impredecible e inequívocamente jabulinesca y, ah, todas esas leyendas urbanas de padres decapitando a sus hijos con Jabulanis de velocidad y fuerza y trayectoria raras y asesinas. Y de pronto –la NASA, concentrada en cuestiones terrenas por falta de fondos espaciales, ha estipulado que es imposible controlar su comportamiento cuando supera los 72 km/h– una Jabulani entró por la ventana abierta y circular de mi estudio. Gol. Ahí estaba Jabulani, mirándome. Como esos artefactos talismánicos de la literatura fantástica. Como aquella pata de mono, como el retrato de Dorian Gray, como el Pulpo Paul de los alemanes (pero digno de Dick & Vonnegut), como el anillo de Saurón, como el rosario de Ya Saben Quién... “Escríbeme una contratapa”, me dijo Jabulani con la vocecita rubia y rizada de Principito exigiendo un cordero. Le dije que no, que no iba a escribir sobre fútbol, que para eso –tentáculos de regalo para todos los mancos– están los “especialistas”. Esos expertos en lo que ellos quieren que pase y que, cuando no pasa, cuando la realidad les demuestra que no son expertos, no importa: siguen siendo expertos y siempre es la realidad la que se equivoca no haciéndoles el menor caso. “Escríbeme una contratapa”, insistió Jabulani. Volví a decirle que no, le dije que se portara bien, como la chistosa Wilson de esa película con náufrago. Entonces Jabulani rebotó, rompió un jarrón y podría jurar que sonreía: “No me voy a ir de acá hasta que no me escribas una contratapa”. Y, después, con ese acento, que no es el del Principito sino el del Diosito, gruñó: “¿Qué te pasa, Fresánsteiger, estás nervousssh?”.
TRES Sí. Estoy. Y sí: voy a escribir la contratapa para que se vaya, para que me deje en paz. ¿Pero de qué hablar? ¿De que lo que Uruguay le hizo a Ghana –entendido por algunos como “épica” y por otros como “cretinada”– me ha servido para recatalogar a algunas personas que conocía y que a partir de ahora conozco mejor? ¿Que ese “Les dimos ideas que no tenían” es de las frases más genialmente patéticas en toda la historia a la hora de justificar la más anunciada de las derrotas y, seguro, ya hay un general cinco estrellas del Pentágono pensando en aplicarla a talibanes y afines? ¿Qué la novia de Casillas no es tan guapa? ¿Que esa costumbre de la TV de enfocar gente en las tribunas y sacarlos del aire apenas se dan cuenta y son felices demuestra un exquisito pero injustificable sadismo? ¿Que el concepto de gladiadores pero también millonarios no termina de convencerme? ¿Que no fue sencillo soportar la “creatividad” y el “humor” de los noticieros a rellenando los bloques cada vez más largos de la sección deportiva donde abundaban las teorías, conjeturas y conspiraciones entrópicas y, por supuesto, toneladas de desteñido “color local”? ¿Que aprecié el involuntario guiño a Bioy Casares de los periodistas del canal Cuatro empeñados, cabalísticamente, en repetir al milímetro todos y cada uno de los movimientos que habían hecho cuando se jugó la final de la pasada Eurocopa? ¿Que ya basta de las hijas de Maradona como factor clave de absolutamente todo (en una dimensión paralela, las hijas de Maradona pusieron fecha al desembarco de Normandía, marcaron en rojo el 11 de septiembre, fueron determinantes en la separación de Los Beatles y le ordenaron al otro Dios que descansara al séptimo día porque el domingo juega papi)? ¿Que resulta un tanto obsceno que se nos muestre a jefes de Gobierno viendo los partidos de sus equipos nacionales en las reuniones del G-20? ¿Que la imagen del inexpresivo rostro de Messi, con sus piernas cortadas, mientras se le colgaba del cuello el Abrazeiro, expresaba más que mil palabras? ¿Que, O.K., no hay nada que no sea futbolístico en estos días... pero que ese slogan en campaña gubernamental contra la violencia de género que dice “Sácale tarjeta roja al maltratador” es un poquito demasiado? ¿Que emociona el aire contenido y casi de secundario pero decisivo benefactor dickensiano del DT español Vicente del Bosque –despedido del Real Madrid en el 2003 por poco fashion y “anticuado”– nunca cayendo en la demagogia del eject o en la mueca triunfal o en los excesos protagónicos à côté de cancha? ¿Que el DT alemán Löw me recordaba a uno de esos ex galancitos porteños? ¿Que una noche soñé que –ecos de Gerald McBoing-Boing– me despertaba con voz de vuvuzela? ¿Que sigo sin saber en qué idioma canta Shakira cuando canta en inglés o en español o en camerunés? ¿Que al final y la final la ganaron los que mejor jugaron y los que mejor se divierten jugando y los que mejor se llevan entre ellos? ¿Que el divertirse y llevarse bien debería ser parte fundamental y hasta obligatoria de todo deporte de equipo que se precie de ser, sí, deportivo? Le pido a Jabulani que me dé ideas que no tengo. Jabulani me contesta que no da ideas, que sólo da goles. Uno y dos y tres y...
...CUATRO Pero no: mejor espantar a Jabulani con fríos datos. Leo que un informe del Institute for Management Development con sede en Suiza advierte que el Mundial tendrá un costo global estimado en 8300 millones de euros por pérdidas de productividad en horas de trabajo derrochadas, festejos varios, resacas y depresiones a posteriori. Otros estudios apuntan a que sube la fertilidad y las tasas de nacimiento en el país ganador, a que se alivian en unas décimas los bajones económicos del vencedor, pero que se hunden los que van quedando por el camino. Y Jabulani me escucha en silencio recitar todos estos datos y, sí, se la ve y se la siente muy pero muy nervousssh. Le abro la ventana, le señalo el horizonte, el mundo todo donde saludan las waving flags y, cuando se distrae, waka-waka y hasta la vista, baby.
CINCO Se acabó este juego que te hacía feliz. La Roja jugó de azul para tranquilidad de tanto proto-franquista paranoide. Se subrayó –al día siguiente de la marcha de protesta contra los recortes en el texto del Estatut catalán– que la Selección no es el Barça sino España toda. Se invocó la sombra histórica de Flandes, se analizó el ADN de unos campeones con cerebro clásico holandés y moderno corazón ibérico, y los descompuestos subcampeones patearon y patalearon mecánicamente, naranjas de furia. Y muchos lloran, muchos celebran, y muchos celebran llorando preguntándose cómo afrontarán esas ofertas del tipo “Te devolvemos el 50% de lo que pagaste si ganamos el Mundial”. En cualquier caso, jabulani significa celebrar en zulú y yo celebro y despacho esta contratapa con un toquecito de Enter a la red y Jabulani fue, se fue. En cuatro años –esperemos que para entonces Dios no exista, o que tenga cosas más importantes de las que ocuparse, o que, por favor, Dios no sea argentino, ese argentino, ¿sí?– llegará Redondinha o Jogossa o Pelela o algo por el estilo.
Acordarme de cerrar bien la ventana para ese entonces.
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