Miércoles, 14 de julio de 2010 | Hoy
EL PAíS › FABIáN LUDUEñA ROMANDINI, FILóSOFO
Por Martín Granovsky
En estos días de frío el olor a resina confunde. ¿Sale de los hogares a leña o de hogueras en preparación? Fabián Ludueña Romandini, investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, dialoga sobre la demonización y la confusión entre el mundo religioso y el mundo jurídico.
–¿Quién y cuándo inventó el demonio como cuco político?
–La idea de una lucha cósmica entre las fuerzas del bien y del mal ya está presente en la apocalíptica judía anterior al cristianismo. Sin embargo, con la lenta conformación de la ortodoxia política cristiana, el demonio pasó a ser un arma política esencial. Ya en el Evangelio de Marcos está presente la lucha entre Jesús y Satán como eje articulador de una oposición político-religiosa. Estas creencias, formuladas alrededor del siglo I d. C., se convirtieron, posteriormente, en armas políticas del cristianismo ortodoxo en su lucha contra lo que definía como “herejías”, proyectos políticos alternativos a la visión hegemónica, particularmente romana, pero no solo romana.
–¿Qué otros ejemplos de utilización política del demonio puede mencionar?
–Toda la historia política de Occidente ha estado marcada, en sus tiempos fuertes, por una apelación al demonio como fuerza del mal político. Desde la fundación misma de la Iglesia romana hasta las Cruzadas, desde la persecución de las brujas hasta las grandes revoluciones del mundo moderno, el lenguaje teológico de la lucha contra el demonio ha sido un arma blandida desde todos los espacios políticos para definir al antagonista como enemigo absoluto. Se trata, según la mayoría de los textos antiguos, de un ángel caído, esto es, de un miembro de la milicia angélica que cometió el primer acto político de la historia: desobedecer a Dios. Como se ve, el demonio es quien decide no obedecer las órdenes del poder soberano.
–La acepción es claramente política.
–Como noción teológico-política, demonio será el “desobediente”, el que se niegue a seguir las directivas de quien se arrogue la potestad de decidir unilateralmente sobre el destino de las comunidades humanas.
–¿El demonio se utiliza para confundir pecado con delito?
–En un contexto donde el discurso teocrático sea predominante, la necesaria y fundacional distinción entre delito y pecado tiende a borrarse peligrosamente.
–¿En qué casos el uso del demonio en la política no funcionó con el éxito que esperaban sus promotores?
–En el pasado, cada vez que el demonio se utilizó los resultados fueron devastadores. Justamente, la invención de una esfera política pública laica fue el sueño que los modernos (no siempre con buena fortuna) intentaron realizar a los fines de construir una política no demonizadora, no heresiológica. Sólo una política que logre desprenderse completamente de cualquier herencia apocalíptico-mesiánica podrá construir el lugar donde el demonio no tenga ya ningún papel que desempeñar.
–¿La utilización del demonio es exclusiva de la jerarquía de la Iglesia Católica?
–No. El demonio ha sido utilizado, a lo largo de la historia, por católicos romanos, protestantes, evangélicos, ortodoxos y, también, por ciertas corrientes del islamismo.
–¿Cuándo surgió la idea de la homosexualidad como acto antinatural?
–Tiene muchos siglos de existencia y los propios teólogos medievales que la forjaron eran ya conscientes de que no se sostenía filosóficamente. También cocinar los alimentos que comemos es antinatural, como toda la cultura humana es, por definición, antinatural. Sin embargo, los homosexuales no querrían contraer matrimonio sólo por amor (como tampoco, desde luego, lo hacen los heterosexuales), sino también por infinidad de razones que no están necesariamente ligadas a este sentimiento. La idea de que el matrimonio civil es la realización de un acto esencialmente amoroso no tiene fundamento histórico ni filosófico aceptable. El matrimonio civil es un acto estrictamente jurídico que no debe revestirse de valores religiosos propios de la lucha entre el bien (amor) contra el mal (demonio).
–¿Cómo se puede salir de la encerrona que plantea la opción “dios o el diablo”?
–Simplemente recordando que el problema del matrimonio homosexual no es religioso, sino estrictamente jurídico. Del mismo modo que un político no puede influir sobre ninguna iglesia respecto de cómo manejar el matrimonio religioso, un obispo no puede indicarle a un congresista cómo formular legalmente el matrimonio civil. En el mundo jurídico de la política laica no hay dios ni diablo. La mejor tradición republicana debe fundarse en el reconocimiento de los derechos de las minorías. La Modernidad se inauguró con la separación del poder político del poder teológico. Y nuestros senadores, en el Congreso, sólo deben responder a la ley civil y al espíritu republicano con el que se fundaron y mantuvieron los mejores valores de un sistema político que no debe cesar de hacerse más plural para ser fiel a su propia esencia.
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