Jueves, 14 de febrero de 2013 | Hoy
Por José Pablo Feinmann
Estos cuentos no pretenden nada. Aunque, a esta altura de los hechos, cualquiera sabe que cuando un escritor dice algo así está mintiendo. Siempre uno empieza a escribir para sentirse Dios. Después descubre que Dios no existe y ya no sabe, para sentirse bien, como quién valdrá la pena escribir. Los cuentos que van a leer son cuatro. Son breves, son ágiles y tienen una escritura atractiva, seductora. Eso creo yo. Pero, ¿quién es uno para juzgar lo que ha hecho? Son los lectores los que decidirán. Para hacerlo tendrán que leerlos. Y aquí –luego de esta mínima dialéctica– gana el escritor. Porque para que los lean es que los escribió.
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