Sábado, 6 de julio de 2013 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Siempre la sorpresa, lo inimaginable. Por eso nunca darse por vencido. Siempre guardar optimismo para el futuro. En estos últimos días he vivido dos experiencias inimaginables. Si uno escribe una novela sobre lo que vamos a tratar, nadie lo creería o murmuraría: “Este periodista, hoy, antes de escribir se ha tomado unas copas de más”.
Primer caso: en la cárcel de Devoto se nos permitió exhibir a los presos el film Simón, que justo trata del joven de 18 años de edad que dio muerte al jefe de Policía de Buenos Aires, el coronel Ramón Falcón, Simón, que pasó a ser un verdadero mártir de los trabajadores argentinos, ya que así se hacía justicia con las propias manos contra el feroz represor del 1º de mayo de 1909, en Plaza de Congreso. Por ese hecho. Simón Radowitzky fue condenado primero a ser fusilado pero, al demostrar el acusado que tenía apenas 18 años, fue condenado entonces a prisión perpetua a cumplir en la Siberia argentina, el penal de Ushuaia, adonde se enviaba a todos los peores asesinos.
Justo este tema fue debatido el jueves pasado nada menos que con los presos de Villa Devoto. Simón, para cometer el hecho, usó de la filosofía anarquista que proclamaba: cuando en un pueblo no hay justicia, el pueblo tiene derecho a hacer justicia con sus propias manos. Y Simón le arrojó una bomba el asesino de obreros. La bomba, para los anarquistas, significaba la explosión de la ira del pueblo ante la conducta de los poderosos.
Los presos de Devoto que presenciaron el film son alumnos de los cursos universitarios que se dictan en dicha cárcel. Y se les presentaba allí un caso que era un verdadero tema para debatir. Más cuando escucharon las razones a las que aludió el coronel Falcón para justificar la feroz represión que había ordenado contra las columnas obreras que recordaban a los mártires de Chicago, los cinco anarquistas –cuatro alemanes y un inglés– que habían sido condenados a la horca por luchar por la jornada de trabajo de ocho horas diarias.
El coronel Falcón, cuando el periodista de La Nación le preguntó un día después de la masacre cometida contra los obreros por qué había ordenado hacer fuego contra las columnas obreras si “hasta ese momento no había ocurrido ningún disturbio”, respondió:
–Porque los obreros en vez de llevar la bandera azul y blanca de la patria, enarbolaron la bandera roja.
Claro, un crimen perfecto. Pero no de los obreros sino del señor coronel, ya que la bandera roja no era en aquel entonces de algún partido político, sino el emblema distintivo del sindicalismo.
Los internos de Devoto, durante el debate después de ver el film, se preguntaron cómo, después de ese antecedente, la segunda calle más larga de la Capital Federal se sigue llamando coronel Ramón Falcón. También el parque de Floresta tiene el nombre de ese uniformado criminal y allí se halla un busto en homenaje a él, además de un monumento en el barrio de Recoleta donde fue ajusticiado por la ira del pueblo, en la mano del joven Simón.
Respondí que ya se había obtenido un verdadero triunfo cuando los vecinos de ese parque en Floresta se autoconvocaron para elegir otro nombre para el lugar. Se votó el nombre de Che Guevara. Se procedió entonces a modificarlo pero, cuando subió el intendente Telerman, éste le devolvió el nombre de coronel Falcón al lugar de esparcimiento de los vecinos.
Y aquí debemos aplaudir la medida de las autoridades de la cárcel de Devoto que permitieron dar justamente ese film y discutir esa temática con los internos de ese establecimiento carcelario. Acabar con eso de “no, esos temas están prohibidos en este establecimiento”. Y darle aire a la discusión pública, un método que hace madurar las mentes, también las de aquellos que han sido encerrados por delitos cometidos contra el orden público y la justicia.
Episodios argentinos. Pero aquí no se acaban las fantasías de la realidad nuestra. El Teatro Nacional Cervantes acaba de estrenar la obra teatral Las putas de San Julián, escrita por el dramaturgo Rubén Mosquera sobre mi investigación realizada para el libro La Patagonia rebelde. Se trata cuando cinco rameras de ese puerto patagónico se negaron a recibir a los soldados del 10 de Caballería que acababan de fusilar a un número aproximado de mil quinientos peones rurales patagónicos en los años 1921-22. Esas mujeres fueron las únicas de la sociedad argentina que reaccionaron contra un crimen tan sangriento. Con palos y escobas echaron a los soldados que intentaron entrar al prostíbulo desenvainando sus bayonetas. Eso les costó a esas mujeres un castigo inhumano por cuenta de la policía chubutense hasta que finalmente fueron expulsadas de la ciudad de San Julián y tuvieron que partir a otros lugares patagónicos. Justamente ése iba a ser, en 1974, el final del film La Patagonia rebelde que fue dirigida por Héctor Olivera. Pero un conjunto de militares les hizo saber a Olivera, a Ayala –el productor– y a mí, autor de la investigación, que si se llegaba a filmar ese episodio ellos iban a requisar todas las copias del film el día del estreno. No hubo otra salida que dejar de lado ese hecho tan digno de los seres más menospreciados de la sociedad –esas prostitutas– y llevar a cabo otro final en el film. Que desde el punto de vista político era diez veces peor que el de las prostitutas. El final del film es cuando los estancieros ingleses de la Patagonia le hacen un homenaje al teniente coronel Varela, jefe del regimiento 10 de Caballería que ejecutó a tantos trabajadores, y en ese homenaje, esos estancieros ingleses le cantan al militar argentino: “For he is a jolly good fellow” (“porque eres un buen compañero”).
Han pasado nada menos que 39 años del intento de dar en el film ese episodio de las prostitutas de San Julián. Y ahora justo ese episodio “prohibido” aquella vez se da en el Teatro Nacional Cervantes. ¿Qué ha pasado en la Argentina? Evidentemente ha habido una maduración y un deseo impetuoso para no volver a cometer esos actos de inmadurez política, el no permitir dar a luz episodios históricos que sucedieron en nuestro pasado. Una mentalidad dictatorial que ya preanunciaba la época posterior, la de la dictadura militar con el perverso sistema de la “desaparición” de personas, el robo de niños a las víctimas y las torturas físicas a los detenidos, amén de otras canalladas que han quedado a la luz del día luego de los juicios a los culpables que han tenido todo el derecho de defensa que otorga una democracia a los acusados.
Dos episodios que demuestran que nuestra sociedad va madurando: prohibir no tiene que ser jamás el arma de una democracia; sí al debate, poniendo en primer término, como valor, la verdad histórica y la lucha contra la impunidad y la injusticia.
Dos triunfos de la verdad. En Historia no se puede ni mentir ni prohibir. En esto la Verdad es inflexible. A veces pasa mucho tiempo para que se dé luz a la verdad, a veces hasta siglos, pero finalmente llega y siembra sus semillas de aprendizaje para no volver a cometer errores que siempre dañan el concepto verdadero de la Etica.
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