Sábado, 25 de septiembre de 2010 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
A veces las sociedades muestran rostros crueles y cínicos que nos hacen sospechar que el ser humano, en general, es acomodaticio y falso. Aunque nunca generalizaremos –por las muestras de coraje civil de tantos héroes del pueblo–, sin embargo nos hace sentirnos a veces inseguros y pesimistas. Por ejemplo, el cinismo de las autoridades chilenas con la huelga de hambre que sostienen los treinta y dos mapuches podría calificarse de despreciable, sin caer en el prejuicio ni en lo injusto. El caso ya es notorio, lo conoce todo el mundo, esos presos están en huelga de hambre ya desde hace 75 días y, para colmo, en las últimas jornadas ya ni siquiera toman líquidos. Siete de ellos han sido internados en el hospital de Concepción. Se ha levantado un clamor que trasciende los Andes y ha llegado a todas las latitudes.
Están detenidos desde los tiempos de la presidenta Bachelet, y ésta se defiende diciendo que están condenados por la ley antiterrorista y que ella pidió la anulación de esta ley pero su pedido fue rechazado por el Congreso nacional. Causa pena que la heredera de Salvador Allende haya permitido que se aplicara la ley antiterrorista aprobada por el dictador Pinochet. Y que ahora siga rigiendo bajo el nuevo mandatario Piñera, un heredero de la derecha que apoyó al criminal militar. Realidades latinoamericanas. Es lamentable que representantes elegidos por el pueblo sigan obedeciendo dictados de los que asaltaron el poder y cometieron delitos de lesa humanidad contra el pueblo.
Es la misma cobardía que demostraron aquellos gobiernos de nuestro país que aceptaron regirse por la ley de medios de comunicación de la dictadura militar de la desaparición de personas, ley que finalmente fue derogada después de más de un cuarto de siglo que siguió imperando en esta nueva democracia.
Estos héroes mapuches que llevan a cabo la huelga de hambre son tratados así porque defienden su tierra contra los avances de un capitalismo que destruye la naturaleza. La reacción de ellos fue legítima: oponerse para defender el medioambiente que siempre los ha rodeado. Se los acusó de terroristas y están siendo juzgados por tribunales militares porque así lo ordena la ley de Pinochet. Además fueron detenidos en forma oprobiosa por los mismos militares. Está todo descrito en las crónicas. Pero nada. Por eso empezaron con la única arma no violenta que puede comprometer a los injustos del poder: ofrecer la propia vida como protesta. La huelga de hambre. Con sus imprevisibles consecuencias.
Me han conmovido los llamados de esos verdaderos mártires. Por ejemplo, leamos este escrito de ellos: “Nuestra propuesta para ustedes amigos, amigas, sectores sociales verdaderamente progresistas, hermanos libertarios, obreros y estudiantes, pueblo antisistémico y contestatario, hombres sinceros y hermosas mujeres conscientes: sumarse a nuestra lucha en un bloque amplio de participación, buscar en la lucha misma el fortalecimiento de sus propias propuestas que les identifiquen, utilizar este tiempo de protesta para encontrar a los amigos de los que nos priva el consumismo y el individualismo egoísta; invitar al compromiso social para desenmascarar a estos tiranos que se disfrazan de humildad y que por todos los medios intentan convencernos de que es necesaria su tiranía, socavar las entrañas de este sistema para construir con nuestras propias manos el futuro que merecemos... La lección de esto es que al contrario de los gobiernos que desprecian la vida y su propia historia, nosotros nos hacemos cargo de ella y amamos tanto la vida que la exponemos en esta privación voluntaria de alimentos... Amamos con ternura a nuestros hijos que extrañamos, también a todos los niños mapuches porque con nuestro dolor y sacrificio proclamamos la esperanza de su futuro... Hermanos mapuches, ámense, reprodúzcanse, tengan muchos hijos, recuperen, luchen y continúen amándose. Hermanos winkas pobres y solidarios, únanse, fortalezcan sus luchas, golpeen desde todos lados al poder que los oprime, reclamen lo que les pertenece y por supuesto ámense mucho y sean germen de generaciones de solidaridad”.
¡Qué lenguaje! Poesía y coraje. Y el gobierno elegido los hace juzgar por militares. Los militares que sirvieron y obedecieron a Pinochet. ¿A dónde quedó el paisaje, a dónde la mano abierta, a dónde el diálogo? ¿A dónde la verdadera democracia? Para ser pesimistas acerca del futuro del ser humano bastarían todas estas pruebas, pero nacen las palabras de estos hombres: “Hermanos... pobres y solidarios, únanse... ámense mucho y sean germen de generaciones de solidaridad” nos dicen ellos, los presos. No, es increíble, el ser humano no se rinde a pesar de la desaparición, del fusilamiento en canchas de fútbol, de la codicia del poder, de los uniformes para matar la vida. Por eso nos gusta la solidaridad con ellos que se ha desatado en tierra argentina.
Pero eso sí, el gobierno de Piñera exige de la Argentina que le entregue al luchador de la resistencia Galvarino Apablaza Guerra, que fue secuestrado en aquellos años y torturado bárbaramente por la dictadura militar chilena. Lo exigen los mismos jueces que actuaron durante la dictadura de Pinochet y que siguen en su oficio en la actual “democracia”. La Asamblea Nacional por los Derechos Humanos de Chile ha protestado enérgicamente por la pretensión de Piñera y sus jueces y destaca que esa actitud no es más que la continuación de una política de terrorismo de Estado. Es hasta increíble: la democracia chilena juzga a los mapuches con jueces militares y a la vez exige la entrega de un luchador antipinochetista a la Argentina. Me hace acordar con mucho dolor, cuando Alfonsín pactó con los carapintadas en aquella Semana Santa cuando desde el balcón de la Rosada dijo: “La casa está en orden, felices Pascuas” y accedió al “punto final” y a la “obediencia debida” mientras que después, en el caso de La Tablada, contra la izquierda, ordenó la represión al general Arrillaga, un brutal asesino de la dictadura, autor de La Noche de las Corbatas, en Mar del Plata, que hizo desaparecer en una noche a todos los abogados de derechos humanos de esa ciudad. Ese asesino, hoy juzgado por sus crímenes, fusiló, torturó e hizo desaparecer, en plena democracia, a varios de los invasores de ese cuartel. Claro, en ese caso eran izquierdistas.
Particularidades de nuestras democracias latinoamericanas. Para los derechistas uniformados, la complacencia; para la izquierda, todo el peso “de la ley”.
Creemos que en el caso de los huelguistas de hambre mapuches del sur chileno, defensores de su tierra y su naturaleza, debemos expresar, como latinoamericanos todo nuestro apoyo y nuestra protesta, para marcar nuestro futuro sin fronteras y por el respeto a nuestra naturaleza pensando en las próximas generaciones. Y que, ante todo, debemos proteger a quienes ofrecieron su vida en su lucha contra las dictaduras. Concesiones en ese sentido nos haría sentir que entramos en el mundo del cinismo.
Y en esta semana vivimos un acto en el que quedó en evidencia una vez más que en la Historia triunfa finalmente la ética. En la propia Legislatura de Buenos Aires se llevó un acto –iniciado por la diputada María José Lubertino– por el cual se apoyó mi proyecto de reemplazar el monumento al genocida Julio Argentino Roca por un monumento a la mujer de los pueblos originarios. Proyecto que el escultor Andrés Zerneri ya se ha tomado la responsabilidad de llevar a cabo. El proyecto se basa en que esa mujer sufrió lo indecible cuando se llevó a cabo el genocidio roquista titulado “Campaña del desierto”, sus hombres fueron enviados prisioneros a diversos lugares del país como esclavos, se les quitó a sus niños y ellas mismas fueron repartidas como sirvientas en Buenos Aires. Además, esa mujer fue la madre del criollo que, como soldado, integró los ejércitos que nos liberaron del yugo español. El proyecto fue presentado hace varios años y rechazado por el macrismo con el único argumento de que “en historia hay que mirar hacia delante”, argumento que barre todo principio ético en la historia.
La reunión –que contó con la dulce música coya– fue plena de pruebas históricas por parte de los oradores y se leyeron increíbles documentos racistas del general llamado, nada menos, que Julio Argentino Roca. El proyecto cada vez tiene más adhesiones de gente de la cultura y del ambiente artístico y, lo que más importa, de docentes.
En ese sentido se ha producido un hecho que habla de la superficialidad de algunos representantes de la ciudad. El director de escuela Enrique Samar, conocido por su lucha contra todo racismo y por la verdad histórica, propuso que la Plaza de los Virreyes de esta capital pase a tener el nombre del máximo héroe de los pueblos originarios que se llama nada menos que Túpac Amaru. Los documentos de este revolucionario que se adelantó a los hombres de Mayo en varias décadas y que quería la eliminación de la esclavitud con que los españoles sometían a las poblaciones originarias, y la libertad definitiva de estas tierras, sufrió la muerte más cruel ejecutado por los representantes del “rey católico de España” y saludada por los obispos católicos de Lima y Buenos Aires. Que haya todavía una “Plaza de los Virreyes” en Buenos Aires marca la falta de conocimiento histórico y espíritu libertario de nuestras autoridades municipales, ya que esos virreyes llevaron a cabo la esclavitud de las poblaciones originarias y la represión de todo intento de independencia de los sometidos. Pues bien, ante la iniciativa del docente Samar la mayoría de la comisión de cultura votó a favor de la propuesta mientras los representantes de Macri, los del PRO, votaron en contra con este argumento: “Que la historia nos demuestra que los virreyes fueron protagonistas trascendentales en la construcción cultural, política y económica del virreinato del Río de la Plata –antecedente histórico e institucional de nuestro país–, por lo que no resulta inconveniente que una plaza de la ciudad lleve el nombre de Plaza de los Virreyes”. Esto, justo en el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Increíble, porque además ese nombre fue dado a esa plaza por la dictadura militar de la desaparición de personas. Si se enteraran Belgrano, Moreno, Castelli, con sus maravillosos documentos de liberación del yugo del colonialismo español, no vacilarían de calificar como se debe a estos cuatro “representantes del pueblo”: Patricio Distéfano, Carmen Polledo, Avelino Tamargo, Marta Varela y Oscar Moscariello. Con ese criterio a las próximas plazas habría que ponerles el nombre de “Martínez de Hoz”, “Sociedad Rural” o por qué no “Invasiones Inglesas”. El cinismo a veces nos ofrece formas rioplatenses autóctonas. Por eso, no olvidar.
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