Jueves, 14 de febrero de 2013 | Hoy
Por Roberto “Tito” Cossa *
Las 20.45 del domingo último. El diluvio había pasado. Caía una fina garúa. En la esquina de Lavalle y Maipú, en medio de la calzada, una pareja se besaba apasionadamente. Pelos renegridos, piel oscura, ropa de pobres. Un instante después se separaron. Eran dos muchachos. El corazón me dio un vuelco. Recordé los años en que usar barba podía ser un motivo de burla y vestir camisas floreadas una posibilidad de agarrarse a las piñas. Un homosexual era un muerto civil. Y sentí orgullo. Orgullo de vivir en este tiempo y orgullo de ser argentino.
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Una gestión institucional me llevó a las oficinas de un secretario de Estado de la Nación junto con representantes de una entidad colega. Un ámbito de pasillos solemnes y una oficina con paredes cubiertas con buena madera, mesa de trabajo de cristal y cómodos sillones. De los nuestros, uno estaba vestido con una remera y otros dos en mangas de camisa. El secretario, también en mangas de camisa.
Pasado el saludo de rigor, el secretario le preguntó a uno de los nuestros:
–¿Y vos qué pensás?
–Es un tema que vos como secretario podés entender.
No cabe duda: vivimos los tiempos del peronismo plebeyo.
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Noches pasadas llegué a casa después de la medianoche. Como es mi costumbre, me tiré en la cama y encendí el televisor. En el canal Encuentro estaban pasando La gran ilusión, el film de Jean Renoir del año 1937 y pude ver la segunda mitad. Como era parte de un ciclo de cine clásico, al día siguiente empecé a ver Bienvenido Mister Marshall, filmada por Berlanga en 1953, pero había tenido un día bravo y por la mitad de la película me quedé dormido. Anoche agarré de casualidad un policial muy interesante con Al Pacino, cuyo título no supe porque estaba empezado. Pero como era en un canal con largos cortes publicitarios, en una de las interrupciones cambié de señal y disfruté el final de Fargo, un clásico de los hermanos Coen.
Me da mucho placer ver buen cine por televisión.
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En la vida, hacen recomendaciones los padres, los educadores, los sacerdotes.
En la televisión, los que más recomiendan son los odontólogos.
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Vivo en un departamento sobre la calle Junín, a pocos metros de Juncal. No es un cruce clásico. La edificación de Juncal avanza unos metros hacia Callao y rompe la simetría. Los vehículos que recorren Junín están obligados a realizar una “S” cuando llegan a Juncal. No es nada complicado, pero es cierto que a veces se produce algún atasco.
Días pasados detuve un taxi en Palermo, subí y le indiqué al chofer:
–A Junín y Juncal.
El hombre giró la cabeza y me miró con una expresión de furia.
–¡La esquina de Junín y Juncal es una hija de puta!
Hicimos el viaje en silencio. Cada uno anda por el mundo con sus amores y sus odios.
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Gobernar es poblar, dijo Alberdi en la naciente Argentina. Hoy por hoy, gobernar es disciplinar.
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En mis años de adolescente soñador escuché por primera vez la frase del filósofo anarquista francés Pierre-Joseph Proudhon “la propiedad es un robo”. Me abrió la cabeza y me alimentó la esperanza. Un mundo sin propietarios, sin dinero, de hombres iguales. Ese era el mundo que quería vivir. Mantengo la esperanza de que algún día habrá un mundo mejor. No abjuro de mis sueños. Pero hoy creo que “la propiedad excesiva es una injusticia”.
* Roberto Cossa estrena su última obra, Daños colaterales, en el Teatro del Pueblo. Horario: viernes a las 21 y sábado a las 20.
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