Miércoles, 7 de mayo de 2014 | Hoy
Por Bernardo Kliksberg *
La obra del economista francés Tomas Piketty El capital en el siglo XXI ha tenido un gran impacto en el mundo desarrollado. Hace varias contribuciones relevantes. En primer lugar, documenta estadísticamente la evolución de los ingresos de los diversos sectores en relación con el producto global de la economía en los últimos 300 años, especialmente en Europa y Estados Unidos. Muestra que desde 1970 las desigualdades vienen subiendo hasta llegar a niveles previos al siglo XX. La suposición de décadas previas, que surgía de trabajos como los de Kusnetz, de que con el crecimiento económico las desigualdades se estabilizarían y descenderían solas, fue errónea. Las tasas de retorno del capital han superado varias veces las de crecimiento. El patrón tradicional ha sido de tasas de un cuatro a un cinco por ciento anual para el capital, frente a tasas de crecimiento económico de 1,5 por ciento. En Estados Unidos, la principal economía del mundo, en el 2012 el uno por ciento más rico captó el 22,5 por ciento del ingreso nacional. Es la cifra más alta desde 1928. El 10 por ciento más rico era poseedor de una cifra mayor que en 1913, tenía el 70 por ciento del producto total. En otros países ricos, estaban en marcha tendencias similares. En Francia la mayor participación del sector más rico en la “torta nacional” comienza a tener rasgos hereditarios. El valor anual de las herencias pasó del 5 por ciento del producto bruto en 1950 a un 15 por ciento en la actualidad.
En segundo lugar, Piketty muestra que ésta sería una tendencia estructural que llevaría a desigualdades cada vez mayores. Las tasas de retorno en la propiedad y las inversiones son consistentemente más altas que las del crecimiento económico. En el siglo XX las dos guerras, la Depresión y los altos impuestos redujeron las tasas de retorno, mientras que el aumento de la población y de la productividad hicieron crecer los productos brutos. En este siglo aumentará el envejecimiento de la población y el crecimiento global se reducirá.
La predicción de la obra es que salvo que haya cambios de fondo en las políticas públicas que operan sobre las desigualdades, éstas continuarán creciendo por décadas. Se podría llegar a una sociedad en que los ricos estarán separados de todos los demás, transmitiendo su riqueza de una generación a otra como sucedía con los títulos de la nobleza algunos siglos atrás.
El éxito de la obra está ligado, junto con su inédita documentación cuantitativa y su rigor, con la gran preocupación que el tema de la desigualdad está generando mundialmente. Hay motivos para preocuparse.
Dice un Informe reciente del Stanford Center on Povery and Inequality (2014) que el coeficiente Gini mundial, que mide la distribución del ingreso, es actualmente el más alto en tres décadas.
Según los informes de Naciones Unidas, el 53 por ciento de la riqueza generada en el mundo en los últimos 20 años ha ido al uno por ciento más rico de la población. Los informes de Desarrollo Humano del PNUd han llamado “Desigualdades groseras” a las inequidades actuales y la Iglesia Católica las denomina “Disparidades hirientes”.
El papa Francisco planteó que “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”. La magnitud y proporciones del problema han llevado a su inclusión en la agenda del Foro empresarial de Davos y a la del mismo Fondo Monetario Internacional.
Davos 2014 planteó que “la brecha entre ricos y pobres es la más probable amenaza que la economía mundial enfrentará en los próximos años”.
Señaló que “la desigualdad despierta inquietud sobre la gran recesión y el efecto reductor de las clases medias en las economías desarrolladas, al mismo tiempo la globalización trae una polarización de ingresos en las economías emergentes”.
Un trabajo preparado por el subjefe de investigaciones del FMI Jonathan Ostry, junto con Andrew Berg y Charalibos Tsangarides, afirma que “es un error enfocarse en el crecimiento y dejar que la desigualdad se ocupe de sí misma (...) no sólo porque la desigualdad puede ser éticamente indeseable, sino porque el crecimiento resultante puede ser bajo e insostenible”. El informe enfatiza que “la desigualdad hace el crecimiento más volátil y crea condiciones inestables”. Muestra asimismo que las asignaciones redistributivas no afectan negativamente el crecimiento.
El nuevo debate sobre la desigualdad se produce en un contexto donde la desocupación y los bajos salarios se han instalado como tendencias de largo plazo.
En los 28 países de la Unión Europea hay 25,9 millones de desocupados. Los desempleados por más de un año tienen graves dificultades para poder entrar de nuevo en la economía.
Significa el 69,6 por ciento de todos los desocupados en Grecia, 59,2 por ciento en Irlanda, 58,9 por ciento en Portugal, 57,6 por ciento en Italia, 50,5 por ciento en España y 50,6 por ciento en toda la Euro Zona.
Advierte la OCDE que los indicios de recuperación “corren el riesgo de seducirnos a creer que todo está yendo bien ahora y que en los próximos años una economía en ascenso liberará todos los botes... la evidencia sugiere otra cosa”.
Tienden asimismo a aumentar los trabajos pobremente pagados. Según Eurostat, más del 50 por ciento de los nuevos trabajos en la Unión Europea en el último año eran temporarios, sin protección social, y la mayoría no pagaba el salario mínimo.
En general, corroborando las tendencias anotadas por Piketty, la participación de los salarios en el ingreso global ha tendido a reducirse en el mundo. El Premio Nobel Solow menciona entre las razones posibles: “la erosión del salario mínimo, la minimización de los sindicatos y la legislación antitrabajadores”. Piketty hace propuestas concretas frente a un futuro donde, si no se actúa, se acentuarán las desigualdades que agravarán todos los problemas mencionados.
Propone una tasa de impuestos progresiva global sobre el capital. También una tasa del 80 por ciento sobre los ingresos superiores a 500.000 dólares.
Señala los peligros de no querer hacer cambios a favor de la reducción de la desigualdad. Dice que “las desigualdades extremas amenazan nuestras instituciones democráticas”. También tienen “un impacto profundo y deletéreo sobre los valores democráticos”. La democracia no es sólo el derecho al voto, sino también a la igualdad de oportunidades.
Frente al razonamiento ortodoxo usual de que la redistribución reducirá el producto bruto, muestra que es la desigualdad la que lo afectará a través de la inestabilidad que genera.
América latina conoce mucho de este tema que hoy discute el mundo desarrollado por ser la región más desigual del planeta. Las mejoras significativas producidas en la desigualdad y la emergencia de nuevas clases medias en modelos inclusivos, en Argentina, Brasil, Uruguay y otros países mostraron que las desigualdades no son inevitables. Profundizar su reducción es uno de los mayores desafíos que tiene la región por delante.
* Nuevas obras del autor: Etica para empresarios (traducida al inglés y al mandarín) y ¿Cómo enfrentar la pobreza y la desigualdad? (Ministerio de Educación, Unesco).
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