Miércoles, 14 de julio de 2010 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
En vista de las emociones provocadas por el fútbol en la platea masculina, María Graciela Rodríguez trae a colación la idea del melodrama, supuestamente adjudicado como consumo mayoritariamente femenino y termina invitando a celebrar porque, tal vez, el fútbol sea un (extraño) sendero de encuentro entre ellas y ellos.
Por María Graciela Rodríguez *
Después del partido entre Argentina y Alemania conversé con varios amigos que se sentían, más que simplemente tristes, realmente abatidos. Uno de ellos me contó que pasó el domingo encerrado, sin querer ver a nadie y que le costó mucho ir a trabajar a la semana siguiente. “Deprimido”, fue su diagnóstico y yo me lo imaginé comiendo helado solo frente a un zapping indolente. Otro fue aún más allá cuando respondió a mi pregunta de cómo se sentía: “Hay momentos –me dijo– en que consigo no pensar en ella y todo empieza a volver a la normalidad. Pero ella, la Selección, me tiene mal y creo que durará tiempo”. Sé que muchos lloraron, así como también lo hicieron jugadores y técnicos. Decepción, sensación de abandono, dolor, depresión, lágrimas. Estos varones no sólo observaron la derrota, no sólo la analizaron, no sólo la desmenuzaron: también la sintieron, la procesaron emocionalmente, vivieron un melodrama. Mi marido, uruguayo, y otros connacionales suyos con los que hablé después del partido entre Uruguay y Holanda, vivieron en cambio “una de caballeros”, el relato prototípico donde un héroe, o héroes en este caso, tienen que atravesar una serie de peripecias y giros del destino con el fin de salvar obstáculos a pura habilidad, picardía, un poco de suerte y mucha garra. “Si pudiera elegir perder –dijo el maestro Tabárez– elegiría perder de este modo.” De este modo: haciendo un gol de honor en los últimos agónicos minutos, y/o yendo al sacrificio con una mano interpuesta entre un jugador de Ghana y el arco, para besar después el travesaño que rechazó el pelotazo.
En los ’60 y ’70 se decía que el melodrama, en tanto consumo supuesta y mayoritariamente femenino, atentaba contra la autonomía de las mujeres, manipulaba sus identidades, alienaba sus conciencias. Y no fue sino hasta entrada la década de los ’80 cuando, de la mano de Ien Ang, se empezó a atribuir peso al valor del placer y las emociones en estos consumos. El fútbol, un universo marcadamente masculino, creado, regulado, narrado, jugado, analizado, conversado, por hombres, es también una escena emocional. Y ésta se declina en clave de relatos populares: melodramática o caballeresca, según el devenir de cada partido y de las propias interpretaciones subjetivas.
Argentinos y uruguayos procesaron los partidos emocionalmente y los relatos que subyacen a esas emociones pueden ser enmarcados en narrativas populares de tiempos muy largos y probada efectividad: la de la mujer (“la” Selección) que seduce y luego abandona a su amante; y la del grupo de caballeros que van sorteando los obstáculos que le pone el destino en el camino a la gloria. Relatos tradicionales que históricamente fueron atribuidos al consumo femenino e infantil, respectivamente, y que habilitan a estos varones a expresar públicamente sus emociones (en el bar, en los medios, en el trabajo) sin ser condenados por afeminados o por pueriles. Escenas públicas, amplificadas por los medios de comunicación, que los “completan” en la ternura, sin que nadie los descalifique por ello.
Podría decirse: “Bienvenidos a nuestro mundo”, si no fuera que eso implicaría admitir que las emociones son prerrogativas de las mujeres y los niños; y que la racionalidad sólo les compete a los varones. Es preferible entonces proponer que celebremos, porque tal vez el fútbol sea un (extraño) sendero de encuentro.
* Docente e investigadora UBA.
Doctora en Comunicación.
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